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Vestidos para la aventura
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Edad Media en los pies: los zapatos obscenos de Fulco de Anjou

Se inventó los pigaches, zapatos con la punta afilada y hacia arriba, un calzado que llegó a ser considerado diabólico sin que podamos determinar si el zapato hizo al personaje o el personaje al zapato

Roger Moore en la serie de televisión 'Ivanhoe' (1958).
Roger Moore en la serie de televisión 'Ivanhoe' (1958).Getty Image
Jacinto Antón

Después de haber abordado el tema de la vida íntima del Medioevo en uno de los artículos más leídos de mi carrera bajo el título Sin sexo oral en la Edad Media (haga usted cinco años de Periodismo en la universidad, incluida la asignatura de semiótica, para eso), tratar el asunto de la moda parecería poner el listón más bajo (y valga la metáfora). Pero eso es si no conoces la historia de Fulco IV de Anjou el Pendenciero, probablemente el mayor influencer medieval y acusado de obscenidad diabólica ¡por su calzado!

Puestos a vestir en la Edad Media, yo me inclino por hacerlo del Príncipe Negro (no confundir con el de Beaukelauer, ni siquiera con el de chocolate negro), el valeroso primogénito de Eduardo III de Inglaterra. Eduardo de Woodstock (nada que ver con el festival, creo) fue un príncipe desafortunado, pues murió antes de ser rey, eso sin contar con que se casó con Juana de Kent, alias La bella doncella de Kent, notable bígama al haber estado casada antes a la vez con Thomas Holland de Upholland (Lancanshire) y Guillermo de Montaigu y haberse montado un considerable pollo al volver el primero inesperadamente de las Cruzadas.

En fin, para lo que nos ocupa, no se sabe a ciencia cierta porqué llamaban negro al príncipe negro (como no se sabe tampoco porque denominaban gris a Jacques Le Gris); algunos creen que por su carácter y por haber devastado lugares como Burdeos, Coñac o Armagnac, probablemente con el ánimo de bebérselo todo. Pero yo me inclino por la teoría de que llevaba una magnífica armadura negra que ríete tú de la de Darth Vader. Otro que vestía como un príncipe era otro príncipe inglés, Enrique V, al que han interpretado magníficamente ataviado para arengar a las tropas Laurence Olivier, Kenneth Branagh y, ya en la gama baja, Timothée Chalamet, que parecía más Juana de Arco.

Si no se puede aspirar a la realeza, mis modelos de indumentaria medieval son, tras Lanzarote del Lago (el de Chrétien de Troyes y no el de Monty Python), Ricardo Corazón de León, los templarios, el Capitán Trueno y Orlando Bloom como Balian de Ibelin, preferiblemente en brazos de la Sybilla de Eva Green déshabillé à la mahometana. Galahad es demasiado casto para mi gusto. Es cierto que seguramente, por estadística, de vivir en la Edad Media nos tocaría más vestir como juglares, campesinos, mendigos, frailes, brujas, leprosos o víctimas de la Peste Negra (not dead yet!), todo lo cual es muy poco cool.

Volviendo al origen de estas líneas, Fulco IV le Réchin (1043-1109), el Pendenciero o el Hosco, conde de Anjou, era hijo de Ermegarda de Anjou, hija a su vez de Fulco el Negro (sin relación con el Príncipe Negro). Fue criticado por el cronista Ordericus Vitalis por ser “hombre de muchos reprensibles e incluso escandalosos hábitos”. Podría parecer que el bueno de Orderico se refería a su proverbial promiscuidad que incluyó casarse cinco veces: Hildegarda de Beaugency, Ermengarda de Borbón, Orengarda de Châtelaillon, una hija del conde de Brienne cuyo nombre no se ha conservado pero que sin duda acababa en garda (con lo fácil que es llamarse, no sé, Mari Carmen), y Bertrada de Monfort, de la que tuvo a Fulco V, rey jure uxoris (por matrimonio, con Melisenda) del reino cruzado de Jerusalén.

Bertrada, por cierto, también fue bígama, pues, abducida por el rey Felipe I, se casó con el monarca cuando su marido Fulco aún estaba vivo y se convirtió en reina de Francia en 1092. De ella dijo Juan de Marmoutier que “ningún hombre bueno la elogió a excepción de su belleza” aunque consiguió que Fulco IV se hiciera amigo de Felipe I, lo que tiene mérito.

Bien, pero lo que más se le criticó a Fulco fue, y de aquí su importancia para ICON y esta columna, su invención de los pigaches, zapatos con la punta afilada y hacia arriba también conocidos como cracovianas o poulaines, un calzado que llegó a ser considerado vano y obsceno y hasta tenido por diabólico sin que podamos determinar si el zapato hizo al personaje o el personaje al zapato. Para estudiosos como Havelock Ellis, acreditado formulador de la urolagnia (lluvia dorada) y John Carl Flügel, autor de Psicología del vestido (Melusina, 2015), que ha explicado como nadie la manera en que la ropa simboliza los genitales (no se pierdan el capítulo sobre la evolución de la bragueta), los pigaches son una clara representación fálica, lo que explicaría que San Anselmo prohibiera su uso a los clérigos ingleses en el Sínodo de Westminster, el legado papal Robert de Courson que se llevaran en la Universidad de París y el Cuarto Concilio Laterano que los calzara cualquier clérigo católico.

Pese a las críticas, o quizá por ellas, los puntiagudos zapatos de Fulco se convirtieron en la última moda en Francia e Inglaterra y hasta se adaptaron a las armaduras. Llegaron a hacerse exageradamente largos y se los rellenaba para mantener la punta erecta. El profesor australiano especialista en calzado Cameron Kippen señala en su imprescindible texto The curious history of long toed shoes que los pigaches podían utilizarse para meterlos bajo las faldas de las mujeres como prolongación del sexo masculino y con similar finalidad.

Lo que da de sí un zapato medieval, ¡válgame Ivanhoe!


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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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