Russell Tovey: “Me aconsejaron no salir del armario, pocos actores se atrevían. Me siento orgulloso de haber sido uno de ellos”
El actor británico, que es además activista y divulgador de arte, representa la versión nueva, polifacética y liberada del galán del siglo XXI. Ahora estrena ‘Incógnito’


Desde bien pequeño a Russell Tovey (Essex, 44 años) le persigue la misma pregunta: ¿quién demonios es Russell Tovey? La cuestión se podría zanjar tirando del típico formalismo: actor británico conocido por series como Years and Years (2019) o American Horror Story: NYC (2021). Pero sería, como diría Rosalía, una narrativa reduccionista. Durante toda su vida, a Tovey le han llovido cientos de etiquetas, todas ciertas y todas limitadas.
Para sus compañeros de colegio en Essex era El Orejotas, ese rarito que prefería el teatro al fútbol. Pero en los platós de la BBC era El Niño Prodigio porque se había estrenado con 12 años. Y con 20, se convirtió en El Actor Gay, activista incansable en su lucha por los derechos LGTBIQ+, una anomalía —eran los primeros dosmiles— que después no tuvo problema en exportar cuando viajaba a Estados Unidos para trabajar. En el mundo del arte contemporáneo Tovey no era El Actor Gay sino simplemente El Actor, un forastero que había empezado coleccionando grabados pero terminó comisariando exposiciones y presentando un desprejuiciado y exitoso podcast de divulgación, Talk Art.
Ante tal cantidad de etiquetas, ¿cómo se define él mismo? “Soy un narrador. Alguien desesperado por compartir historias y conectar. Trabajo actuando, escribiendo y con el podcast para crear todo lo que yo hubiera necesitado de niño. Quiero ser mi mejor versión para ese niño”, medita recostado en el sofá de su casa de Margate, una localidad costera al sureste de Inglaterra. Estos días le ha dado por pensar en aquel chaval de Essex porque acaba de cumplir 44 años. “Tengo una relación de amor odio con mi cumpleaños. Normalmente lo paso con mis amigos o mi familia, pero este año no quería hacer nada. Desde que cumplí 22 no me había tomado unas vacaciones y ahora estoy intentando respetar más mi tiempo libre”, explica. Con esa intención, dejó el ruido de Londres para celebrarlo solo en Margate. Estuvo a punto de conseguirlo, hasta que Robert Diament, vecino, galerista y compañero de podcast, llamó para invitarle a cenar. Tovey y Diament forman parte de una comunidad de artistas que están revitalizando culturalmente la zona: aquella iba a ser una celebración pequeña, pero cada vez llegaban más invitados a la mesa. Huir de una vida no suele ser fácil, pero cuando tienes tantas como Tovey es directamente imposible.


En los pocos momentos que consigue frenar y mirar atrás, se sigue asombrando de dónde ha llegado. La última vez fue en otra cena: “Hace poco coincidí con Andrew Scott, Jonathan Bailey y Kadiff Kirwan. Estábamos todos sentados y dijimos: ‘De niños jamás pensamos que esto fuera posible”, dice. “Era inconcebible pensar en cuatro actores gais sentados a la mesa, haciéndose fotos tranquilamente, disfrutando de su vida fuera del armario, orgullosos y políticamente activos”, recuerda.
Esta generación de actores ha logrado hacer saltar por los aires las rígidas costuras del galán británico para sustituirlas por la versatilidad de un dandi deconstruido más acorde con el siglo XXI. En la conversación, Tovey salta de hablar del cuadro Pesca nocturna en Antibes, de Picasso —su sueño si pudiera robar un museo—, a los beneficios que le aporta su rutina en el gimnasio —que describe no sin ironía como “la iglesia de los gais”— o al “retroceso social” del Reino Unido. En pantalla, alterna productos de alcance masivo como The War Between The Land and The Sea (miniserie fantástica del sello Doctor Who que se estrena en 2026 en Disney +) con apuestas más arriesgadas y comprometidas, como Incógnito. La película, debut cinematográfico del escritor y director Carmen Emmi y premiada en el último Sundance, retrata las tácticas encubiertas de la policía neoyorquina de los años noventa para detener a los hombres gais que tenían encuentros sexuales en lugares públicos. En este contexto, un joven policía encubierto (Tom Blyth) se enamora de uno de los hombres que debería arrestar (Tovey). Ambos viven dobles vidas.

