Borja Luna: “Trabajar con Najwa Nimri es como estar en la jaula de un león y sobrevivir”
A sus 39 años, el actor ha encontrado el éxito gracias a la serie de médicos ‘Respira’, que lleva dos meses entre lo más visto de Netflix. Sin embargo, sopesa un retiro dorado para dedicarse a su pasión: los caballos
En la era del algoritmo, uno ya no se hace famoso: se hace viral. Aunque Respira, la serie de médicos que lleva dos meses entre lo más visto de Netflix, ha sido un gran escaparate para Borja Luna (Madrid, 39 años), el intérprete culminó su bautismo de fuego a finales de agosto coprotagonizando uno de los vídeos más difundidos del verano. En la presentación de la serie, un periodista de Europa Press les preguntó a él y a su compañera Najwa Nimri su opinión sobre la sentencia a Daniel Sancho, condenado a cadena perpetua tras asesinar y descuartizar a un hombre en Tailandia. “Igual no es momento para hablar de eso”, cortó Luna. Para pasmo de los presentes, Nimri opuso: “Bueno, igual sí, ¿quién es? ¿Qué ha pasado?”. “Rodolfo Sancho, el hijo de Sancho Gracia, que su hijo ha tenido… Bueno, lo de Tailandia”, intentó abordar el actor, que, incómodo, acabó excusando a su partenaire y llevándosela: “Ahora se lo cuento yo”.
¿Se lo contó? “Se lo fui contando entre entrevista y entrevista, pero como que le daba igual, no prestaba atención. Es una persona fascinante”, dice Borja Luna. “No sé si lo sabía, porque le gusta jugar y está por encima de todo. Me extrañó que no conociese al propio Rodolfo Sancho, pero qué sé yo. Qué sé yo. Qué sé yo. Qué sé yo”, se pregunta cuatro veces. Para Luna, Nimri está “muy encriptada”, pese a la química demostrada por ambos en el improbable romance que sus personajes viven en Respira. Él, en la serie, es el doctor Néstor Moa, un oncólogo en lucha contra los recortes a la sanidad pública. Ella es Patricia Segura, presidenta de la Generalitat valenciana, responsable de esos recortes y a la que diagnostican cáncer. El acercamiento entre los polos fue en paralelo dentro y fuera de la pantalla.
“Manu Ríos [que interpreta al médico residente que tiene Luna al cargo] es alguien que se acopla a ti, pero Najwa no. Te agarra, te lleva a su terreno y, si no te andas con cuidado, puedes desaparecer. Como meterte en una jaula con un león salvaje y sobrevivir. Tenía que pensar en cómo hacer para no matarnos, respetar nuestros espacios y acabar abrazándonos, entendiéndonos y queriéndonos, según qué distancia. No te puedes querer igual con un león que con un conejito”, desarrolla. “Manu te lo hace todo amable. Recuerdo cuando entró la primera vez, como un ser irreal, lleno de luz”.
No obstante, se siente agradecido por el reto. De sí mismo, dice que es alguien muy disperso, con problemas para concentrarse y memorizar. Trabajar con una actriz con la que siempre debía mantener la guardia alta, que hacía distinto cada toma, le ha llevado a dar un salto cualitativo: “Con Najwa te tienes que deconstruir a cada instante, renunciar a todo lo que traes y encontrar nuevas estrategias. Ha sido glorioso, ha sacado lo mejor de mí porque me ha obligado a estar en el presente”.
