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“Hoy ya no se liga bailando una canción lenta”: por qué la gran balada pop que triunfó en los noventa ha muerto

Fenómenos como los temas de Adele son una excepción en un panorama dominado por canciones cortas y rápidas donde ya no caben éxitos como los que hace 30 años fabricaban Bryan Adams o Céline Dion y los motivos no son solamente musicales

Baladas
La lágrima en el primerísimo primer plano del rostro de Sinead O'Connor en la balada 'Nothing comares 2 u' es una de las estampas más reconocibles de la música de los años noventa.Collage: Blanca López
Jordi Bardají
Madrid -

Es poner un pie en el supermercado, en la consulta del dentista o en un restaurante de carretera y viajar en el tiempo. En concreto, al pasado inmediato. Si el establecimiento cuenta con hilo musical (o suena en él alguna emisora de pop clásico) es muy probable que escuchemos canciones como My Heart Will Go On de Céline Dion o Please Forgive Me de Bryan Adams. “Ya no se hacen canciones como las de antes”, dirá alguien en cualquier lugar del mundo. Y en este caso, lejos de esa tan traída y llevada falsa nostalgia milenial, sería verdad: ya no se hacen granes baladas pop (o según su término en inglés power ballads) como las de antes. O, como mínimo, estas ya no triunfan tanto como en el pasado. ¿Ha muerto la gran balada pop?

La respuesta rápida a esta pregunta sería: no, porque Adele existe. La gran balada pop no puede haber muerto cuando Adele es la persona que más discos vende en la actualidad y toda su carrera se sustenta en interpretar baladas dramáticas como Someone Like You. Sin ir más lejos, Easy on Me fue una de las canciones más vendidas del año pasado. Hold My Hand de Lady Gaga, canción principal de Top Gun: Maverick, es una auténtica power ballad que, en los últimos tiempos, ha triunfado (aunque no tanto como Take My Breath Away de Berlin, intérpretes de la gran canción de la Top Gun original en 1986). Sin embargo, Hold My Hand es, por su composición e instrumentación, un tipo de canción que ya no es común. Si las grandes baladas sentimentales eran el pan de cada día durante los ochenta y noventa, ya no lo son. Adele y otros grandes baladistas como Lewis Capaldi (vocalmente todo un alumno aventajado de Bryan Adams) representan las excepciones más visibles en la industria.

La balada no desaparece, solo se transforma

Tampoco es que las baladas hayan desaparecido de las listas de éxitos. drivers license de Olivia Rodrigo fue la octava canción más exitosa de 2021; Leave the Door Open de Silk Sonic (el grupo de Bruno Mars y Anderson .Paak) la decimoquinta, y Easy on Me de Adele, la decimoséptima. En 2020, Lewis Capaldi firmó dos de las canciones más escuchadas del año: Before You Go se posicionó en el número ocho y Someone You Loved en el 17. Dos puestos por debajo se posicionó ese año Shallow de Lady Gaga, la canción principal de Ha nacido una estrella (2018). Es, de manera inaudita, el mayor éxito de toda su carrera, por encima de éxitos de baile incontestables Bad Romance o Poker Face. Que las baladas siguen funcionando lo demuestra el hecho que Perfect de Ed Sheeran y Beyoncé fue la canción más exitosa en el mundo en 2018.

Pero Perfect no entraría exactamente en la categoría de power ballad. Sheeran es un baladista romántico y no está tan entregado a las grandes emociones como Adele. Él compone baladas de boda; ella parte el cielo en dos con sus dramáticas historias de pérdida. En todo caso, las estadísticas constatan que el tipo de balada sentimental que triunfaba en los ochenta y noventa, como I Will Always Love You de Whitney Houston, (Everything I Do) I Do It For You de Bryan Adams, Nothing Compares 2 U de Sinéad O’Connor, My Heart Will Go On de Céline Dion o Up Where We Belong de Joe Cocker y Jennifer Warned (todas ellas fueron número uno durante varias semanas en EE UU y un éxito a nivel global) ha pasado de moda.

¿Las causas? En primer lugar, muchas de esas grandes baladas estaban directamente asociadas a películas. En los ochenta y noventa los taquillazos cinematográficos solían llevar una gran canción asociada, y las de Titanic (1997), Robin Hood, el príncipe de los ladrones (1991) o El guardaespaldas (1992) eran power ballads de diccionario. Sin embargo, y aunque las bandas sonoras se siguen vendiendo muy bien (el disco que recoge la banda sonora de Encanto será, con toda probabilidad, el más vendido de 2022), ya no es habitual que las películas produzcan singles de éxito de ese calibre. Esto se puede deber a que la música grabada ya no es tan lucrativa como antes (los ochenta y noventa fueron las décadas en las que más discos se vendieron) y a que internet ha cambiado radicalmente el modo en que se consume música hoy en día. La radio ya no dicta lo que la gente debe escuchar, sino que es la gente la que decide qué música oír en cada momento. Y parece que las baladas sentimentales no están entre sus primeras opciones. Por otro lado, muchas power ballads históricas presentan una instrumentación típica del rock clásico (guitarras eléctricas, golpes de batería en el estribillo, desarrollos épicos) y el rock es un género musical que hoy ya no goza de la relevancia de antes.

