¿Puede ‘Operación Triunfo’ sobrevivir sin un villano? “El único jurado malo es el que nadie recuerda”
La última edición de ‘Operación Triunfo’ ha sorprendido a los fans por su jurado: ni rastro de esas figuras duras e imprevisibles que dejaban tantos titulares como llantos


Cada lunes Operación Triunfo plantea un drama ineludible: la valoración del jurado. Casi a medianoche los jueces analizan las actuaciones de los concursantes para decirles aquello de “cruza la pasarela” o “te proponemos para abandonar la academia”. Desde que el formato comenzó hace 24 años, este momento, temido por los concursantes y ansiado por el público, se ha convertido en el más polémico de la galas. Las ediciones más memorables han contado siempre con la figura del juez sin pelos en la lengua que sorprendía con sus formas tajantes y hacía que mereciese la pena trasnochar tanto. Al menos hasta ahora, porque OT25 está rompiendo esquemas.
Los síes y los noes se siguen repartiendo, pero ya no hay ni atisbo de la dureza de antes. Las críticas se hacen con buenas palabras y siempre desde el respeto. ¿Es esto un oasis en la televisión o aquellos jueces severos son ya cosa del pasado? Tinet Rubira, productor ejecutivo del programa que ahora se emite por Prime Video, defiende que este nuevo jurado se explica dentro de un gran cambio de paradigma en la televisión. “Es el signo de los tiempos. La brusquedad de antes ya no se entiende y ahora se habla siempre desde el respeto. Afortunadamente todos hemos mejorado como sociedad y como personas. Si algo hemos hecho bien para mantenernos estos 24 años es evolucionar constantemente para reflejar la sociedad de cada momento. Ahora se busca más un jurado con experiencia propia que ayude y asesore a los concursantes. Ya no los vemos tanto como esos jueces implacables que buscaban un titular o hacerles un daño gratuito”, cuenta.
Esta edición ha dejado ya varios momentos que hace unos años hubieran sido impensables. En la semana en la que Amaia Montero anunció su vuelta a La Oreja de Van Gogh, Leire Martínez, exvocalista del grupo y nuevo jurado de OT, se animaba a cantar arropada por los triunfitos. Y antes habían sido Guille Milkyway o Abraham Mateo, artistas y ahora también jueces, los que se emocionaron hasta las lágrimas cuando los concursantes cantaban sus canciones. Lejos de las antiguas figuras de autoridad, se muestran vulnerables y cercanos. De hecho, en la promoción de la temporada reiteraron a varios medios su intención de acabar con las divisiones entre buenos y malos que en el pasado habían cargado tantos jurados.

La cuestión está, entonces, en si en algún momento desde la dirección del programa se buscó contar con esta figura del juez malo. Rubira responde a medias con una anécdota de sus inicios en programas como Crónicas Marcianas. “Me acuerdo cuando conocí a Boris Izaguirre, que venía de hacer telenovelas en Venezuela. Él siempre hacía una pregunta muy de culebrón: ‘¿Aquí quién es la madrastra?’. Efectivamente, a nosotros en algún momento nos hizo falta la figura de una madrastra que dijera según qué cosas. Pero a todos los jueces, también a los más buenistas, les poníamos un solo requisito. Cuando justificaran su voto, tenían que conseguir que el público siguiera siempre su razonamiento, aunque no estuviera de acuerdo”, explica.
Inevitablemente acaba mencionando a Risto Mejide, el nombre que mejor encarnó este concepto en España. “Esa era una de las grandezas de Risto, era capaz de lanzar unas cosas completamente cancelables y la gente, aunque no comulgaba con sus formas, era capaz de entenderlo. Y ese era su estilo y marcó una época”. Eva Güimil, crítica de EL PAÍS y experta en televisión, también separa los jurados en la televisión española entre antes de Risto y después de Risto. En realidad, no es el único que ha cumplido ese papel lacerante, ha habido muchos casos similares, como el de Alberto Chicote en Top Chef, al estilo del británico Gordon Ramsay, o Anna Tarrés, que entró en Splash! Famosos al agua después de ser destituida por la federación de natación por sus supuestas malas prácticas de entrenamiento.
Pero Güimil defiende que el esquema del poli malo se introdujo de manera más evidente con Risto en 2006. “El juez malo al estilo del Simon Cowell de American Idol llegó a OT vía Telecinco, donde el programa tuvo una segunda vida exitosísima gracias a aumentar el componente reality en detrimento del mero talent. Risto Mejide creó un personaje que cruzó todas las líneas más de una vez”, razona. Entre esos episodios, cita, la vez que llamó a Pablo Lopez “pianista de bar”, cuando comparó a una concursante con un consolador o cuando criticó a otra por abandonar el programa por la muerte de un familiar. “Era Telecinco, la audiencia respondía y todo valía”.