El otro estímulo que Luna encontró en Respira fue su tema. “Estoy contento de que el lenguaje mainstream se utilice para visibilizar la situación de la sanidad pública. Es un milagro. No sé si debería hablar de estas cosas, pero creo que el discurso y toda la parte sutil del arte cada vez tienen menos cabida en el audiovisual. Me cuesta ver algo que me interese”, admite. De gran verborrea, aunque meditabundo e introspectivo, la voz de Luna parece retransmitir su flujo de pensamiento: a veces se enreda, pero sus respuestas nunca suenan fabricadas. En ocasiones, el bloqueo deriva de sus ganas de dar mucha información al mismo tiempo. Es lo que cuenta que le ocurrió cuando quiso entrar en el gremio: “Con 15 o 16 años hice un casting para Al salir de clase. Me empezaron a preguntar cosas y, antes de conseguir decir nada, me dieron la gracias e hicieron pasar al siguiente. Las ganas a veces te paralizan. Por el constructo de mi cabeza en esa edad, no podía trabajar en el audiovisual, porque tienes que ser muy rápido, dar la secuencia en el tiempo y quizá solo tengas una toma”.
“A veces uno está en su casa diciendo: joder, ese lo hace regulín, yo lo podría hacer mejor. Luego llegas al set de Las chicas del cable y ves que llegar a trabajar regulín es difícil”, comenta sobre la serie de Netflix en la que trabajó entre 2017 y 2019. “Puede que pases una vez el texto o ni eso. Como mucho, un ensayo técnico para que sepas por dónde te tienes que mover. Recuerdo a Yon González, que es alguien de una animalidad y un salvajismo como el de Najwa, una fuerza de la naturaleza. Yo quería hacer caso al director, al de luces, al de sonido y al de la ropa. Veías a Yon y hacía lo que le salía de los huevos”.
Luna remacha la exposición con un símil futbolístico: “Tú no le puedes decir a Messi: regatea así y luego, cuando te entre el defensa, haces esto. No, Messi sabrá lo que tiene que hacer. Lo que pasa es que adueñarte, colocarte en ese lugar de poder, que los demás entiendan que lo ocupas con virtuosismo, confíen en ti y te lo permitan es complejo”.
El mejor perro del mundo
Así las cosas, Borja tuvo que madurar en teatro, cuyos ritmos le eran más favorables. Debutó de la mano de Aitana Sánchez-Gijón, Goya de Honor 2025, con quien se ha reencontrado en Respira. “Fue un regalo de la vida esa flor bien abierta con Aitana, superbonito. No era ni un personaje, hacía acotaciones. Hice un perro que es de lo mejor que he hecho en mi vida”. ¿Perdón? “Ya te digo que hacía muchas cosas, también hacía de un Cristo de madera tirado o corría unas cortinas. Era una obra llamada Santo que no tenía escenografía. En un momento, estaba Aitana en una mesa, representada con una luz rectangular en el suelo. Yo ahí estaba haciendo de mayordomo. Y pensé: hace falta un perro a los pies de Aitana. El director Ernesto Caballero me dio libertad. Era lo que estaba viendo, no era un capricho. La vida o el arte quieren que ocupes un lugar. Directamente, sin mediar palabra, me tiré e hice el mejor perro del mundo”, describe con seriedad absoluta.
La crítica le dio la razón. “Viggo Mortensen se acercó a decirme que me había visto haciendo de perro y se deshizo en elogios. La hija de Aitana [la cantante de trap Bruna Lucadamo], que tendría seis años y ahora es una estrella del carajo, me dijo: ‘Borja, eres el mejor perro del mundo. Nadie podía hacer mejor de perro que tú. Ni siquiera los perros’. Este es el nivel de perro que hice en ese montaje”.
De entre todos los trabajos que ha realizado en el audiovisual, destaca el largometraje de no ficción Salvajes, el cuento del lobo (2021), sobre el conflicto entre los ganaderos y el lobo ibérico. Choca que considere una de sus mejores actuaciones un documental donde, según él, solo da “declaraciones a cámara”, pero viendo la película descubrimos que es más que eso: con un cerradísimo acento asturiano, hallamos a Borja Luna como un naturalista de las montañas que denuncia las cazas ilegales de lobos, enseñando, muy alterado, las balas con las que le amenazan los ganaderos. Contactado días después para aclararlo, explica que fue un recurso para dar voz a Robin, un naturalista real que no se atrevía a mostrarse. “Yo no llegué a conocerle, porque el tipo estaba realmente asustado. Efectivamente, no se indica que sea una dramatización, se juega a que es un entrevistado más para dar valor real a lo que dice. Como decía Calderón, la vida todo es sueño y los sueños, sueños son”, razona en un audio.
