Menos pantallas y más ‘cinquillo’: por qué los juegos de mesa vuelven a triunfar en los bares
La estampa de varios amigos compartiendo cartas ya no es propia de un grupo de jubilados. Los jóvenes están redescubriendo los juegos de mesa y los bares aprovechando una oportunidad de negocio a la larga: crear comunidad entre sus clientes
Hace unos meses, el periodista de Bloomberg Joseph Weisenthal se lamentó jocosamente en la red social X: “Ahora toda la gente cool de Nueva York juega por la noche al ajedrez en los bares. Tiempos salvajes”. El texto, que iba acompañado de una foto de varias personas concentradas ante tableros de ajedrez, abrió un pequeño debate y generó más de trescientos comentarios en los la gente estaba mayoritariamente a favor de los jugones de madrugada. “¿Dónde está?”, preguntó alguien. “Es el único bar al que me gustaría ir ahora mismo”.
No es que la noche neoyorquina de baile y desenfreno hasta el amanecer haya muerto, pero es cada vez más habitual, en Nueva York y en cualquier otra ciudad, encontrar a altas horas de la madrugada mesas en la que pintas, cócteles y zumos conviven con los juegos de mesa. Y no son sólo en los bares. Los juegos de mesa han colonizado espacios impensables hace unos años. La semana pasada pudimos ver en TikTok a un grupo de jóvenes jugando al Catan antes de un concierto del grupo argentino Miranda!
No son hechos aislados, sino la constatación de que los juegos tradicionales se han consolidando como una opción de ocio entre los veinteañeros y treintañeros que pocos pudieron prever. Se nos hablaba de una juventud ensimismada en las pantallas que acabaría perdiendo todo contacto humano pero, de pronto, un grupo de chavales que no llega a los 20 se sienta en la mesa de un bar y uno de ellos saca de la mochila unas cartas y todos se enfrascan en una partida de algo tan poco moderno como el chinchón o la brisca.
A aquello de Móvil, cartera, tabaco, llaves que cantaban Las Bistecs en Cosas Negras habría que añadir ahora la baraja española de Heraclio Fournier, un tesoro nacional. “No ocupan nada y puedes jugar en cualquier sitio. ¿Que el autobús tarda? Una partida. Con que haya más de uno ya se puede jugar”, explica María, que jamás sale de casa sin ellas. “Además, si juegas a algo conocido, puedes mantener la atención al juego mientras hablas de cualquier cosa”.
No dista mucho del ocio de nuestros abuelos, sentados siempre ante una mesa para cuatro sobre la que se cantaban las cuarenta o repiqueteaba las fichas de dominó mientras en otra mesa un grupo de señoras agitaba el cubilete del parchís. Curiosamente, y a tenor de los comentarios de las personas que participan en este artículo, las mujeres de más de 40 años son las que menos juegan. En casi todos los establecimientos hosteleros ha habido siempre cartas y algún tablero, pero hasta hace pocos años parecían más bien objetos ornamentales. La gente más joven no se animaba a pedirlo, “la partida” parecía quedar reducida a la cafetería de la facultad o a las tardes familiares, pero ese escenario ha cambiado en los últimos años.
No hablamos de espacios de ocio destinados exclusivamente a los juegos en los que además se puede beber, sino bares que han hecho un hueco en sus estanterías para incorporarlos como un extra más, igual que la prensa, el televisor o el wi-fi. “La idea surgió durante un viaje a Copenhague”, cuenta Inés, propietaria junto a su marido Jorge de El Paraguas, un referente en la noche ovetense en el que siempre puedes encontrar a alguien ante el ajedrez o el Trivial. Aquel viaje inspiró un segundo local, La Armónica del Paraguas, en el que los juegos ocupan un lugar primordial. “Allí conocimos el Bastard Café, un clásico del centro de la ciudad en el que se pueden encontrar más de mil juegos, y nos encantó. Había todo tipo de jugadores, pero la mayoría estaban entre los veinte y los treinta”.
Se animaron y, ocho años después, pueden constatar que es un éxito. Al frente del local está Manu, un veinteañero que siempre ha sido aficionado. “Jugaba a [los juegos de cartas especiales] Bang!, Virus, Saboteur, Shit Happens… pero luego llegó el confinamiento y se acabó”. En cuanto comenzó la desescalada, volvieron las reuniones en terrazas para hacer “tardes de tablero”. “Jugábamos al Time’s up, al Trivial y al Risk hasta el toque de queda; y al día siguiente quedábamos en otra terraza para jugar al Código Secreto y al Wingspan. No había semana que no tuviese una ficha o un dado en la mano.”
Ahora asesora a otros sobre juegos, pero no los ha abandonado. “A veces mis amigos se ponen a jugar al Tabú en la barra y me quieren hacer partícipe mientras corto limones.” Manu ve diferencias entre los tipos de clientes que se acercan a echar una partida. “Los más jóvenes prefieren el Dixit, el Dobble, que ha roto más de una amistad o el Trivial, y a partir de los treinta se decantan por el backgammon y el ajedrez”. También tiene fichadas a las que llama “parejas Tinder”, los que se nota que quedan por primera vez, que se decantan por otro clásico, el puzzle Conecta 4.
