Blur: “No somos AC/DC. Nunca hemos sido básicos. Tocamos demasiados acordes para ser básicos”
El nuevo disco y gira de la banda que redefinió los noventa británicos confirman que si hay algo que manejan aún mejor que las melodías son los tiempos
—¿Cómo va?
—¿El qué exactamente?
Es su primera respuesta y no promete. Damon Albarn (Londres, 55 años) llega cargado de desapego, de una flema británica rayana en la bordería, de la gravitas propia de un emperador romano. Unos minutos antes, su publicista se ha dejado caer por el lugar de la entrevista, la terraza de un hotel barcelonés pegado al mar pocas horas antes de su concierto en el Primavera Sound —”cada vez hay más turistas, cuesta encontrar la ciudad auténtica que descubrí en 1988″, Albarn dixit—, para avisarnos de que no está de humor. Nos viene a la cabeza aquel día en que vino a decir que Adele era una mentecata tras intentar componer algunas canciones con ella para su disco 25. “Fue uno de esos momentos en los que te dices que es mejor no conocer a tus ídolos”, respondió ella. La sangre no llegará al río, en parte gracias a Graham Coxon, otra alma creativa de Blur, que tampoco es el colmo de la simpatía, pero que en comparación parece un cruce entre la Madre Teresa y un casco azul en el Sarajevo de 1993.
Albarn y Coxon se conocieron en la escuela siendo niños en Colchester, al este de Londres. “Hace poco tuvimos la idea romántica de volver allí, en un intento de conectar con nuestro pasado. Pero no quedaba nada, habían construido un nuevo edificio. Fue bastante raro”, relatan a dos voces. Desde que se reconciliaron en 2009, el grupo ha grabado dos discos: The Magic Whip (2015), un álbum lunar y de aguas turbias que grabaron en Hong Kong, y su nuevo trabajo, The Ballad of Darren, que editarán el 21 de julio.
En la docena de escuchas que nos dará tiempo de hacer antes del encuentro, suena como lo contrario al anterior: como un regreso a las melodías cristalinas, a los riffs de su tiempo de gloria y a las letras traviesas e ingeniosas, como si despertaran tras un periodo de criogenización. En resumen, como una vuelta a casa. “En realidad, nunca nos marchamos”, responde Albarn. “Siempre tiene que haber una buena razón para volver a tocar con personas a las que conoces desde tu adolescencia. No somos solo gente tocando música, porque hay unas expectativas, un recuerdo de tus canciones anteriores. Para mí, la razón siempre es volver a hacer buena música. Ese es el truco”.
El disco pone fin al largo periodo en que Albarn parecía más entusiasmado por Gorillaz, por sus (excelentes) discos en solitario, por sus musicales en chino cantonés, sus colaboraciones con artistas africanos o sus óperas sobre matemáticos ingleses del siglo XVI. A estas alturas la reunión parecía improbable, pero este reencuentro no parece guiado por el cinismo de otras bandas veteranas que intentan sacar partido a la nostalgia de antiguos indies. “Por supuesto que no. Nuestro marco es el presente. Supongo que esta noche veremos si todavía somos contemporáneos”, dice Albarn, desafiante. La respuesta terminó siendo un rotundo sí, aunque él siga luciendo las mismas sudaderas que en los noventa (ahora a juego con su nuevo diente de oro) y que lo mejor de su concierto fuera la parte final, con una larga sucesión de perfectos hits de su gran época. Hasta llegar al cierre con The Universal, con la que a algunos les saltaron las lágrimas.