La historia, lamenta el actor, es más actual que nunca. “La acción se ubica en 1997 pero ahora mismo está volviendo a ocurrir. Cuando la estrenamos en Nueva York se publicó la noticia de que la policía estaba utilizando una aplicación [Sniffies, una app de cruising] en los baños de la estación Pensilvania para atrapar hombres y mandarlos después al ICE [Servicio de Inmigración y Control de Aduanas]. Está pasando en todo el mundo, la historia se repite, piensas que avanzamos pero de pronto retrocedes”, afirma.
La conversación y el intercambio generacional que provocan este tipo de historias son, para Tovey, mucho más importantes que nunca en 2025 cuando las políticas anti LGTBIQ+ de Trump y otros políticos de ultraderecha han llegado incluso al Tribunal Supremo de Reino Unido: el pasado abril, aprobó la definición por ley de la mujer según su sexo biológico. “Tenemos que ser más visibles que nunca y ayudarnos dentro de la comunidad. Cuando veo todo lo que consiguió la gente que vino antes que yo, me convenzo de que tengo la responsabilidad de contar sus historias. Creo que ahora, con este clima político, los jóvenes también se están sensibilizando con el pasado. Están muy enfadados y es estupendo, porque tienen todo el derecho a enfadarse, salir a la calle y gritar. De hecho, necesitamos que lo hagan”.


Tovey creció siendo un hombre gay en los años noventa y comparte muchos de los miedos de los personajes de Incógnito. En aquella época en Reino Unido todavía se vivían las consecuencias del polémico Artículo 28 de Margaret Thatcher, que prohibía la “promoción” de la homosexualidad en las escuelas e instituciones públicas. “A mi generación no le afectó tanto el sida y el VIH como a la anterior, pero cuando crecimos y empezamos a desarrollar sentimientos por otros chicos, se mezclaban siempre con el miedo a contraerlo. El sida no mataba tanto en mi generación y muchos conseguían vivir con ello, pero seguía siendo terrorífico. Vivías con pánico. Espero que los más jóvenes hayan conseguido hacerse adultos sin asociar siempre el sexo con la muerte. A mi me ha costado mucho”.
Ese trayecto hacia la aceptación, rompiendo todas las etiquetas y prejuicios que heredó, es el viaje de su vida. Y no empieza con ninguna salida del armario sino con sus inconfundibles orejas de soplillo. “Los niños son muy malos y te puedes imaginar todo lo que me decían: Dumbo, trofeo, orejotas... Pero nunca pensé en operármelas. Muchos me recomendaron que lo hiciera si quería ir a Hollywood, pero me dije: ‘¡Que les jodan, no!’. Siempre me he sentido orgulloso de mis orejas. El orgullo por salir del armario llegó después”, recuerda.


Tovey, hijo del matrimonio encargado de un negocio de autobuses, no tardó mucho en sacar pecho también de su vertiente artística. De los clubes de teatro pasó rápido a los rodajes. “En mi colegio te marginaban si no te gustaba el fútbol. Lo mío era la lectura, las obras de teatro... Y de repente conseguí estar con gente con la que podía sentirme libre y reconocían mi talento. Empecé a trabajar en rodajes desde muy pequeño, y allí estaba rodeado de gente queer en todos los departamentos. Fue muy liberador, me sentía a salvo. En Essex nunca había visto a gente así. Seguro que me crucé con muchos, pero yo no tenía ni idea".
El problema llegó cuando, al cumplir los 20, quiso vivir su homosexualidad públicamente y sin complejos y se dio la paradoja de que la misma industria que le había servido de referente ahora le pedía que se escondiera. “Me aconsejaron que no saliese del armario, porque la industria no era muy abierta con quienes lo hacían y tampoco les ofrecían papeles distintos. Poca gente se atrevía. Pero yo me siento muy orgulloso de haber sido uno de ellos”, afirma.
La televisión pública británica es su alma mater. “¡La BBC ha sido un jefe increíble!”, exclama. “Cuando decía que trabajaba para ellos, la gente me tomaba en serio. Tiene muchísima calidad y deberían protegerla a toda costa, porque producen historias muy importantes”. Tovey se curtió en las típicas adaptaciones de Charles Dickens o Agatha Cristie y, a su debido tiempo, le acabó llegando la oportunidad de trabajar en EE UU, precisamente gracias a aquello -ser públicamente homosexual- que podía destruir su carrera. Su papel en la influyente serie Looking (2014), que narraba las vidas de un grupo de amigos gais en San Francisco, le abrió las puertas tanto al mercado americano como al rico abanico de personajes queer que ha interpretado después: el recluta del FBI en Quantico; el atribulado hombre enamorado de un joven inmigrante a quien mandan a un campo de concentración de un Inglaterra totalitaria en la celebrada distopía Years and Years; el detective que investiga la ola de asesinatos a gais en American Horror Story: NYC o el violento amante de Truman Capote en Feud: Capote vs The Swans —las dos últimas, ficciones del universo televisivo del célebre Ryan Murphy-. Lo que no ha hecho nunca es mudarse a Hollywood: “Cuando era joven, existía una cosa llamada temporada de pilotos: cada verano cientos de actores volaban a Los Ángeles para hacer audiciones y capítulos piloto y, con suerte, conseguir una serie. Pero yo nunca sentí esa presión. Me gusta vivir en Londres, cerca de mis amigos y mi familia”, dice.

