Teresa Solar, sobre sus inicios: “Iba como una loca suicida intentando decir cosas que son difíciles de decir”
El High Line de Manhattan acoge desde agosto ‘Birth of Islands’, el primer salto atlántico de la artista madrileña que también acaba de inaugurar en MACBA la muestra ‘Sueño máquina de pájaro’. Hablamos con ella de lo visible y lo invisible
Es una tarde lluviosa en Nueva York. El huracán Helen baña la isla con un chubasco ligero pero constante desde hace 24 horas. Camino por las calles de Chelsea, entre galerías de arte y lujosos edificios con portero, con la llovizna calándome poco a poco. Cuando llego a la esquina de la 9ª avenida y la calle 20, distingo hacia el poniente, entre los altos edificios de ladrillo, el parque elevado de The High Line. Manhattan está lleno de estímulos visuales de todo tipo, pero ahí arriba, presidiendo sobre la ciudad con sutileza, una explosión de amarillo captura mi atención. Es una forma sinuosa que hace pensar en lenguas, en semillas, pero también en algo surgido del centro de la tierra, una especie de animal volcánico. Se trata de Birth of Islands, escultura con elementos de resina y cerámica de Teresa Solar Abboud (Madrid, 1985).
Solar Abboud es una de las artistas españolas con más presencia en la escena internacional. Con Cabalga, cabalga, cabalga (2018), su ambiciosa muestra individual en Matadero Madrid, generó controversias, conversaciones y un interés que no ha dejado de crecer. Pero fue su inclusión en la Bienal de Liverpool (2021) y, sobre todo, su participación en la Bienal de Venecia (2022), máxima cita del arte contemporáneo, lo que la consagró como un nombre ineludible en colecciones y museos de toda Europa. En agosto dio el salto al otro lado del Atlántico, con la inauguración de Birth of Islands en el High Line. En su taller del barrio de Usera, en Madrid, trabaja simultáneamente en las distintas exposiciones (Turín, Ciudad de México, Hamburgo, Hannover) que tiene agendadas para 2025.
Días antes de volar a Nueva York para ver la pieza en persona, en su residencia madrileña, Solar Abboud coloca el móvil en una precaria posición mientras carga la batería durante nuestra videollamada (“a ver esta señora escultora si consigue poner esto en equilibrio”, murmura). Habla sobre su trabajo con una precisión más propia de poetas, sopesando cada palabra y corrigiéndose hasta dar con la expresión exacta. Cuando arriesgo una interpretación de su trabajo que no viene demasiado a cuento, me sonríe y me contradice con amabilidad. En cambio, cuando acierto en alguna de mis metáforas y ella asiente, no puedo evitar sentir una especie de alivio.
En el High Line de Nueva York, la comisaria Cecilia Alemani ha encargado instalaciones a artistas como Faith Ringgold, Ed Ruscha, Zoe Leonard, Barbara Kruger, Olafur Eliasson o Adrián Villar Rojas. Es uno de los escaparates de arte más codiciados en América del Norte, pues asegura una cantidad ingente de espectadores de todo el mundo. “Fue muy emocionante ver la respuesta de la gente”, dice Solar Abboud. “El espacio público es muchísimo más libre que una galería o un museo, donde la gente se siente ya muy dentro de un código. El High Line da un espacio de libertad genial. Siendo una ruina de lo postindustrial, la manera en que se ha recuperado para el ciudadano de a pie es maravillosa. La primera vez que entré al High Line fue el año pasado, cuando Cecilia me invitó al proyecto, y recuerdo muy bien la sensación de espacio intersticial, pero en sentido literal, porque es una capa intermedia entre el suelo de Nueva York y la altura. Tiene esa cualidad de estrato medio de la ciudad, que te sitúa en un lugar muy onírico”.
Lo onírico, la ficción y el tiempo profundo o geológico son algunas categorías con las que trabaja Solar Abboud, lectora empedernida de autores como Philip K. Dick, J. G. Ballard y Kurt Vonnegut, a quienes descubrió mientras estudiaba arte en Madrid. Fueron años de hallazgos y fascinaciones: “Recuerdo que algunos de los trabajos que vi entonces me destrozaron la cabeza: ver a Patty Chang, ver a Matthew Barney, lo recuerdo todavía con una enorme emoción. Pero pasó mucho tiempo hasta que empecé a pensar que yo también podía crear códigos. Y luego, cuando empecé a crearlos, fue un poco a la desesperada, porque empecé a sentir que tenía un montón de cosas que decir y no sabía cómo decirlas. Iba como una loca suicida intentando decir cosas que, claro, son difíciles de decir. Pero, realmente, hasta hace muy poco tiempo no he comprendido que podía haber un sitio para mí en este mundo”.
La exposición de Solar Abboud que concluyó en septiembre en el CA2M de Móstoles lleva por título Pájaro sueño de máquina. Una iteración de esa misma muestra, la mayor individual de la artista hasta el momento, acaba de inaugurarse en el MACBA bajo el título Sueño máquina de pájaro y podrá visitarse hasta el 9 de marzo. Sueños de fuga, Tuneladoras, El tiempo de las lombrices: Teresa tiene un talento raro para los títulos, que iluminan la obra a la vez que retienen cierto misterio. “Me parece que el arte contemporáneo muchas veces es poco generoso con sus espectadores, y creo que hay que dar más y hay que ayudar donde puedas. Un título es algo que ayuda: acompaña al espectador, al visitante, acompaña a alguien que ha decidido dedicarte un ratito”.
Birth of Islands es un guiño al pasado geológico de Manhattan, nos invita a imaginar su desprendimiento de Pangea. “Pero también intento no encorsetar ni mis títulos ni mis obras a lo que diga mi intelecto, porque me he dado cuenta de que soy mejor cuando le hago menos caso”, añade Solar. La intuición juega un papel muy importante en su trabajo, a contracorriente de lo que suele pasar en el arte contemporáneo, un mundo que, al menos desde fuera, parece dominado históricamente por un discurso racional. Teresa matiza: “Creo que es algo que está cambiando. Estamos tendiendo a otras cosas. La práctica del arte como mecanismo intelectual puede ser estéril. Yo soy más abundante cuando me dejo ir”.
Al escuchar esa respuesta, reúno el valor para preguntarle a Solar si hay algún espacio para lo sagrado en su práctica o en su vida. Sentada a la mesa del comedor en su casa, donde alimenta a su hija, Teresa sonríe y por un momento temo haber dicho algo equivocado. “Yo le encuentro a mi trabajo un sentido muy espiritual. Mucho. Es una manera de acercarse a los parámetros innombrables de la vida. Es interesante, porque he hecho las paces con esa idea desde que fui a México –he estado ahí tres o cuatro veces–. En México yo creo que la gente es mucho más abierta a proponer esta pregunta que me estás haciendo. Un español nunca haría esa pregunta.”
Días más tarde, mientras observo Birth of Islands desde la calle 20, el cielo se despeja y la forma enigmática de la escultura parece cambiar con la luz. A su alrededor, los turistas vienen y van como abejas que liban una flor prehistórica. Recuerdo unos versos de la danesa Inger Christensen: “Piensa como piensa una hoja / de un árbol, como piensan la sombra y la luz / como piensa la resplandeciente corteza, / como las crisálidas debajo / de la corteza piensan, como los líquenes”. La obra de Teresa Solar Abboud también conjura esas imágenes.
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