Cómo cayó M.I.A.: crónica de la artista comprometida y radical que acabó apoyando a Trump y los antivacunas
No hace demasiados años la artista natural de Sri Lanka representaba el futuro de la música, con producciones innovadoras y mensajes políticos y rompedores. Hoy su música ha pasado a un segundo plano en los titulares que se publican sobre ella
En diciembre de 2004, una mixtape titulada Piracy Funds Terrorism (”la piratería financia el terrorismo”) descubría al mundo a la vocalista M.I.A. y el productor Diplo. Pese a ser una grabación no oficial, de la que se prensaron mil copias en CD que se repartieron en conciertos o a través de Internet, muchas publicaciones acabaron incluyéndola en sus listas de lo mejor de aquel año. El disco era una exuberante fiesta de baile que incluía pistas vocales de M.I.A. sobre samples (no autorizados) de temas de Madonna, Prince, Bangles, Jay-Z y Kraftwerk, entre otros. ¿De dónde había salido todo aquello?
En realidad, Mathangi Maya Arulpragasam (Londres, 1975) nunca había pensado en dedicarse a la música. Su familia procedía de Sri Lanka y pertenecía a la etnia tamil, perseguida por el gobierno de aquel país. Su padre, que se puso el apodo de Arular, era un líder del grupo guerrillero de los Tigres Tamiles, que se levantaron en armas buscando la independencia. Pero también fue un progenitor ausente mientras Maya y su madre vivían como refugiadas en el barrio londinense de Acton, en un entorno que la artista recuerda como “increíblemente racista”. Su madre consiguió un trabajo como costurera para la Familia Real, y ella una plaza en la prestigiosa escuela Central Saint Martins, donde se formó como artista visual, cineasta y diseñadora de moda. En aquella época, Maya estaba intentando hacer cine social y empezó a exponer su obra pictórica (una suerte de collages con influencia del grafiti, la cultura tamil, arte pop y mucha carga de denuncia política) ya con el seudónimo de M.I.A. Llegó, incluso, a estar nominada para el Premio Turner alternativo y el actor Jude Law fue uno de los primeros compradores de su arte.
Pero su rumbo cambió cuando entabló amistad con Justine Frischmann, del grupo Elastica. Esta la convenció para diseñar la portada de su álbum The Menace y grabar un documental de su gira norteamericana del 2001. La telonera de aquellos conciertos era la cantante de electroclash Peaches, quien enseñó a M.I.A. a usar el sintetizador Roland MC-505 y la animó a hacer música. Un par de años después grabó su primer tema, Galang, en una edición limitada de 500 singles de vinilo en un pequeño sello independiente, Showbiz Records, al que luego siguió otro sencillo, Sunshowers. La voz comenzó a correr en pequeñas emisoras de radio, algunas discotecas underground y, sobre todo, a través del intercambio de archivos en Internet. En 2004, colgó varias canciones en su página de Myspace, las discográficas fueron a por ella y acabó firmando por el prestigioso sello XL Recordings para publicar su primer álbum, Arular.
Pero los problemas de derechos con los samples fueron retrasando su salida. Al conocer a Diplo, un entonces anónimo productor de Filadelfia, decidieron grabar la citada mixtape como herramienta promocional y experimento creativo. Eso llevó a hacer del primer álbum oficial de M.I.A. uno de los grandes fenómenos musicales independientes del nuevo siglo. Cuando por fin vio la luz, en marzo de 2005, Arular no dejó a nadie indiferente. “Aquella mezcla de intuición pop, swagger hip hop y ritmos (para nosotros) exóticos resultaba irresistible”, recuerda Juan Manuel Freire, crítico musical en El Periódico y Rockdelux. “Sus primeras producciones con Diplo ya incluían reguetón o baile funk, pero Arular supuso una revolución con aquella energía entre el electro, el punk, la música jamaicana, el dancehall, el jungle, la música tamil… Además, ella fue una de las primeras estrellas pop virales de la historia, quizá la primera de la era Internet”, añade Diego Rubio, jefe de redacción de la revista Nuebo.
“Su mayor logro fue coger todos esos ritmos, desde la India a Puerto Rico, y darles el giro justo para enamorar a occidente sin que te acusen de apropiación cultural. Y usarlo como caballo de Troya para poner en primer plano de sus letras conflictos bélicos o migratorios, que muchos no escucharíamos si vinieran en formato de canción protesta, rock de estadio o world music”, argumenta Cristina Plaza, músico y figura todoterreno que, además de años haciendo fanzines y podcasts, actualmente graba y actúa bajo el nombre de Daga Voladora.
