Breve historia de Atlantis, la ciudad utópica que nunca se llegó a construir en Tenerife
¿Grecia? ¿La Antigua Roma? No, España. Y más concretamente las Islas Canarias. La urbe de fantasía que Leon Krier proyectó en una ladera tinerfeña vuelve a cobrar vida en la exposición ‘Arquitectura Atemporal’. Y, advierte el arquitecto, sigue estando vigente
Sinuosos muretes de piedra volcánica negra redibujan la topografía abrupta de un cerro, sobre el que refulge una ciudadela blanca como el marfil. Un collage de arcos, columnas, pirámides, obeliscos y cúpulas componen lo que parece el decorado de una superproducción de la Era Dorada de Hollywood, una recreación de la Grecia Antigua que se recorta sobre un cielo azul oceánico. Un pastor aparece sentado junto a un árbol y, como Adán recién expulsado del Paraíso, mira hacia esa Arcadia onírica mientras sueña con ser un erudito con traje de lino beis como los que moran en su interior.
Los óleos que Carl Laubin pintó para ilustrar Atlantis, la ciudad que Leon Krier (Luxemburgo, 75 años) proyectó en 1987 en la isla de Tenerife, nos acercan a una visión de la arquitectura desafiantemente anacrónica. Una recuperación de cierta idea del clasicismo que va mucho más allá de la ironía posmoderna que practicaban muchos de sus coetáneos. Atlantis, como todo el discurso de Krier, iba muy en serio.
El luxemburgués ha sido, desde siempre, un verso suelto en la profesión. Lleva más de cuatro décadas defendiendo los valores de la arquitectura tradicional y de los órdenes clásicos con el mismo rigor y elegancia con los que ataca los criterios urbanos que rigen las grandes ciudades contemporáneas. Estas ideas, que ha ido desarrollando en proyectos, publicaciones, conferencias y como profesor en algunas de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos –Princeton, Yale, Cornell–, le han servido para apuntalar los principios del Nuevo Urbanismo: “Un movimiento internacional que propone adaptar el urbanismo y la arquitectura vernáculos a las necesidades actuales”, cuenta Krier para ICON.
El Nuevo Urbanismo surgió a principios de los ochenta como respuesta al modelo de desarrollo de posguerra: ciudades dispersas y zonificadas que nos obligan a dormir, trabajar, comprar y divertirnos en lugares muy separados entre sí, y a desplazarnos grandes distancias para llevar a cabo tareas cotidianas. “Esta segregación geográfica supone un catastrófico desperdicio de tiempo, espacio y energía. ¡Es profundamente insostenible!”, se lamenta Krier.
“Las ciudades tienen unas dimensiones óptimas, tenemos que limitar su tamaño y reorganizarlas en barrios de uso mixto completamente autosuficientes”. El ideal son los centros históricos de las urbes europeas, densos y diversos, funcional y tipológicamente, donde todas las necesidades rutinarias están a minutos de distancia, a pie o en bicicleta. Un principio que están explorando planes de regeneración urbana de capitales como París y Barcelona.
Una de las primeras ciudades construidas de acuerdo con los preceptos del Nuevo Urbanismo fue Seaside, en Florida, fundada en 1981 e inspirada en la idílica perfección de las poblaciones costeras americanas: casas unifamiliares de madera y tejado a dos aguas, una estricta paleta de colores –blanco, pastel–, y abundantes jardines y espacios públicos. Krier colaboró como asesor en el desarrollo del plan urbanístico y con el diseño de su propia casa. En 1998, el cine convirtió Seaside en Seahaven, el inmenso decorado el que se desarrollaba El Show de Truman, distopía televisiva protagonizada por Jim Carrey.
A este lado del Atlántico, los planteamientos de los nuevos urbanistas atrajeron a Carlos de Inglaterra, detractor de la arquitectura moderna que se ha posicionado abiertamente contra la obra de reputados arquitectos como Richard Rogers, Norman Foster o Rafael Viñoly, y ha calificado el proyecto para la ampliación de la National Gallery de Londres como “un monstruoso forúnculo en el rostro de un buen amigo”.
“Cuando el príncipe Carlos decidió ir más allá de la crítica, me nombró director del proyecto de Poundbury, una comunidad cuyos principios debían ser lo opuesto al modelo de desarrollo suburbano de las ciudades modernas: urbanidad, uso mixto, escala humana, familiaridad, singularidad, armonía, comodidad, materiales naturales, belleza, durabilidad”, recuerda Krier. La construcción comenzó en 1993 y hoy este experimento de ciudad tradicional en la costa sur de Inglaterra está en funcionamiento. “Viven en él aproximadamente 3.800 personas, proporciona empleo a más de 2.300 y alberga 207 empresas. El proyecto es un éxito”, afirma el arquitecto.