A Manu le parece que la gente que juega crea “mejor ambiente”. “Buscan algo más que un bar, quieren disfrutar de un ambiente lúdico”. También señala que los “jugones” tienden a ingerir menos alcohol: “Vienen, se piden algo, generalmente refrescos o zumos, cogen el juego al que le tenían echado el ojo, juntan las mesas necesarias y a jugar. Y ahí se quedan felices. De vez en cuando paso a ver si necesitan algo, pero no interrumpo. Se enfrascan en la partida, se ríen, se pican, hacen alguna pausa si alguien necesita fumar o ir al baño y entonces ya viene alguien a pedir lo que falte. Pero igual ha pasado una hora y media, llevan tres zumos de naranja, y ahora pasan a tomarse un Nestea y un Kas. Ni una gota de alcohol y ellos disfrutando. Si se lo pasan bien, ¿para qué van a beber?”.
Aunque hay bares en los que a partir de una determinada hora “desaparecen” las barajas y tableros, para Manu no es un problema que la gente ocupe una mesa durante horas (y quién ha jugado al Risk sabe que lo de “horas” es literal). “Somos conscientes de que hay otro tipo de locales que favorecen una consumición más intensiva con musicón, luces y baile, y que en sitios relajados siempre tienes el riesgo de que la gente se apalanque sin consumir, pero no creo que los juegos sean algo que lo potencie. Hemos apostado por algo más tranquilo, aunque sabemos que tampoco nos haremos ricos con este modelo de negocio”, bromea Inés.
Está en sintonía con lo que piensa David, propietario de La Raposa, autodenominada “marikotarberna vegana” en la que se puede escuchar hardcore y ver un partido del Real Oviedo mientras se juega una partida de Jenga. “Queremos ofrecer algo más que el venir a beber, queremos crear comunidad”. David quiso replicar el ambiente en el que él se crió: “Jugar creaba unas dinámicas guays”. A la hora de escoger juegos, es selectivo: “Como es una taberna conocida por su ideología de izquierdas, intento meter juegos que incentiven un poco también el pensamiento crítico como el Trivial feminista y similares”. También coincide en que el público es heterogéneo, pero priman las mujeres jóvenes y son ellas las que suelen formar grupos de juego.
No le sorprende que alguien traiga sus propios juegos de casa, pero sí que el juego se haya extendido hasta la madrugada cuando lo habitual era que fuese un entretenimiento de tarde y entre semana. ”Ahora vienen grupos grandes de chavales los sábados a echar una partida al Trivial o al Dixit y se tiran toda la noche. Echar un rato jugando es una manera de frenar la ansiedad por planear a qué sitio irás después”.
También tiene la respuesta a otro de los comentarios al tuit que se burlaba de la “salvaje” noche neoyorquina y en el que se inquiría por qué esa gente no jugaba en sus casa: “Comparto piso y, aunque mis compañeros son majos, no puedo ocupar el salón para echar una partida de Risk durante horas ni hacer demasiado ruido”. Y hay juegos ruidosos o demasiado proclives al jolgorio como el Time’s up o el Party, dos de las estrellas de los juegos de mesa. Alega, también, que un bar que tiene juegos “manda un mensaje”: suele ser un sitio tranquilo, “de buen rollo”.
Que haya diferentes caracteres entre los que se juntan a jugar es importante para Patri: “Se necesita un equilibrio entre los competitivos y los conformistas para que todo salga bien, que haya la piquilla necesaria para disfrutarlo sin que se salga de madre. La intensidad y la forma de jugar cambia y es lo guapo de poder jugar en un bar, que lo puedes adaptar al estado de ánimo del grupo”. La socialización es uno de los puntos fuertes que siempre salen a relucir cuando se habla de juegos de mesa. “A las personas nos gusta socializar y una de las herramientas más antiguas que existen para ello son los juegos de mesa. Nos gusta retarnos, pero sobre todo pasar buenos ratos y divertirnos. T eso es lo que hace un juego de mesa, te aporta horas de entretenimiento de calidad”, afirma Fernando Falomir, marketing mánager de la empresa de juegos valenciana Falomir.
Su capacidad para conectar personas es uno de los puntos que se destacan de los juegos de mesa: es una manera de hacer amistades, por ello los bares que aportan ese tipo de ocio suelen ser el primer objetivo de los estudiante extranjeros, especialmente para los que vienen de países del norte de Europa, donde este tipo de entretenimiento es cotidiano. “Es una experiencia totalmente diferente y compatible con el ocio electrónico: es algo que requiere quedar, reunirse y disfrutar con los amigos. Muchos adultos ya asocian pantalla con trabajo y quieren darse un respiro de pasar tantas horas frente a un ordenador y el móvil”, reconoce José Luis Viruete, responsable de comunicación de Asmodee Ibérica, en cuyo abultado catálogo podemos encontrar juegos tan populares como Dobble y Dixit.
La incorporación de nuevo público y nuevos escenarios contribuye sin duda a que sea un mercado en auge. “Aunque el confinamiento fue un boom que, obviamente, no podía mantenerse de igual manera en años posteriores, el sector venía creciendo desde hace 10 años y no va a dejar de hacerlo en un futuro próximo”, afirma. Una opinión que comparte Fernando Falomir: “Ahora mismo el sector se encuentra en un momento muy bueno para el consumidor, puesto que tanto los autores como las editoriales están tratando de lanzar al mercado juegos cada vez de mayor calidad tanto en sus mecánicas como en sus componentes.”
A las empresas que comercializan los juegos no les sorprende que hayan acabado en las mesas de los bares: “Nos parece una evolución natural del juego”, sentencia Viruete. “Es una costumbre muy nuestra, y si nuestros mayores se reúnen allí para jugar al dominó o al mus, era cuestión de tiempo que otros hicieran lo mismo para disfrutar de un Exploding Kittens, por ejemplo.”
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