Ella se confiesa muy fan de M.I.A. “La considero una visionaria. Hay discos muy importantes desde hace 5 o 6 años donde encuentras cosas clavadas a lo que ella exploraba ya hace 20. En El mal querer, sin ir más lejos, escucho muchas cosas de M.I.A., y a nivel visual, también, como el video de Pienso en tu mirá. Seguro que Rosalía y El Guincho son requetefans. Quiero decir que, consciente o inconscientemente, ella es una referencia para muchas artistas relevantes de hoy”, sostiene Plaza.
¿Visionaria o radical chic?
Arular catapultó a M.I.A. como la artista de moda, aunque ella también fue presa de las contradicciones desde los mismos inicios de su carrera. Quiso utilizar su posición desde la música pop para informar y crear conciencia sobre la situación sociopolítica y humanitaria del pueblo tamil, pero le costó adquirir credibilidad: al vivir en la metrópoli, sus allegados en Sri Lanka no se la tomaron en serio, y, desde occidente, tampoco se la creían por su asociación con el mundo pop y con la moda. Que cumpliese con tanta pericia la máxima de Emma Goldman (“si no se puede bailar, no es mi revolución”) tampoco le ayudó a la hora de conferir más peso a su mensaje: parte de sus críticos veían el medio como demasiado frívolo o, en el mejor de los casos, desconcertante. Con un gran enfado por su parte, The New York Times denominó como “radical chic” lo que ella hacía, pues consideraba que utilizaba la estética de la revolución para darle un marchamo cool y convertirla en un producto.
Pero también empezó a ser pasto de estudios académicos de todo tipo. Por ejemplo, la periodista Denise Sullivan subrayó cómo, en contraste con otros músicos de rock, M.I.A. estaba llevando más allá el legado de The Clash, “despertando la controversia al mismo tiempo que lo estaba haciendo”. En EEUU le negaron el visado de entrada y, aparentemente, la CIA vigilaba sus movimientos. Su segundo álbum, Kala (2007), lo grabó en India, Angola, Trinidad, Liberia, Jamaica y Australia; y sus canciones se expandieron aún más hacia una visión global, haciendo referencia a problemáticas del Tercer Mundo, la inmigración, la pobreza y la violencia. Ahí se encontraba el que sería su tema cumbre, Paper Planes, que se llevó una nominación al Grammy. El mismo año, fue candidata al Oscar O, Saya, compuesta para la película Slumdog Millionaire. Cuando entregó su tercer largo, Maya (2010), estaba vendiendo más que nunca, y parecía que todo iba viento en popa para que se consolidase como la gran estrella pop del nuevo milenio. Pero no fue así.
“Yo también creía que iba a ser una nueva Madonna de influencias más diversas, menos anglocéntricas, más guerrilleras. Y entonces llegó Maya, que contiene el que me parece el hit absoluto de M.I.A., XXXO, pero también muchos otros temas más deliberadamente desdibujados. Es como si M.I.A. se hubiera rebelado en ese momento contra su propio éxito y quisiera replegarse en el underground”, apunta Juan Manuel Freire. “Ella era caótica desde el principio y siempre se le vio incómoda con esa idea de ser una popstar”, añade Diego Rubio. Daga Voladora opina que “para haberse convertido en esa gran estrella del pop tendría que haber rebajado el discurso político y, desde luego, haberse sexualizado muchísimo más. Ella nunca ha jugado esa carta, que en el pop siempre es moneda corriente”.
El autoboicot de la Superbowl con Madonna
Afirma Juan Manuel Freire que, “cuando M.I.A. quiso volver a apuntar hacia el mainstream, no lo hizo con la puntería deseable”. La gran oportunidad de su vida a nivel de visibilidad masiva fue cuando Madonna la invitó, junto a Nicki Minaj, a acompañarla en su actuación en el intermedio de la Superbowl, en 2012. En medio de la misma enseñó el dedo corazón a la cámara. La Liga Nacional de Fútbol Americano le impuso una multa millonaria y exigió una disculpa pública. Pero ella les acusó de hipocresía, y declaró en un vídeo: “Básicamente, lo que están diciendo es que está bien que yo promueva la explotación sexual como mujer en lugar de mostrar empoderamiento femenino a través del punk rock. A eso se reduce todo, y me están demandando por ello”.
