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High Line, levitando en Manhattan

La senda urbana sobre las viejas vías de un tren elevado es la intervención de mayor éxito en Nueva York desde hace décadas e invita a caminar

Paseando por la High Line, en Manhattan (Nueva York).
Paseando por la High Line, en Manhattan (Nueva York).apigurt (Getty)

Un músico durmiendo a mediodía, tirado en la calle 49 con Madison, abrazado a su guitarra eléctrica. Es blanco, debe de tener unos sesenta años muy gastados y estrecha su instrumento como a una amante. Larga debe de haber sido la noche de este Bob Dylan fracasado, que lleva un pañuelo a lo Keith Richards.

javier belloso

Pero ahora es mediodía y brilla un sol otoñal, amable. Los oficinistas de bancos y corporaciones, que compran sus almuerzos en los carritos de comida callejera, dejan al guitarrista reposar en paz. La tolerancia neoyorquina es hermana de su indiferencia. Por su parte, el músico yacente en la acera les devuelve la tolerancia y la indiferencia durmiendo como un bendito, con una gran sonrisa dibujada en los labios resecos.

¿Qué sueño feliz hace sonreír a este guitarrista sin suerte, acostado en la calle? Me lo pregunto mientras me alejo, bajando por la avenida Madison.

A la altura de la calle 37 entro en la Morgan Library. La antigua casona de piedra marrón de aquel tiburón de las finanzas, J. P. Morgan, alberga su extraordinaria biblioteca. Ese financiero y coleccionista voraz acaparó cientos de tabletas de arcilla con inscripciones cuneiformes —una de ellas contiene el relato más antiguo que se conozca sobre el diluvio—, centenares de libros iluminados medievales, numerosos incunables y miles de manuscritos raros. El salón principal de esta lujosa biblioteca tiene tres pisos de altura, con estantes repletos de libros únicos. Sobre la chimenea de castillo campea un vasto tapiz flamenco llamado El triunfo de la avaricia.

Interior de la Morgan Library, biblioteca de tres pisos en la antigua residencia del magnate neoyorquino J. P. Morgan.
Interior de la Morgan Library, biblioteca de tres pisos en la antigua residencia del magnate neoyorquino J. P. Morgan.JeffG (Alamy)

El tema de ese tapiz, en la mansión de quien fue uno de los hombres más ricos del mundo, parece una fanfarronada brutal. Pero una moraleja escrita en la tela matiza esa bravata: “Condenado como Tántalo a estar siempre sediento aun teniendo agua, así es el avaro siempre sediento de riquezas”. Morgan, que además de ser un banquero codicioso fue un hombre culto, colgó en su biblioteca esa advertencia contra su propia avidez.

Una parte de la fuerza que trasmite Nueva York viene de su codicia acumuladora. Pero en muchos casos esta avaricia ha desembocado en filantropía. Morgan donó sus extensas colecciones al público. Una porción significativa de los tesoros del Metropolitan Museum of Art fue aportada por él. Otros potentados han dejado grandes fundaciones benéficas.

Esa alianza entre codicia y filantropía continúa. Y no se limita a los millonarios avariciosos. Junto al río Hudson, entre las calles Gansevoort y la 34, se ha levantado el parque de la High Line (línea elevada), obra de los estudios Diller Scofidio + Renfro y James Corner Field Operations. Este parque aéreo, construido sobre las vías de un viejo tren elevado, es una de las renovaciones urbanas más exitosas en Nueva York. Aislado del tráfico, el paseante camina a la altura de un tercer piso entre plantas silvestres, árboles que empiezan a tupirse y hermosas vistas del río y del bajo Manhattan. Este paseo es público y gratuito, pero su mantenimiento es privado. Lo financia una fundación de amigos del parque que aportan pequeñas donaciones (deducibles de impuestos).

Tumbonas en la High Line de Nueva York.
Tumbonas en la High Line de Nueva York.Mendelewski (Getty)

El parque de la High Line renovó este barrio de muelles y bodegas (disparando los precios). Google instaló sus oficinas aquí cerca, y el flamante edificio del Museo Whitney, obra de Renzo Piano, corona ahora el extremo sur del parque. Desde las amplias terrazas del museo miro hacia ­Battery Park. El nuevo One World Trade Center rasca el cielo triunfalmente ocupando el espacio donde estuvieron las Torres Gemelas, destruidas en 2001. Observando este descomunal edificio, recortado contra el cielo diáfano y pacífico, recuerdo unos versos premonitorios que escribió Arturo Fontaine en 1974: “Serás destruida, Nueva York, no quedará / piedra sobre piedra (…) / las Twin Towers arquearán sus espaldas en reverencia, / los últimos pisos / besarán la tierra de Manhattan”.

Astuta filantropía

Ocurrió lo vaticinado por el poeta, en parte. Pero Nueva York no ha sido destruida. La renuevan constantemente su codicia y su astuta filantropía. Además, esta ciudad ya no es la mejor encarnación de la fuerza brutal del capitalismo. Ahora hay otros sitios donde este es tan fuerte como aquí y bastante más brutal. A cambio, Nueva York ha ganado un aire vintage, de actualidad anticuada.

Un tramo de la High Line, que con cinco millones de visitantes anuales se ha convertido en un imán turístico.
Un tramo de la High Line, que con cinco millones de visitantes anuales se ha convertido en un imán turístico.Claire Takacs (Getty)

Ya de noche vuelvo a pasar por la esquina donde dormía el músico sonriente abrazado a su guitarra eléctrica. Se ha ido. Me alegro por él: entre los barrancos de las avenidas se cuela el primer viento del invierno. Allá en lo alto, las torres de las corporaciones se hunden en una neblina encendida, eléctrica. Cuarenta pisos más abajo, el viento deshilacha ese olor a pan quemado que durante el día los carritos de comidas empozaron entre los edificios.

Ahora imagino por qué ese guitarrista sonreía en sueños. El sol de mediodía, atravesando sus párpados cerrados, brillaba en su mente como los focos de un escenario. El rumor de la calle y las voces de los transeúntes le sonaban como aclamaciones de un público fervoroso. El músico soñaba que triunfaba. Y eso le bastaba para dormir a gusto y sonreír.

¿Quién es más desgraciado? ¿El que duerme en la calle, pero sueña sonriendo, o ese al que la ambición desvela impidiéndole dormir en su cama lujosa?

Carlos Franz es autor de Si te vieras con mis ojos (Alfaguara).

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