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Vestidos para la aventura
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gafas y nazis

Hitler no quería que lo vieran con ellas, pero Himmler las llevaba puestas siempre con su uniforme SS ‘premium’

Hitler mirando un mapa con una gran lupa el 20 de abril de 1939.
Hitler mirando un mapa con una gran lupa el 20 de abril de 1939.Ullstein / Getty Images
Jacinto Antón

Ha aumentado mi perplejidad sobre la imagen que doy a la gente por el hecho de que me regalaran por mi cumpleaños unas gafas auténticas del Ejército alemán de la Segunda Guerra Mundial. Que fueran a juego con una pala militar de trinchera similar a las que usaban los soldados del III Reich en la película La Cruz de hierro o en las novelas del ínclito Sven Hassel, ha contribuido a desconcertarme: a ver cómo empleas una pala así para replantar los rosales. Las gafas, he de reconocer, son sorprendentes: unos anteojos para la nieve de Gebirgsjäger (cazadores de montaña), las correosas tropas alpinas de las que los alemanes equiparon 15 divisiones (6 de las Waffen-SS). Concebidas para reducir el resplandor y prevenir la ceguera por la nieve, las gafas no tienen cristales sino que las lentes son de aluminio con unas ranuras para la visión. Te dan un aspecto similar al de Nanuk el esquimal. De hecho, están basadas en el mismo principio que las de los pueblos cazadores árticos, que en su caso son de hueso, marfil o madera y se las considera las primeras gafas de sol de la humanidad.

Mis gafas nuevas, que he de ver cómo combino con mi vestuario, se parecen muchísimo a las que emplearon dos conspicuos personajes aventureros que fueron miembros de las SS. Uno es el alpinista Heinrich Harrer (1912-2006), autor de Siete años en el Tíbet y al que encarnó Brad Pitt en la peli de 1997 del mismo título, antes de que se destapara la negra membresía del montañero, al que el mismísimo Himmler había reclutado a fin de escalar para las SS el Nanga Parbat, que ya es plan. El otro aventurero es el aún más deleznable Ernst Schäfer (1910-1992), que alcanzó el rango de Sturmbanführer de las SS y era explorador, cazador y zoólogo (y autor de Montañas, Budas y osos). Schäfer encabezó la racista expedición de la Ahnenenrbe nazi al Tíbet de 1938 que de haber encontrado al Yeti lo hubiera enviado a Mauthausen.

Yo, la verdad, si hay que reflejarse (y valga la palabra) en un militar alemán con anteojos prefiero al teniente Christian Diestl (Marlon Brando) de El baile de los malditos, que se pone y se quita con estilazo las Ray-Ban en el desierto (de dónde habrá sacado un oficial del Afrika Korps unas Ray-Ban en Libia es un misterio). Rommel, ese gran mariscal trendy que puso los shorts de moda, era un artista colocándose elegantemente las gafas antiarena de las unidades motorizadas sobre la gorra. Pero si hablamos de nazis y gafas, el personaje de referencia es Himmler, que pese a toda la monserga del superhombre ario era miope como un topo (y además carecía de sentido del humor, así que de haber leído esta columna me habría enviado a Mauthausen con el Yeti). Himmler, que no confundía ocultista y oculista, llevaba siempre gafas, generalmente unos quevedos que junto a la indumentaria de SS premium podían hacer que te rieras por contraste, lo que no era muy recomendable si no querías acabar en Mauthausen conmigo y con el Yeti. Se atribuye a un Gauleiter, gobernador nazi, haber musitado una vez: “Si yo tuviera ese aspecto no iría por ahí hablando de la raza superior”.

A Hitler en cambio no le gustaba llevar gafas y mira que le hubieran ido bien para ver los mapas y lo grande que es Rusia. No las usaba porque era coqueto (no lo digo yo, lo apunta Richard J. Evans en su revelador perfil del Führer en su libro Gente de Hitler). Tenía un exacerbado y torcido sentido del ridículo y la dignidad (y no había visto lo bien que le sentaban las Ray-Ban a Marlon Brando). A Rommel no le dejaba montar en camello por eso mismo. Es cierto que el mariscal hubiera quedado raro en dromedario con las antiparras contra el polvo en la gorra y el pantalón corto: eso sólo lo lleva bien un inglés. Hitler se ponía gafas en la intimidad –con Keitel y sus amigos– o cuando quería parecer un arquitecto. Lo que hacía habitualmente era usar una enorme lupa (juro que no me lo invento, ver foto) o que le mecanografiaran los discursos en letra más grande de lo normal, para lo que tenía una máquina de escribir especial, Führerschreibmaschine mit Großdruck. Aún así, podríamos concluir que Hitler no vio la que se le venía encima.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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