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Esguinces, calles y libertad: ¿puede seguir siendo rebelde el skate a los 50?

El ‘skate’ se ha hecho adulto: de nacimiento pijo y adolescencia vandálica, ha pasado a ser un deporte olímpico y casi totalmente civilizado. ¿Puede recobrar el magullado encanto del principio?

A la izquierda, un 'half pipe' de los de toda la vida en el skatepark de La Rinconada a principios de los años ochenta.
A la izquierda, un 'half pipe' de los de toda la vida en el skatepark de La Rinconada a principios de los años ochenta.Ávaro Rivas (cedida por Caribbean)

En el principio fue el verbo. Y esos verbos fueron engorilarse (motivarse para patinar), planchar (aterrizar de forma sólida al hacer un truco) o decir que un bordillo tira (desliza). “El patín me ha cambiado la vida”, reconocen quienes llevan años practicando skate. Y puede hacerlo: rascazos, múltiples esguinces y roturas óseas dejan mella física y mental. Pero, a la vez, sobre un patín, cambia la ciudad. Los bancos ya no solo son para sentarse y las rampas se transforman en planos inclinados en los que hacer trucos —así se llaman— en equilibrio inestable. Hace 40 años que el skate estalló en España. El deporte mantiene su credibilidad adolescente, pero ha evolucionado y ya no es propiedad exclusiva de chavales de barrio bien. Incluso se ha hecho olímpico. Y, a pesar de todo, muchos de sus profesionales están de acuerdo en que no está en su momento de mayor popularidad. Este reportaje le toma el pulso a la escena.

Cuando hace diez años Juan Algora, Jura, voló girando 180 grados sobre las 14 escaleras, divididas en dos bloques de siete, de la estación de metro de Moncloa, una pregunta resonó al unísono en las diferentes plazas españolas: “¿Viste las 14 de Jura en Moncloa?”. Fue una hazaña épica para el skate, como el gol de Iniesta en el Mundial de Sudáfrica. “Aunque aquel truco lo hice el día de la segunda final de la Eurocopa de España, para que hubiese menos gente”, ríe Jura, que ha formado parte del equipo de Nike SB, uno de los más importantes del mundo para poder ser profesional, y hoy es dueño de la marca de skate nacional Damage LTD.

Jura, 'skater' profesional.
Jura, 'skater' profesional.Adri Ríos

Pero antes de que gente como él se jugara la salud de sus rodillas por hacer girar una tabla, caer sobre una barandilla, deslizarse sobre ella y aterrizar en el suelo de una sola pieza, hubo pioneros. Cuando José Antonio Muñoz, que ya hacía surf, empezó a patinar a finales de los sesenta, lo hacía con ruedas de madera en tablas fabricadas en Irún. Sus padres lo enviaron a estudiar a EE UU y él se fue sin saber que allí cambiaría su vida y, a la larga, también la de miles de jóvenes españoles. Allí el skateboard era primigenio, pero más evolucionado que el de la España franquista: las tablas estadounidenses tenían un acabado en punta, más aerodinámico, y ruedas de caucho, lo que permitía moverse por más terrenos.

Durante su estancia, Muñoz hizo contactos para que le enviasen material y así fundar, en 1975, la primera tienda especializada en skateboarding en España. Se llamaba Caribbean Skateshop y estaba en la calle Columela, en el Barrio de Salamanca de Madrid. La acción se desarrollaba muy cerca, a lo largo de la Castellana: plazas como las de Nuevos Ministerios o Colón fueron escenario de los trucos de los primeros skaters. “Lo que hacíamos era slalom, saltos de altura hippy jump [saltar sin levantar la tabla] o con rampa, poco más”, recuerda Muñoz, a quien popularmente se le conoce como Doc, por su parecido con el personaje de Regreso al futuro.

José Antonio Muñoz, 'Doc', pionero del 'skate' en España y fundador de la tienda Caribbean.
José Antonio Muñoz, 'Doc', pionero del 'skate' en España y fundador de la tienda Caribbean.Edy Pérez

Tras varias evoluciones en la forma de los monopatines, es en los noventa cuando el skate alcanza la forma actual, sobre una tabla con los extremos elevados —nose y tail— para posibilitar los saltos. “Lo llamábamos new school. Era más anárquico. Más de bajar a la plaza con los amigos a practicarlo”, recuerda Doc, quien sigue patinando a sus 71 años. “Los trucos de ahora eran impensables con las tablas de antes. No había ni vídeos, era a base de fotos de revistas”, explica.

Los nuevos skaters empezaron a saltar obstáculos —“módulos”— por la calle a golpes de kickflips —hacer que el patín gire por debajo de los pies— e impresionando a los paseantes. El cine y la moda se enamoraron del skate, que pronto pasó a formar parte de la cultura popular: era un irresistible distintivo de rebeldía y juventud, como en los cincuenta lo fue el rock. Incluso ahora, que presume de ser deporte olímpico desde los Juegos de Tokio en 2021, conserva el punto underground. “La imagen antitodo asociada al patín es real e innegociable. Es un mundo sin reglas en el que la gente se lleva bien compartiendo valores”, explica Jura.