Desde entonces, Risto ha pasado por muchos otros programas como Got Talent o Tú sí que vales, manteniendo al personaje severo pero adaptándolo a formatos más familiares. Hace poco anunciaba que se retiraba como jurado después de 20 años, así que era inevitable preguntarle al propio Risto si siente que en este tiempo ha evolucionado ese esquema del poli malo. “No me identifico con esa clasificación, me parece simplista y bobalicona. No hay jurados buenos o malos, en todo caso los hay que generan contenido o no”, sentencia por correo electrónico con su habitual aspereza. El publicista y presentador de televisión recuerda cómo gracias a OT descubrió que su talento para “el dardo de la palabra” tenía el poder de encumbrar a los concursantes o impedirles ganar. “Entonces me di cuenta de que tenía que hacer algo útil con ello. Por eso lo empecé a dirigir hacia donde más tenía sentido: los jefes. Y eso no lo había hecho nadie, ni Simon Cowell en sus mejores tiempos. Gracias a esa decisión, hoy continúo haciendo lo mismo. Al final, la única publicidad mala es la que no se hace y el único jurado malo es el que nadie recuerda”, explica.
Risto se refiere a su polémica expulsión del programa en 2009, después de la pelea con el presentador, Jesús Vázquez, que le consolidó desde entonces como el azote con mayúsculas de cualquier concursante, pero también del resto de jueces o incluso del propio programa. Años después, invitó a su programa Chester a una de las concursantes a la que trató con más inquina, Esther Aranda, para reconciliarse con ella. Sin embargo, ahora se niega a ver su paso por OT como una etapa bronca de la televisión. “Odio a los hipócritas. No voy a participar de la revisión sesgada y partidista para tratar de montar un aquelarre mediático-catártico y cancelar todo lo que nos trajo hasta aquí. Ni que ahora estuviéramos viviendo en un remanso de paz y buen rollo. El conflicto ha hecho siempre avanzar las novelas, las películas y también la historia. La tele no iba a ser una excepción. La necesidad y la pulsión es la misma: sólo aprendemos por confrontación”, razona.
A un paso de su retirada, ¿cree que los talent shows pueden sobrevivir sin jueces, como él, más severos? “Un talent show puede sobrevivir a todo menos a la falta de talent y a la falta de show”, zanja. Rubira, también director de OT en tiempos de Risto, coincide en abrazar el pasado, aunque con muchos más peros: “Cada cosa es fruto de su tiempo. En aquel momento el entretenimiento era más salvaje. No tendría sentido replicar eso ahora. Yo soy partidario de asumir el pasado para ser mejor después”. Además, defiende que la evolución de los jurados está muy relacionada con el cambio social que se ha vivido en general con las figuras de autoridad como los profesores o los jefes en el trabajo.

Rubira explica como ejemplo que Mónica Naranjo le quitaba peso a su posición de jueza porque era consciente que en poco tiempo esos concursantes se convertirían en sus compañeros. “A todos en nuestra vida profesional nos ha pasado lo mismo. Es innecesario ser desagradable. Para el show ya no vale todo. La mentalidad de la juventud ha cambiado mucho. Fíjate en el resto de jurados de otros concursos, ya no existe esa figura más desagradable”, comparte. Un mero vistazo a la programación semanal es suficiente para comprobarlo. Pero muchas veces se debe a motivos más egoístas de lo que parece: Güimil destaca que el salvaje escrutinio de las redes sociales también ha conseguido que nadie quiera convertirse en “el malo” de los programas.
Aún así, valora cómo un logro el cambio de las dinámicas televisivas. “Las cadenas han hecho las cosas de otra forma y los datos les están dando la razón; se puede hacer entretenimiento sin degradación. Que otro tipo de jurado es posible lo demuestra Bake Off: Famosos al horno donde el trío de jueces supone un reverso luminoso del ceñudo trío de Masterchef [todavía a menudo puesto en tela de juicio por su dura actitud con los concursantes, sean anónimos o famosos]. Los tres demostraron que se puede ser riguroso sin caer en el desprecio o la humillación, algo que sobra en la vida en general, pero más en algo tan ligero como un concurso televisivo”.
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