Borja es hermano de José y Jesús Luna, guitarra y batería de la banda Sexy Zebras. “Les llevo siguiendo toda la vida, durmiendo en el coche para ir a verlos. Si hay que ir a Teruel y dormir en el campo, se va. Y al día siguiente, a Huelva. Ha sido así siempre”. Todos fueron al conservatorio, donde Borja aprendió violonchelo, aunque dice que lo toca “como el que toca una mesa”. El gusanillo le picó a él por otro sitio: a través de las películas del oeste. “Yo les veía montando a caballo y quería hacer de indio y de vaquero”, recuerda. Sin embargo, los sinsabores del oficio le sumieron en un proceso de reflexión. “Trabajando en teatro y comido por la mierda, porque es una vida muy difícil, en términos económicos, prácticos y funcionales, me pregunté: ¿por qué soy tan infeliz?”. La respuesta: a lo mejor, solo quería montar a caballo.
“Empecé con 26 años o así. Cuando la gente me pregunta por qué me gustan los caballos, les digo: ¿por qué a ti no? Montarlos es la ocasión de convertirte en algo mitológico, en un centauro. Como si tienes la oportunidad de subirte encima de un águila. ¿Quién no quiere subirse encima de un águila? Pues digo lo mismo, ¿quién no quiere subirse encima de un caballo? Ser tú el cerebro y el caballo la fuerza. Ese diálogo con el animal, convencerle de que eres el mejor líder posible y que vaya contigo a donde haga falta. Los caballos tienen muchísimo miedo, es lo más peligroso de ellos. Convencer a un caballo de que contigo no tiene nada que temer, correr a esas velocidades, subir y bajar pendientes, andar por el campo, ser un centauro… ¿Hola?”, explica, con un intenso brillo en la mirada.
El intérprete comparte dos yeguas de carreras con un amigo en Galicia. La segunda, a la que compraron hace un año, llegó enferma de un riñón por la explotación sufrida, la han recuperado y, dice, ya está volviendo a competir. “Es un modo de vida que luego nos puede dar un dinero para seguir así y no tener que trabajar en nada más”. ¿Dejaría de ser actor? “A día de hoy no lo sé, pero casi diría que sí. Tal y como va el mundo, podemos ver que no va derivando hacia la gloria, el conocimiento, la búsqueda ni el amor. Va derivando hacia otros lugares. Puedes pensar que trabajar de actor es salirse de la Matrix, que vas a ser libre, pero estás en otro juego de la misma Matrix. De un tiempo a esta parte, vuelvo a darme cuenta de que la vida es otra cosa. Si vendemos estos caballos al término de un tiempo, podremos comprar otros dos o cuatro, un terrenito para vivir en el campo con mis caballos y con mi amigo, ir al río a caballo, construir algo con gente que entienda la vida parecido a mí. Yo te conozco y ya te quiero. Si te conozco y entiendo que eres bien, que eres amor y que eres capaz de sostener ese amor por las cosas, hay unos mínimos de capacidad para poder compartir”.
Hasta que sus planes se cumplan, Luna piensa seguir defendiendo cada papel con la pasión que tiene por principio rector: “He hecho un trabajo profundo de entender qué requiere el sistema de mí, cómo puede hacer negocio a través de mi cuerpo y mi sensibilidad. A mí me vale con que se vea a un actor loco dando lo mejor de sí, con todo su cariño, toda su capacidad y todo su amor a la empresa de sacar adelante una secuencia. Por eso ya vale la pena”.
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