Un joven patinador muestra su tabla rota en 1979.
Un joven patinador muestra su tabla rota en 1979.Marco Corrales (cedida por Caribbean)

El vídeo es la carta de presentación ante la comunidad de un patinador, que pueda tardar meses e incluso años en grabar una pieza. Para el resto, devorarlo son los deberes: los clásicos audiovisuales del género van del Streets On Fire (1989), de la marca Santa Cruz, pasando por el Sorry (2002), de Flip Skateboards, hasta los que se suben diariamente al canal Thrasher, en YouTube. “Veía los videos 50 veces y me los sabía casi de memoria. Te aprendes todas las gilipolleces del vídeo, hasta las bocinas de los coches antes de un salto. Mi madre me decía que ojalá me supiese así los temas antes de los exámenes del instituto”, recuerda Jura.

La fotógrafa gallega Raisa Abal, de 33 años, que empezó a patinar a los 22 en Burdeos, cuando estaba de Erasmus, observa cómo con el skate “cambia hasta la arquitectura”. Ella reivindica el aspecto más punk, el DIY (acrónimo en inglés de hazlo tú mismo). “La falta de instalaciones y lugares adecuados para patinar, o incluso de formas más especiales en los skateparks convencionales, provoca que la gente se busque la vida. No hay más que ver la maravilla de DIYs de las que podemos disfrutar en nuestro país”. Se refiere a lugares como El Spotter, La Casita, La Bobila, Picnic, La Kanxa, Caribú, Ramputene, La Morenita, El Cementerio...

A los nueve años, Marco Rivera empezó a patinar en Perú, seducido por “esa imagen cool” que asociaba al skate. Desde entonces —ahora vive en España—, nunca ha parado de patinar. Rivera ha dejado la marca de sus ruedas sobre las plazas más míticas de nuestro país, como los bordillos de Príncipe Pío en Madrid, los del Embarcadero en Bilbao o los del Macba en Barcelona. Ha estado patrocinado por marcas como DC Shoes y se le conoce en todo el panorama nacional. “Ahora patino menos, le dedico unos tres días a la semana y ya no me tiro por escaleras y barandillas, estoy jubilado”, reconoce entre risas sentado en una de las rampas del Escombro D.I.Y, un skatepark construido por skaters en un solar abandonado en Madrid. Para la foto con ICON hace un truco en uno de los bordillos del Escombro. De tres intentos, no falla ninguno.

Juan Gefaell salva unos escalones en Vigo.
Juan Gefaell salva unos escalones en Vigo.Dani Gómez

Rivera ha creado Skate United, una escuela para niños con tres profesores. En lugar de aprender como se hacía antaño —con vídeos y según la ley de la calle, haciéndose respetar por los mayores— los alumnos del experimentado patinador se benefician de sus consejos antes de dar los primeros saltos. “Yo también aprendí solo, en Colón. Creo que asimilé unos valores y un buen rollo digno de transmitirlo a quien no sepa cómo empezar”, explica. Rivera enseña nuevos movimientos a una pandilla de chavales de ocho a 11 años: Hugo, Máximo, Tirso y Álvaro, todos con sus protecciones. Les enseña algo clave: hay que caerse y levantarse hasta hacer el truco.

“El patín no entiende de sexo, religión, procedencia o color de piel. Creo que son principios a enseñar a los chavales. Es conocer gente, pasarlo bien y ya está”, defiende. Al llegar a un nivel, los deja patinar “libres”. Marco tiende sus manos a los pequeños antes de aproximarse a algún obstáculo, pero los suelta si los ve capacitados. “Cuando ya saben patinar y hacen sus trucos les digo: ‘Tío, lo haces guay, si quieres patinar tú solo te presento un par de chavales de tu edad y dejas las clases”. El diploma para lanzarse a la aventura. “¡Venir aquí es muy importante, hay que aprender a caerse!”, dice Hugo. Al acabar, el profesor regala a sus alumnos pegatinas para sus tablas.

Marco Rivera con alumnos de su escuela, Skate Unite.
Marco Rivera con alumnos de su escuela, Skate Unite.Edy Pérez

La influencia del patín va más allá de las dos grandes urbes españolas. En ciudades como Vigo, el skate tiene un valor superlativo. Allí se celebra O Marisquiño, una de las competiciones anuales más prestigiosas de skate y deportes urbanos en Europa, y existe un centro neurálgico que congrega a patinadores desde hace más de 25 años, la Plaza de la Estrella. Es uno de esos sitios que han visto pasar a los mayores astros del mundo del patín, pero también a generaciones de skaters locales. “Tenemos la enorme suerte de que el skate en la Plaza de la Estrella está completamente asimilado por parte de autoridades y ciudadanos”, destaca Juan Gefaell, que empezó a patinar con 13 años en Vigo. El lugar tiene sus propias tradiciones. Si hay decenas de zapatillas colgando de la farola central no es porque se venda droga: la vida útil del calzado de un patinador es de unos tres meses y, cuando las zapatillas mueren, sus dueños las lanzan a lo alto de la farola. Algo positivo de estas escenas en las ciudades pequeñas es esa hermandad que se genera. “Todos nos conocemos”, afirma Gefaell, que llegó a tener patrocinios de varias marcas cuando era más joven, aunque ahora, con 33 años, patina una vez a la semana con amigos que tampoco lo han dejado.

