Moralejas
Nos atormenta el azar y la incertidumbre, pero ahora que vemos el abismo del absurdo, crece la superstición, abundan los jetas políticos, en esta historia todo el mundo hace lo que tiene que hacer
En estos días, y estas noches, nos comemos mucho la cabeza. Esto solo pasaba en las películas, estas situaciones límite, esta irrupción de lo increíble, esta vulnerabilidad. En la radio algunos políticos te desquician, a eso juegan, y encima los anuncios te dicen que estás solo y dependes de ti mismo, y de tu dinero, para aplacar el miedo. Anuncios de seguros por lo que pueda pasar, de sanidad privada para no hacer colas, de alarmas en tu casa para que no te roben, de selección de inquilinos para alquilar tu piso porque hay mucho indeseable, y la lotería para cambiar tu vida.
Seguramente conocen un cuento de Las mil y una noches, la cita en Samarra, en que un hombre, haga lo que haga para escapar de la muerte, se la encuentra igual. La muerte se asombra de que esté en Bagdad porque esa noche debe verlo en Samarra, que es precisamente donde él huye cuando la divisa. Es menos conocida otra historia real, a la que saco una moraleja distinta (perdón por el artículo con moraleja). Es la de Iginio Ballarin, cuya vida cambió el 4 de mayo de 1949. Fue el día en que un avión en el que viajaba el equipo de fútbol del Torino, de regreso de Lisboa, se estrelló al intentar aterrizar. Era el Grande Torino, el mejor equipo de la época, y murieron todos. La catástrofe marcó la vida de Ballarin no solo porque perdiera dos hermanos, Aldo, defensa de 27 años, y Dino, de 25, tercer portero. Él debía ir en ese avión, aunque ni era futbolista, sino camarero, pero iba con sus hermanos. Es más, llegó a subir al avión. Estaba ya dentro, esperando el despegue en la ida, cuando un agente le pidió el pasaporte y no lo tenía, porque se había sumado al viaje en el último momento. Así que le dijo que se bajara. He pensado a veces en ese momento, y en cómo lo debió de recordar toda su vida Ballarin. Si se maldijo por su mala suerte, si discutió con el policía, si le insultó incluso, si los demás intentaron rogar al funcionario que por esa vez hiciera una excepción, si estuvieron a punto de que cediera. Da igual, nadie podía saber lo que estaba en juego en una escena tan intrascendente, parecía que era solo ir a un partido, encima amistoso, sin importancia.
Pero aquel partido tenía su importancia. El Torino fue a jugar con el Benfica para ayudar a una sola persona, que además era un rival, el capitán del otro equipo, Francisco Ferreira. El encuentro se organizó para destinar la recaudación a solventar sus apuros económicos, porque estaba de retirada. En el fútbol de la posguerra no había mucho dinero, en el Torino les daban tabletas de chocolate cuando ganaban. Fue un partido homenaje, para darle una pensión. Eso Ferreira no lo olvidaría nunca, tampoco el Benfica y sus aficionados. El partido terminó 4-3. Ballarin vivió 94 años, murió en 2011, 62 años más. En una entrevista dijo: “El fútbol estaba hecho de pasión, de hombres que habían visto la guerra, que conocían el valor de las cosas, los recuerdo como grandes señores”.
Nos atormenta el azar y la incertidumbre, pero ahora que vemos el abismo del absurdo, crece la superstición, se dicen tantas tonterías, emergen los oportunistas, abundan los jetas políticos, en esta historia todo el mundo hace lo que tiene que hacer: el policía cumple su deber, el Torino ayuda a un rival, el Benfica gana su partido. Luego el azar se cuela en el relato, pero ahí no hay más que hacer. Familiares de víctimas y supervivientes de esta pandemia repiten lo mismo: hay que aprovechar cada instante de la vida. Y yo pienso luego: comportémonos con nobleza, seamos serios y, salvo quien sea tocado por la muerte, no nos quejemos tanto.
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