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Delaossa: “No me avergüenzo de haber sido adicto. Voy con la cabeza muy alta”

El rapero malagueño ha conseguido que su segundo disco, ‘La Madrugá’, sea el séptimo mejor debut de un álbum en la historia de España. Y, en su plano vital, algo mucho mejor

Raúl Novoa

¿Qué me pasa, que no consigo lo que quiero?”, se preguntó el rapero Daniel Martínez (Málaga, 32 años), más conocido como Delaossa, al ver que era incapaz de componer su nuevo álbum. Visto desde fuera, no le iba mal: acababa de conseguir su segundo disco de platino con Veneno (2020), colaboraba con artistas internacionales, la escena del rap le respetaba y actuaba en los festivales más importantes. Pero tenía problemas: “La noche, el alcohol y las drogas”, enumera. “Tuve que dar un cambio radical. Pedí ayuda tras ver que solo no podía. Creo que es lo mejor que he hecho en mi vida”, cuenta.

Delaossa es amable y tiene unos llamativos ojos verdes que miran con atención a los de su interlocutor. “La semana pasada no me encontraba contento. Llámalo depresión posparto o resaca emocional, pero me pegó fuerte”, cuenta dos semanas después de lanzar La Madrugá, su segundo álbum, lo primero que edita después de más de dos años. Había pistas de que algo hacía, pero ni entrevistas ni conciertos. Estaba desaparecido. “No era capaz de ponerme y me sentía mal conmigo mismo”, cuenta. La realidad es que estaba en un centro de desintoxicación. Ahora cuenta su historia en tercera persona, como tomando distancia: “Era un chaval de El Palo, un barrio obrero de Málaga, precioso, pero con cosas malas. Un chico que con 17 años pierde a su madre, con sus dos hermanos fuera, su padre yendo y viniendo y sin estructura familiar es normal que se deje llevar por la tentación”, reflexiona. Su barrio siempre ha sido su estandarte. “Y lo seguiré reivindicando. Me importan las raíces, como a Sorrentino”, ríe. El problema eran las cargas personales, que no soltaba, excepto cuando escribía.

Las canciones de Delaossa siempre fueron crudas, explícitas y, sobre todo, rabiosas. Al subirlas a internet —muchas veces junto a Space Hammu, el grupo que fundó con sus amigos— llegó esa fama repentina para la que no siempre se está preparado. “Todo parece muy brillante y te dejas llevar. Conoces a gente con repercusión e influencia, pero que no tienen nada que ofrecer. Es mejor dejarlo. Ya no voy a ningún lado por alguien. He dejado de moverme por el interés. Es un proceso, no creo que sea malo, hay que vivirlo y darse cuenta”, dice.

En 2021 publicó Ojos verdes, una canción que reflejaba sus excesos: “Creo que estaba Úrsula Corberó y me dijeron que con ella fui un borde”, cantaba. Pero también estaba rumiando la idea de de un cambio. “Empecé a darme cuenta que esa vida no me llenaba. Me despertaba con una resaca emocional que te chupa la felicidad varios días”. En este proceso, La Madrugá ha sido el broche final para romper con su vida anterior. “Recordaré este disco como el click de mi cabeza. Me ha permitido ser más natural, transparente e incluso vulnerable. No me da miedo llorar delante de la gente”, reconoce con orgullo, y añade que cree que hay que hablar más de las adicciones: “No me avergüenzo de haber sido adicto. Hay miles de problemas en el mundo y este es uno. Voy con la cabeza muy alta”.

¿En el centro pensaba en música? “Sí, pero llevé mi MP3 y me lo quitaron pronto. Vas a hacer terapia, no a componer”. ¿Es complicado no recaer? “Muchísimo. Por eso es importante la ayuda profesional. Si quieres resultados, tienes que cambiar la estructura de las cosas que haces. Me cambié de teléfono, estuve con un Nokia para desengancharme de las redes. No solo era adicto a las drogas, lo era también al feedback. Ahora controlo muchísimo el tiempo que uso el móvil. Y a veces aún cuesta”.

Pero el nuevo disco ha funcionado. Ha sido el séptimo mejor debut de un álbum en la historia de España y cuenta con 4,8 millones de oyentes mensuales de Spotify. ¿Le importan? “Pues sí, cuando sale estás pendiente. Pero no puedes hacerlo de forma compulsiva”, advierte. La Madrugá es también una evolución en su música: tiene canciones más urbanas con invitados como Quevedo o Recycled J, pero también melódicas, con Andrés Calamaro o Tijeritas, pionero del flamenco pop y también de Málaga. Pero por ahora, como dice Delaossa, ya se ha pasado la fiesta. “La Madrugá es un disco. Ahora toca seguir con la vida, que es lo que importa. Vendrá más música, pero solo si sigo bien”, afirma. Y en ese rumbo hay algo de milagro rutinario, de belleza rota que encuentra su lugar, como en las películas de Sorrentino: una celebración serena del presente, donde el verdadero acto revolucionario es vivir, mirar hacia atrás sin miedo y caminar hacia lo que venga.

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Sobre la firma

Raúl Novoa
Periodista gallego que colabora en ICON, EL PAÍS SEMANAL, EL PAÍS Audio, EL PAÍS Gastro, El Comidista y Proyecto Tendencias. Escribe también para Euronews, Tapas, CAP 74024, El Salto y elDiario.es, donde trabajó dos años. Autor de 'Radiografía del Lobby del Mercado Eléctrico' con el Corporate Europe Observatory y ganador del premio VI Nacho Mirás.
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