Artificial. Nostálgico. Aburrido. Muchos expertos han criticado el Nuevo Urbanismo alegando que la aplicación de sus planteamientos resulta en comunidades con un perfil socioeconómico muy concreto y un paisaje arquitectónico desasosegantemente homogéneo, como retrataba de manera brillante la vida de Truman. Krier rebate con educación, pero no rehúye la polémica. La mayor, cuando su devoción por la arquitectura clásica le llevó a rescatar la figura de Albert Speer, el arquitecto de Hitler.
“Fue un urbanista y arquitecto con un talento extraordinario que trabajó para un régimen criminal”, puntualiza. “Creo que la buena arquitectura trasciende los objetivos políticos o culturales de los regímenes que la promueven. Puede no gustarte la política de Napoleón III y que disfrutes del París moderno que él inventó. Estoy seguro de que, si el plan de Speer para Berlín se hubiera realizado, podría haberse adaptado a una sociedad democrática y hoy sería una referencia de metrópolis moderna y sostenible”.
Atlantis, sin embargo, es algo distinto. Fue el intento de fundar una nueva ciudad que iba más allá de planteamientos estrictamente urbanísticos. “Hans Jürgen y Helga Müller, un matrimonio de coleccionistas de arte de Stuttgart, me encargaron diseñar en una ladera de Tenerife un campus multidisciplinar en el que, cada año, se invitaría a vivir por un tiempo a figuras notables de distintas áreas del saber para confrontar su trabajo e ideas con el resto de residentes”, explica. Apasionados debates sobre ciencia, arte, ecología, artesanía, filosofía o agricultura tendrían lugar en un pueblecito montañoso cuyo diseño estaba basado en “la herencia urbana de las culturas clásicas mediterráneas, un modelo de espacios públicos de calidad que se asocia de manera universal a la democracia”.
El resultado fue un proyecto integrado por más de 100 edificios, 31 calles y 19 plazas públicas. A pesar de estos números, “Atlantis es engañosamente pequeña. De hecho, es una microciudad que se puede cruzar caminando de punta a punta en solo cinco minutos”, matiza Krier. Aunque la espectacular puesta en escena de planos, dibujos, acuarelas y pinturas al óleo orquestada por Krier nos traslada a una fantasía que desafía las convenciones sobre lo que a priori podríamos entender por una solución urbana racional en un lugar como Tenerife, lo cierto es que el arquitecto concibió la ciudad en íntima relación con los escarpados terrenos volcánicos de la isla.
“En Atlantis el orden geométrico, tipológico y arquitectónico responde a las condiciones topográficas y climáticas del lugar”, explica. “La mayoría de los edificios están proyectados con materiales naturales y sistemas técnicos de tradición local, de ahí que sean construcciones con formas muy sencillas, parecidas a las que encontramos en algunos pueblos históricos de la isla, como La Orotava o Vilaflor. El lenguaje arquetípico clásico se reserva para las grandes instituciones públicas y los monumentos. Ambos tipos se combinan para crear un espacio público rico, fluido y atractivo”.
Finalmente, los Müller no pudieron recaudar los fondos necesarios para hacer realidad el proyecto. En 1989 recibieron la visita de una delegación política española que quería construir Atlantis en Cádiz, pero tampoco llegó a prosperar. La utopía de Krier vuelve ahora a nuestro país de la mano de Arquitectura Atemporal, una muestra en Madrid donde se podrá ver -hasta el 3 de octubre en Centro Centro- la maqueta original, así como las dos pinturas realizadas por Carl Laubin: Inauguración de Atlantis y Atlantis al amanecer.
Dice su comisario, Alejandro García Hermida, Director Ejecutivo de las Iniciativas de Richard H. Driehaus en España y Portugal y profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid: “Atlantis fue un hito del Nuevo Urbanismo, un manifiesto fundamental para la difusión de esa renovada visión, tanto de la ciudad existente como de la forma de proyectar y concebir los nuevos desarrollos urbanos”.
Hoy, Atlantis mantiene intacto su poder de sugestión. “El proyecto sigue vigente. Se podría construir en cualquier lugar con unas características geográficas y climáticas similares”, aclara su autor. “Eso es lo bueno de la arquitectura y el urbanismo tradicionales: son independientes de las modas. Satisfacen las necesidades espirituales y materiales que el ser humano ha tenido a lo largo de su existencia y, lo que es más importante, trascienden las barreras políticas, de género, raza, ingresos, clase, idioma, religión y edad”.
Ahora, cuando la pandemia ha puesto todo patas arriba, Krier considera que debemos de mirar hacia el pasado para repensar la ciudad del futuro. “El urbanismo tradicional permite que personas con talentos y ambiciones muy distintas puedan convivir y prosperar como vecinos. Mi objetivo es recuperar estas ideas para crear el marco físico que permita el desarrollo de comunidades humanas solidarias. La solidaridad entre personas debe ser un baluarte en estos tiempos de crisis”.
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