Por qué un pueblo australiano decidió enterrarse en el desierto
Un grupo de mineros en busca de fortuna fundó en 1915 Coober Pedy. Allí hallaron ópalo y excavaron 250.000 hoyos. En esas madrigueras humanas, que se conservaban a 22 grados frente a los 45 de la superficie, residen sus 1.700 habitantes censados (y tal vez alguno más)
El devenir del ser humano desde que se relaciona con el mundo consiste básicamente en escapar de las cosas con las que el mundo le ataca. Cuando no se trataba de escapar del frío, la lluvia, la nieve y el viento, había que escapar de las bestias, o de las riadas o del calor. Luego, el ser humano se fue haciendo más listo e inventó cosas más sofisticadas con las que mantuvo más o menos bajo control las amenazas naturales: casas, puentes, presas.
El problema ahora era escapar de los propios congéneres, que eran tan listos como nosotros mismos. Había que huir de otras tribus, de otros pueblos, de otras naciones, así que inventamos los ejércitos. Y luego hubo que escapar de ladrones y bandidos dentro de nuestros propios pueblos, así que inventamos la justicia.
Ahora ya solo había que escapar de la justicia.
En medio del desierto australiano hay un pueblo que ofrece la escapatoria perfecta: a todas las amenazas naturales, incluido el asfixiante calor; y a todas las amenazas humanas. Sí, también a la justicia. Se llama Coober Pedy y las dos ciudades que le pillan más cerca son Alice Springs, setecientos kilómetros al norte, y Adelaida, novecientos kilómetros al sur. Es decir, que el pueblo se levanta en medio de la más inabarcable e inconmensurable nada. Es más, ni siquiera se levanta: se entierra.
Coober Pedy fue fundado en 1915 un grupo de mineros que andaban vagando por el outback australiano (como llaman los australianos a todo lo que no es costa, que suele ser desierto) en busca de fortuna en forma de mineral, que es realmente la única fortuna que puede ofrecer semejante secarral. De hecho, es probable que sus fundadores ni siquiera fuesen mineros, sino personas de relación difícil con la justicia. Lo cual es bastante plausible, tratándose Australia de un país que nació como isla-prisión.
El caso es que, fuesen mineros o forajidos, hallaron fortuna. Y mineral. Concretamente, ópalo. Un descomunal depósito subterráneo de esta gema, muy apreciada en la joyería; tanto como para que, cien años después, casi el 80% de la extracción mundial de dicho mineral provenga de allí.
Una vez apareció el primer filón, los mineros comenzaron a llegar y a excavar la tierra de manera más o menos irregular. Como las leyes de conservación del outback eran un poco laxas, nadie les obligaba a tapar los agujeros que habían abierto, así que terminaron transformando este pequeño pedazo de territorio en una suerte de campo de madrigueras humanas: más de 250.000 desde su llegada hasta hoy.
Además de ser vestigios de la explotación minera, las madrigueras se convirtieron en la característica que definiría al pueblo porque, si las temperaturas suben hasta los 45 grados en la superficie del desierto, bajo tierra apenas llegan a 22, y son mucho más estables. De ellas procede también el nombre del pueblo, ya que Coober Pedy no es más que la transcripción fonética inglesa de kupa piti, vocablo que, en la lengua de los aborígenes kokotha, significa literalmente “agujeros del hombre blanco”.
Una vez que los mineros descubrieron que en el subsuelo se estaba mucho más fresquito, decidieron ocupar las madrigueras con sus casas. Y después de sus casas, excavaron calles. Y después restaurantes, hoteles, casinos y hasta iglesias. Cinco templos religiosos, nada menos, algunos de los cuales impresionan genuinamente. Es el caso de la iglesia serbia ortodoxa de Coober Pedy, con sus tres naves-cañón de distinta altura, las tres perfectamente esculpidas en el interior de la tierra.
Más de un siglo después de que se excavase el primer hoyo, Coober Pedy es uno de los pocos reclamos turísticos del outback, tanto por sus edificios excavados a 10 metros bajo tierra como por el marcianísimo perfil que ofrece en superficie: una colección de agujeros sin tapar, de señales de advertencia de esos agujeros y de montículos de tierra resultantes de las excavaciones.
El paisaje es tan extraterrestre que ha servido como escenario para varias películas de ciencia ficción, desde Mad Max a Pitch Black y, sin embargo, lo más marciano del pueblo no es nada de esto. Ni los hoyos sin tapar, ni las iglesias bajo tierra, ni los miles de montañitas artificiales. Lo más genuinamente inesperado que podemos encontrar en ese rincón del desierto es (pausa dramática) un campo de golf. Sí. Eso.
Se llama Coober Pedy Opal Fields Golf Club y es uno de los escasos campos de golf sobre tierra que hay en el mundo. Además, como lo de jugar 18 hoyos a 45 grados es una actividad un poco peligrosa, la mayoría de los recorridos se hacen de noche y con bolas fluorescentes. Así, cada juego acaba convertido en un espectáculo fascinante de estrellas fugaces a ras de desierto. Una diversión insólita tanto para los turistas como para los 1.700 habitantes que figuran en el censo oficial del pueblo.
Y digo oficiales porque el outback australiano sigue siendo un lugar inabarcable y, por lo tanto, ideal para desaparecer. Por eso, y según la mayoría de crónicas, es probable que la población real de Coober Pedy triplique a la oficial. El sobrante está formado, sencillamente, por personas que no quieren ser encontradas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.