También es cada vez más habitual ver a chicas en igualdad de número en las plazas, así como una mayor presencia de minorías tanto sexuales como raciales. Colectivos como Asíplanchaba, una asociación de mujeres fundada en Barcelona en 2009, han servido como ejemplo para que muchas otras empezasen a reventar sus zapatillas contra la lija. Se las ve en las calles, en fotos, vídeos y redes sociales. Raisa Abal y Verónica Trillo montaron en 2019 Dolores Magazine, una revista especializada en skate femenino. “Plasma todo lo que se generó con el trabajo de los años anteriores: referentes, historias, hitos, inquietudes y proyectos que se generan dentro de la propia comunidad. No solo hay mujeres que patinan, sino que estas mujeres tienen mucho talento”, explica Abal. “Por el contexto sociocultural del que venimos se les prestaba menos atención”. Los chicos también lo enaltecen. “Mola un montón que las chicas tengan estas iniciativas con tanta pasión y que se lo curren. Fomentan que crezca una escena femenina”, opina Marco Rivera.

Raisa Abal, fundadora junto a Verónica Trillo de la revista de 'skate' femenino 'Dolores Magazine'.
Raisa Abal, fundadora junto a Verónica Trillo de la revista de 'skate' femenino 'Dolores Magazine'.Paula V. Guisande

La diversidad triunfa en el skate, pero no siempre ha sido así. “En mi época patinaban dos o tres chicas en Madrid”, rememora Doc, quien acaba de publicar su primer libro, Doc Caribbean. Memoria viva del monopatín (Colectivo Bruxista). “No es solo que no hubiera apenas mujeres que patinasen, es que el de aquel entonces era un ambiente totalmente hostil para ellas. Los skaters de nuestra generación nos socializamos en un machismo estructural especialmente acusado y degradante del que creo que nadie se puede sentir orgulloso”, afirma Gefaell. “Ya no solo hay hombres heteronormativos, que era lo predominante”, dice Raisa Abal. Pero sigue viendo a las mujeres, personas LGTBIQ+ o racializadas en minoría. “Filmers, fotógrafos, redactores, team managers, comerciales, jefes, diseñadores… ¿Cuántas mujeres hay en esos puestos?”, pregunta.

Una etiqueta que se superó cuando el skate tomó las calles es la de pasatiempo para pijos. Hablamos de un deporte estadounidense que llegó a España gracias a que un adolescente de familia acomodada lo descubrió cuando casi nadie viajaba. Y es verdad que la vida útil del material de skate es corta: si se patina entre tres y cuatro días a la semana, es raro que una tabla o un par de zapatillas duren más de tres meses. Su precio, jugando con las ofertas que las tiendas suelen ofrecer, oscila entre los 50 y 100 euros. Pero en el skate es habitual ver cómo los patinadores se regalan material usado unos a otros, aunque también ocurra que, llegado un punto, alguno termine decidiendo no pedirle la quincuagésima tabla usada a su colega.

Hoy, como en cualquier deporte, el dinero solo influye en parte. Hay aficionados de todo tipo de extracción social. Lo que sí cunde entre muchos es la sensación de que ahora patina menos gente, algo que resulta difícil de contrastar. La única institución competente es la Federación Española de Patinaje, que cuenta con más de 65.000 inscritos, cifra poco representativa en un deporte que, más que ninguno, es pura calle. “Algo está claro, y es que la gente de mi generación lo ha ido dejando por uno u otro motivo: algunos por lesión, otros por desinterés u otros por ser incompatible con su vida”, cuenta Gefaell. La dificultad de practicarlo y las escasas posibilidades para cualquiera de ganarse la vida con ello, se suman, según él, a la falta de reemplazo: “Creo que hay menos chavales que hacen skate, y también puede que aguanten menos tiempo patinando”. Se ha disipado parte del bum pospandémico. Gefaell cita factores como el ascenso del scooter (o patinete eléctrico) y el siempre traumático paso a la madurez: el skate se empieza a convertir en un deporte que se pasa de padres a hijos.

El patinador Marco Rivera surfeando el bordillo perfecto.
El patinador Marco Rivera surfeando el bordillo perfecto.Edy Pérez

“Es posible que el skate haya perdido parte de su atractivo contestatario, lo cual hace que atraiga a menos adolescentes justo en el momento en el que buscan transgredir las normas”, dice Gefaell. Jura añade: “Lo de las escuelas antes era impensable. El skate era como un submundo, no era un ambiente que le hiciera mucha gracia a un padre”.

¿Está el skate en peligro de extinción? “Qué va, tío”, corta rápido la pregunta el patinador. “Hay mucha gente que practica deportes minoritarios. El skate tiene una esencia que nunca va a desaparecer”. Ahí sigue Caribbean —aunque ya no esté en Columela— para demostrarlo.

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