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Tracey Emin: intimidad incómoda y sublime

La autobiografía de la polemista artista británica, ‘Strangeland’, es como sus obras: una gloriosa exhibición de desnudez molesta

Aitor Marín
En su obra ‘I’ve got it all’ (2000), Tracey Emin aseguraba que lo tiene todo y que lo tiene justo ahí.
En su obra ‘I’ve got it all’ (2000), Tracey Emin aseguraba que lo tiene todo y que lo tiene justo ahí.

A Tracey Emin (Reino Unido, 1963), miembro del grupo de artistas Young British Artists (el más célebre de este movimiento siempre dispuesto a escandalizar que reinó en los noventa es Damien Hirst), no le importa mostrar su intimidad. Lo ha hecho en obras como My bed, en la que exhibe su cama deshecha tras días de alcohol, sexo y depresión, o Everyone I have ever slept with 1963-95, una tienda de campaña con los nombres de todas las personas con las que había dormido desde su infancia, sus dos abortos incluidos.

Pero en ninguna sitio lo ha hecho de forma tan descarnada y articulada como en su autobiografía, Strangeland (Alpha Decay). Como si hablara de otra persona, Emin repasa una infancia de abusos, su complicada relación con su cuerpo, su despertar al sexo con hombres mayores, problemas de depresión, alcohol y anorexia. Pero también lanza un mensaje positivo: “No tienes que nacer con huevos para tener huevos”. Ella, y el libro, son la prueba. 

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Sobre la firma

Aitor Marín
Es redactor de EL PAÍS. Antes ejerció cargos de diversa responsabilidad en Man, Interviú, Maxim y Quo, entre otras publicaciones. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra. Escribe a veces de cómics porque le hubiera gustado dibujar. Además, es autor de la novela Conspiración Vermú (Suma de Letras).

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