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Miqui Otero: “La vida casi siempre nos transforma en adultos mediocres”

La voz juvenil de una generación barcelonesa ha cumplido los 40. Eso podría ser una mala noticia, pero no. ‘Simón’, su nuevo libro, suma sensatez al entusiasmo

Miqui Otero posa en las calles de Barcelona, esa ciudad mediana que solo funciona cuando es consciente de su tamaño.
Miqui Otero posa en las calles de Barcelona, esa ciudad mediana que solo funciona cuando es consciente de su tamaño.ADRIÀ CAÑAMERA

Hace cuatro años, cuando publicó su tercera novela, Rayos, Miqui Otero describía a su generación como la de “los que seguimos saliendo de noche y emborrachándonos mientras esperamos la carta certificada que nos confirme que ya somos adultos”. Pues la carta ha llegado. Acaba de cumplir 40 años. Llega tarde a nuestra cita en la barcelonesa plaza Tetuán, pero tiene una excusa impecable: viene de vacunar por vez primera a su hija de tres meses, nacida con el desconfinamiento. Minutos después, ya con un par de cervezas sobre la mesa, el escritor, periodista y promotor cultural rompe a hablar sobre la novela que presenta estos días, Simón (Blackie Books), una historia de ambiciones juveniles, amor por la lectura y sueños de infancia truncados. Una novela que renuncia en gran medida a los referentes pop y el humor coyuntural de sus tres libros anteriores. Una obra “de madurez”, aunque Otero deteste la palabra: “Aborrezco el síndrome del rockero trasnochado”, nos cuenta, “ese renunciar al rock y montarte una gira por teatros en la que recitas poemas rancios”. Simón es fruta madura, pero solo por imperativo biológico: “La vida te va haciendo quemar etapas y te impone responsabilidades. Pero, como decía Chesterton, la patata nueva supera con frecuencia a la patata madura: de hecho, los mejores álbumes de la historia de la música popular los escribieron artistas de poco más de 20 años que se asomaban al juego de la vida sin conocer sus reglas”. Otero se ha propuesto crecer “sin perder el entusiasmo”. Pero se resiste a “revolcarse en la nostalgia como un feliz gorrino”.

De eso trata Simón. De asumir las consecuencias de las propias decisiones. De crecer sin traicionarse del todo. Y de fracasar. El escritor asume con naturalidad que sus personajes colapsan porque “si la única medida del triunfo es el éxito material, casi todos los que somos de orígenes modestos acabamos fracasando”. Sucumbir es la norma y la excepción es el éxito, como dijo Marcelo Bielsa, “un hombre que triunfa incluso más en la vida que en fútbol, porque sabe dar a sus derrotas una épica y un relato”. Simón es una novela de aprendizaje atípica en la que si algo se aprende es a perder con elegancia, aunque sin incurrir “en la mística nihilista y conformista del fracaso”. Su protagonista crece en la trastienda de un bar barcelonés, emborrachado de libros y añorando a una figura mitológica de su infancia, el primo que le contagió el virus de la lectura y salió de su vida cuando él era aún un niño. “Luego se transforma y se traiciona porque todos nos traicionamos en cierta medida, es muy difícil estar a la altura de los niños maravillosos que fuimos, la vida casi siempre nos transforma en adultos mediocres”.

Hasta ahí, el auge y la caída. Para Otero, lo sustancial de la novela, la historia que de verdad le apetecía contar, “consiste en cómo esos adultos mediocres que se han traicionado a sí mismos están siempre a tiempo de concederse segundas oportunidades, de empezar de nuevo sin perder el norte y sin perderse el respeto”. Barcelona, una vez más, vuelve a ser un ingrediente fundamental: “Es la ciudad en que nací, en la que me he ido quedando. Tengo con ella una relación de amor odio muy intensa y muy fértil”. Como la mayoría de las grandes novelas barcelonesas, Simón es una historia de arribismo truncado: “Barcelona es clasista y te pone en su sitio. Sigue perteneciendo a una alta burguesía que se finge amable y oculta su dinero, pero está siempre dispuesta a enseñar las uñas para defender sus privilegios”. Pese a todo, “me parece una ciudad muy literaria, de un provincianismo amable, que da lo mejor de sí cuando se acepta tal cual es y no intenta ser el perro pequeño que ladra a los perros grandes porque no tiene conciencia de su verdadero tamaño”.

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