“Creo que pecó de ingenua”, afirma Daga Voladora. “Debió de pensar: yo estoy aquí por derecho propio, no porque me traiga esta señora. Hizo una peineta ante millones de espectadores sin darse cuenta de la tremenda afrenta que supone eso para los estadounidenses. En el documental que hizo su colaborador Steve Loveridge (Matangi/ Maya/ M.I.A., de 2018) salían imágenes posteriores al show, en un camerino, y ahí a ella se la ve asustada de verdad. O sea; hizo una tontería y se dio cuenta. Ahí se colgó el sambenito de conflictiva de por vida”. “Me pareció un gesto llamativo pero indefinido, es decir, menos impactante que Sinéad O’Connor rompiendo la foto del papa”, opina Juan Manuel Freire. “En su momento causó demasiada publicidad negativa y, desde luego, no debió ayudarle a convertirse en la siguiente Madonna”. Para Diego Rubio fue “una boutade que lo único que demuestra son dos cosas: que la sociedad estadounidense tiene un problema de puritanismo y falsa moral y que Madonna siempre jugó a favor del sistema, aun siendo a la vez un poco caballo de Troya”.
¿Una víctima de la pandemia?
Tras aquello, M.I.A. ha seguido una trayectoria bastante errática. Matangi (2013), AIM (2016) y Mata (2022) han sido discos de perfil bajo, que han pasado desapercibidos mientras otros factores extramusicales han acabo llamando más la atención: por ejemplo su apoyo a los antivacunas o una conversión del hinduismo al cristianismo después de “experimentar una visión de Jesucristo”, según declaró a Zane Lowe, de la emisora Apple Music 1. Lo más radical, tras años mostrando explícitamente su apoyo a Jeremy Corbyn en Reino Unido, fue un extraño tuit a favor de Donald Trump cuando este “fichó” al antivacunas Robert F. Kennedy Jr. Decía: “Trump va a conducir a Estados Unidos a través de los próximos cuatro años más difíciles arrancando la maleza, y RFK heredará Estados Unidos cuando Dios esté listo para replantarlos y reconstruirlos con rectitud”.
Trump is going to ride America through the most challenging 4 years coming pulling out weed , and RFK will inherit America when God is ready to replant and rebuild it righteously. https://t.co/dVseN9rcej
— M.I.A. ⊕ II II II (@MIAuniverse) August 23, 2024
“Posiblemente se le fue la pinza hace tiempo, pero al menos seguía haciendo grandes canciones”, indica Daga Voladora. “El problema viene cuando el nivel artístico baja y lo que más destaca ya no son ni la música ni los videos, sino sus declaraciones, pataletas y conspiranoias. Pero también hay que ponerse en su lugar: hija de inmigrantes en un país bastante clasista, donde te insultan, te marginan, te toman por ignorante o idiota, directamente. Ni su infancia ni su adolescencia debieron ser fáciles, es bastante lógico que sea desconfiada y, su intención de rebelarse constantemente contra la autoridad y el sistema. Es pura contradicción, y eso la hace más interesante”.
La artista cree que hubo cosas con las que acertó, como la época en que se alineó con Wikileaks. “En su canción The Message, de 2010, ya estaba diciendo que todo estaba conectado a Google y Google conectado con la CIA. En cierto modo debió sentir que eso legitimaba todas sus opiniones y denuncias posteriores a lo largo de los años. Pero una cosa es mostrar tu apoyo a Julian Assange y otra, ver conspiraciones por todos lados las 24 horas del día. Probablemente sea una persona bastante inocente que teme que se aprovechen de ella, y por eso tiene esas salidas. Es un poco incoherente que vayas predicando que el mayor poder es del pueblo unido, y a la vez te descuelgues con algo tan individualista, poco solidario y peligroso como el rollo antivacunas, por ejemplo. Más que tener un origen humilde y vestirte de Versace, que es lo que la gente suele echarle en cara y que para mí es una absoluta tontería”, sostiene Cristina Plaza.
La última aventura de M.I.A., de nuevo extramusical, es la línea de moda Ohmni, que lanzó en junio y se supone que protege al cuerpo de las frecuencias electromagnéticas y el 5G y, además, impulsaría la fertilidad. “En realidad, creo que ha tomado muchas más decisiones buenas a lo largo de su carrera que malas”, apunta Diego Rubio. “Al final creo que es una víctima más de la pandemia. Respeto mucho muchas de las cosas que ha hecho en el pasado, la temática de muchas de sus letras, sus intereses audiovisuales, que con el tiempo son incluso más sólidos que sus momentos de genialidad musical, y lo importante que ha sido en los 2000 para poner en el mapa escenas y géneros musicales de los márgenes y ese constante anticapitalismo iconoclasta”.
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