No nos aburras, llévanos al estribillo

Måneskin, uno de los pocos grupos de la actualidad que pueden presumir de triunfar con un sonido de rock clásico, acaban de publicar una balada que se mira en el espejo de las power ballads de toda la vida, The Loneliest. Pero es, de nuevo, otra excepción. Esta y Hold My Hand son dos canciones actuales que intentan a todas luces sonar como un tipo de balada vinculada específicamente a los años ochenta, por lo que resultan anacrónicas (y esa es, tal vez, su gran baza para el éxito).

La razón por la que las power ballads ya no son tan relevantes es principalmente cultural. Jaime Cristóbal, locutor del podcast Popcasting, opina que el momento musical actual es muy similar al que se vivió en los sesenta. “Era una década en la que primaba la inmediatez, el gancho instantáneo: reinaba la canción como hit, no el álbum completo. El público adolescente mandaba en las listas. Salvando las distancias, era un escenario parecido a la actualidad y a nuestra obsesión con la inmediatez y con los ganchos instantáneos de 10 segundos colocados al principio de las canciones para hacerlas atractivas para TikTok, por no hablar de la cantidad de temas de éxito de alrededor de dos minutos que salen cada semana. Esto parece indicar que la balada como fenómeno de masas se circunscribe a una época muy concreta y que las circunstancias sociales y culturales son las que mandan”.

Cristóbal observa que, incluso en los setenta, “era menor el número de baladas en las listas de éxito que en el pico de los ochenta y noventa. Y si retrocedes a los sesenta, era aún menos frecuente: en la primera mitad de aquella década se podían colar una o dos baladas en el Top 20… una balada de Ray Charles o de algún crooner emergía frente a una avalancha de rock ‘n roll, twist o un grupos de chicas”. El locutor ubica un precedente del éxito de las grandes power ballads en el fenómeno de las canciones lentas de discoteca, baladas pop ñoñas que, durante los setenta, “empiezan a cumplir un papel en los rituales románticos de los adolescentes y no tan adolescentes, lo cual yo diría cimenta el fenómeno musical y lo hace crecer durante la siguiente década y media”. A partir de mediados de los noventa y durante las siguientes décadas, cuando la relevancia de las power ballads vinculadas a películas empieza a decaer y, en su lugar, el R&B y el hip-hop comienzan a dominar las listas de éxitos, ese tipo de balada se convierte en una “anticuada curiosidad” asociable a cosas como Eurovisión o los programas de talentos televisivos tipo Operación Triunfo o La Voz, donde siguen sonando porque sirven para exhibir el poderío vocal de sus concursantes (en la primera edición de Operación Triunfo, por ejemplo se redescubrieron varias baladas Disney a una nueva generación). En este contexto, Adele representa toda una “anomalía”, y su triunfo se debe precisamente a que el mercado no está saturado de propuestas como la suya.

Otra forma de pensar, otra forma de cantar

También a las lentas como fenómeno indisociable de la cultura ochentera alude Juanma Ortega, premio Ondas por su reconocida labor en la radio a lo largo de 30 años, quien opina que las baladas sentimentales “tuvieron su momento y fue muy largo y muy bueno”, hasta el punto de prácticamente representar un “género musical en sí mismo”. Ortega, que hoy se encuentra al frente de su propia productora de podcasts, Estudios Quinto Nivel, sitúa el inicio de las grandes power ballads en los setenta, con Lady de Styx, y su momento de mayor relevancia en los ochenta pero subraya que, aunque hoy en día se siguen haciendo buenas baladas, estas ya no son tan épicas como las de antes. “Adele, Billie Eilish, John Legend o Ed Sheeran saben hacer baladas, pero estas no tienen la pegada de, por ejemplo, Still Loving You de los Scorpions o Nothing Compares 2 U de Sinéad O’Connor. Se quedan cortas. Es cultural y la cultura ha evolucionado”.

Al margen de estilos y modas, Jaime Cristóbal señala que “el golpe definitivo a la gran balada pop vino del lado cultural y sexual” y, por improbable que parezca, observa paralelismos entre el fenómeno de la power ballad y el del reggaetón. “En la última década muchos artistas, especialmente las mujeres, han encontrado nuevos temas que explorar: salud mental, desigualdades sociales, empoderamiento social femenino… Las canciones han empezado a hablar menos de amor entre dos y más de amor a uno y a una misma”. A su vez, “los rituales románticos han mutado: ya no se liga bailando lentas, o dedicando una balada a alguien en la radio o con un recopilatorio en cedé con canciones de amor. Se liga con el móvil en la mano. Y el baile, si va de ligar, es más abiertamente sexual. El reggaetón sería el estilo en el que se sigue hablando de asuntos sentimentales a la antigua. En realidad es lo más parecido a las baladas ahora mismo, en cierto modo. Pero evidentemente su ritmo es todo menos baladístico”.

De la misma manera que la audiencia busca bailar ritmos animados, contundentes y eufóricos en la discoteca, la necesidad de escuchar baladas dramáticas que representen nuestros sentimientos frente al desamor o la pérdida nunca dejará de existir. Sin embargo, el tipo de power ballad que triunfaba antes, ese que sonaba tan colosal y heroico como un taquillazo de Tom Cruise, pertenece definitivamente a otra era. Quizá nadie ha sabido inventar la power ballad moderna todavía. Por suerte, los artistas no están dejando de intentarlo. El que lo logre será tan recordado como recordamos hoy a Bryan Adams cada vez que suena en el centro comercial el inconfundible: So tell me: have you ever really / Really, really ever loved a woman?

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