Podemos ver el disco como un regreso a lo básico, a lo esencial, a lo que definió al grupo en su formación, hace ya 35 años (¡!). “Sí, exacto. Eso fue exactamente lo que acordamos”, se entusiasma Albarn (y será la única vez). Pero el periodo de gracia no durará. “En realidad, eso de básico me ha sonado un poco seco. No somos AC/DC”, protesta. “Nunca hemos sido básicos”, le secunda Coxon. “Tocamos demasiados acordes para ser básicos”. Les pedimos que definan el disco con una palabra. Albarn escoge “aftershock”. Es decir, la réplica de un terremoto, el temblor que llega tras el estruendo provocado por otro mayor. “Han pasado tantas cosas en estos años… Desde nuestro último disco hemos vivido el Brexit, una pandemia y el escenario bélico en Europa. Como dijo Mao sobre la Revolución Francesa, es demasiado pronto para juzgar los efectos que tendrá”, contesta Albarn (en realidad, según una verificación rápida, lo dijo su primer ministro Zhou Enlai y sobre Mayo del 68, pero no se nos pasaría por la cabeza corregirle). Sus letras parecen reflejar un estado de perplejidad y de desorientación. “Sí. Después de todo, nos llamamos Blur”. Es decir, contorno borroso.
Blur se hicieron famosos en aquella Cool Britannia del blairismo más temprano. En la actualidad, ¿ser británico es más bien uncool? “Claramente, no es ideal”, dice Albarn. “La política está estancada y polarizada. Deberíamos tener coaliciones, como en casi todas partes, pero es imposible”. ¿Lamenta el uso político que se hizo de su supuesta proximidad con el laborismo cuando aceptó reunirse con Tony Blair poco antes de que ganara las elecciones de 1997? “Nuestra música nunca fue una celebración de Inglaterra”, asegura. “No operábamos con esos parámetros. Éramos ingleses, pero más bien a nivel de calle”, le secunda Coxon. “Éramos satíricos, usábamos nuestro país como tema, pero no así. En realidad, nunca hicimos britpop. No formamos parte de eso”. ¿No supuso esa ola de cultura británica la razón principal de su conquista mundial? “Nosotros ya teníamos éxito antes. Nos usaron, se apropiaron de nuestra música”, afirma el líder.
Para la portada de su disco, han escogido una imagen de Martin Parr: un lido típicamente british, una piscina al aire libre pegada al mar, pero protegida de un océano bastante menos turquesa, bajo un cielo lleno de nubarrones. “En su trabajo hay melancolía, sarcasmo y ridículo”, enumera Albarn. Queda claro que se les parece. Hace años, Coxon dijo que los integrantes de Blur habían dejado de ser amigos. “Ahora somos socios”, sentenció. ¿Ha cambiado de opinión? “No sé si fue justo decir eso, tal vez no lo formulé bien. Es complicado esquivar esta pregunta… Sabemos cómo es nuestra relación y no hace falta que demos explicaciones. Empezamos haciendo música juntos y lo seguimos haciendo. En cualquier caso, esta ha sido una de mis relaciones más duraderas, y solo ha habido dos o tres”. Albarn, solidario, zanja el asunto: “Para tocar música con otras personas tienes que ser capaz de meterte en su piel”.
Saben que, a estas alturas, son supervivientes: ya no queda casi nadie de su quinta en un mundo donde la música popular habla cada vez más de “ir al club, emborracharse en el club y luego marcharse del club”, en palabras de Albarn. ¿Cuál es su secreto? “Hacer pausas frecuentes. Los noventa fueron tan intensos que entendimos que esta sería la única manera de sostenerlo”, contesta Coxon, con una mirada cómplice a su antigua némesis. Lo demuestra este tiempo preelectoral: en tiempos de estrechez, es mejor cerrar filas con los que más se nos parecen. Hasta Noel Gallagher les ha pedido perdón por haberles deseado, en el pico de su rivalidad con Oasis, que se contagiaran de sida. “Debí desearles solo un resfriado malo”, se excusó. La media hora acordada ha pasado. La última pregunta será si se sienten influyentes. “Fuck yeah”, responde Coxon en una fracción de segundo. A su lado, Albarn se toma un rato más. “Debemos de serlo, si todavía estamos aquí”.
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