Además de visibilizar a un colectivo, irónicamente, invisibilizado —sobre todo en una industria tan liberal como la del cine y las series—, la generación de Tovey también ha intentado normalizar que las escenas de sexo gay lleguen al gran público. “Mis personajes son muy humanos, muy auténticos y están llenos de defectos”, dice el actor. “Los humanos mantenemos relaciones sexuales, así es como conectamos, y si hay una escena de sexo siempre es por un motivo. En Incógnito quería que el sexo fuese algo un poco torpe, que se viesen condones y lubricante. Es importante porque cuando era adolescente nunca vi nada de eso. Antes de internet, el sexo te lo tenías que imaginar. Y ahora, si no fuera por estas series, los chavales jóvenes pensarían que el sexo solo es como ven en el porno. Por eso quiero que en estas escenas las relaciones se muestren tal y como son: bonitas”. Cuando Tovey habla de sexo y de erotismo no solo habla de cuerpos. También cita la obra de fotógrafos como Peter Hujar o Robert Mapplethorpe, nombres trágicos y respetados del arte de los años ochenta, que investigó para sus papeles y acabó por coleccionar.

Las obras que el actor cuelga en casa son la traducción en arte contemporáneo de su trayectoria profesional. “Empecé coleccionando litografías, cada vez que conseguía un trabajo corría a comprar una. Ahorraba poquísimo”, ríe. A los 21, le rogó a sus padres que le regalaran una edición de un dibujo de Tracey Emin por su cumpleaños (lo consiguió). “Para mí, vivir rodeado de arte es como un diario. Miro y pienso: ‘Eso es de cuando actué en Broadway y aquello lo compré con Ryan Murphy. Son pequeñas cápsulas del tiempo”, dice. Pero la casa empieza a no ser suficiente. “Sabes que te has convertido en un coleccionista cuando te quedas sin espacio. Estoy siempre sacando y metiendo obras en el trastero, pero también las cedo a exposiciones”, concede. Tovey entiende su modesta posición en el mundo del arte como un lugar de diálogo y divulgación. Hace seis años saltó sin red cuando lanzó Talk Art, su podcast, y hoy, aunque se ha establecido como un glamouroso punto de encuentro (por allí han pasado nombres como Billy Porter, Wolfgang Tillmans o Pedro Pascal), reconoce que la única oyente que le importa es su madre. “Empecé el proyecto para que ella, una mujer que nunca había tenido acceso al arte, se sintiese interpelada. Siempre lo escucha y me cuenta qué le ha parecido. Ahora identifica a miles de artistas. Es maravilloso que el arte, el cine o las series formen parte de una misma conversación”, celebra. “Es como una cadena alimenticia: empiezo actuando, pero eso me lleva a investigar un movimiento artístico, después hago un podcast y acabó consiguiendo las piezas para comisariar una exposición. Mi cerebro mezcla todas las historias que recibo y las procesa de todas las maneras posibles”.
-Su colección empieza a ser importante. ¿Ha pensado qué hará con ella?
-Cuando muera irá a un museo o a casa de alguien. Así, todas esas historias pasarán a vivir con otros.
Ese es el sueño de cualquier narrador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma































































