Dinamizar sin gentrificar: la segunda vida del polígono industrial de Carabanchel como epicentro cultural y sostenible
La plataforma Carabanchel Distrito Cultural, fruto de la unión entre asociaciones vecinales, talleres de artesanos, artistas y escuelas de música y artes escénicas de la zona, impulsa iniciativas culturales, sociales, económicas y ecológicas para avanzar hacia una transformación urbana sostenible
En 1960 se estrenaba El cochecito, la película de Marco Ferreri con guion de Rafael Azcona en la que un anciano Pepe Isbert tenía como única aspiración vital hacerse con un motocarro para no ser menos que su cuadrilla de amigos motorizados. Todos aquellos artilugios de tres ruedas que poblaban las calzadas del Madrid desarrollista salían de un polígono industrial del barrio de San Isidro, en Carabanchel. Era uno de los primeros de la ciudad, levantado en 1951 sobre un antiguo garbanzal casi en los límites de la urbe. El Isocarro (así se llamaba en realidad el deseado artefacto de Isbert) era el producto estrella del polígono y su fábrica, con una capacidad de producción de 20 unidades diarias, ocupaba 12.000 metros cuadrados.
A su alrededor pronto se empezaron a sumar otras naves dedicadas a la confección, la impresión y las artes gráficas. Pero en los noventa la mayor parte de estas empresas habían desaparecido o se habían mudado a las afueras. A partir del año 2000, muchos artistas plásticos, desesperados por encontrar espacios diáfanos con rentas bajas, descubrieron un filón en ese lugar olvidado.
Así, entre las calles General Ricardos, Oca, Zaida y Toboso, al sur de San Isidro, se ha engendrado una inédita transformación que ha dado lugar a Carabanchel Distrito Cultural. Esta plataforma, que se encarga de difundir el proyecto Ecosistema ISO, es el fruto de la unión entre las asociaciones vecinales, los talleres de artesanos, los artistas, las salas de ensayo y las escuelas de música y artes escénicas de la zona.
“Lo peculiar es que todo esto ha surgido de manera espontánea. Ha tenido que pasar mucho tiempo para que nos demos cuenta de todo el potencial que hay aquí. Esto es un tesoro”, explica Pilar Balsalobre en su taller de la Avenida de Pedro Diez. Ella es una de las socias de esta plataforma, de la que forma parte a través del estudio creativo photoAlquimia. “El objetivo es establecer un núcleo cultural descentralizado”, añade Carlos Jiménez, el otro 50% de photoAlquimia.
Carabanchel, con sus siete barrios (entre ellos el de San Isidro), es el distrito más populoso de la capital con 260.000 habitantes, más que localidades como La Coruña o Vitoria. También es el quinto por la cola en renta bruta per cápita con 24.350 euros (según datos de la AEAT de 2018), mientras que el distrito de Salamanca tiene casi cuatro veces más, 95.500 euros. Fundada en 2019, Carabanchel Distrito Cultural es un proyecto piloto que busca impulsar diferentes iniciativas transversales de todo este tejido creativo, con un componente social, económico y ecológico, para avanzar hacia una transformación urbana sostenible. “Porque ahora muchos de nuestros barrios son de todo menos sostenibles”, afirma Jiménez, que reconoce su alineación con la Agenda 2030 de las Naciones Unidas.
El polígono también ha sido objeto de interés por parte del Instituto Europeo de Diseño (IED), que abrió aquí una de sus sedes hace unos años, el IED Innovation Lab, en un bonito edificio racionalista. Gracias a su proyecto Carabanchel Creativa, el pasado octubre se publicaron dos guías con recorridos por el patrimonio industrial del barrio y han desarrollado propuestas como Costabanchel, un plan de transformación sostenible de la Plaza de Almodóvar.
Cerca de allí, en la calle Algaba, se encuentra el estudio de Isabel Alonso, una artista que ha encontrado su lugar de trabajo en lo que antes era un taller mecánico. Alrededor hay más de 40 espacios similares. También es el hogar de Casabanchel, una asociación independiente de promoción y agitación cultural y una de las impulsoras del festival Artbanchel, con tres ediciones ya a sus espaldas. Espacio Corner y Corner Gallery & Studio son dos recintos hermanos que sirven como galería y estudio para media docena de creadores. Sus propietarios, Carlos Cartaxo y Sandra Val, abrieron hace un par de temporadas ambos locales, aunque llevan casi una década trabajando en el barrio. “Cuando llegué había algunos artistas, pero nada comparable con lo de ahora. El gran boom fue a partir de 2015”, recuerda Cartaxo.
La bonaerense Laura Lio se mudó al barrio hace casi 15 años para abrir su atelier en otro antiguo garaje. Ella es una de las pocas que tienen su taller en propiedad. Desde Carabanchel Distrito Cultural apuntan que el 95% de este tipo de espacios son alquilados, un hecho que, sumado a la presión inmobiliaria para construir nuevas viviendas, hace que la mayoría de estos lugares de creación pendan de un hilo.
Ecosistema ISO ha aumentado la protección del uso del suelo industrial. “Si desaparecen estos edificios para construir viviendas, te cargas el ecosistema”, sostiene Balsalobre, que incide en la necesidad de mejoras medioambientales como la instalación de energías renovables y la renaturalización de azoteas con jardines y huertos. Porque de cubiertas en horizontal anda sobrado el barrio. Un buen ejemplo es la terraza de El Observatorio, que hace honor a su nombre. Desde la azotea de estos locales de ensayo de la calle Algorta, los segundos más grandes de toda la ciudad, se divisa medio Madrid, de Plaza de Castilla a Torrespaña, y buena parte de la Sierra Norte.
La presión inmobiliaria también afecta a negocios más prosaicos, como las tiendas de alimentación. De la frutería La Favorita solo queda un desvencijado cartel de bienvenida nada profético: “Hola, somos los de siempre. Mejor calidad, precio y trato”. Al final de la calle aún resiste El Solar de Matilde, uno de los huertos urbanos comunitarios de la zona, ahora en peligro de desaparición tras la iniciativa del Ayuntamiento de vender esta parcela, de propiedad pública desde 1977, para levantar nuevas viviendas.
“Si miramos la densidad de población creativa, para mí esto se ha convertido de forma natural en el mayor foco de producción cultural de España. Es que solo en el barrio de San Isidro hay más de 2.000 músicos ensayando y unos 300 artistas plásticos. Es una locura. Hace mucho tiempo que no ocurre algo parecido en Madrid”. El que habla es Juan Luis Nieto, propietario de Gruta 77, los locales de ensayo más veteranos del barrio, y también socio de Carabanchel Distrito Cultural.
La Avenida de Pedro Diez es otro de los epicentros creativos del área, con potentes núcleos como los estudios Mala Fama o Nave Oporto, donde trabajan decenas de artistas de toda índole, o los locales de ensayo Madreams. En los edificios industriales de esa calle también hay pequeños artesanos como Artcuero, que produce piezas únicas, máscaras y utilería para teatro, cine y televisión. O el propio taller de photoAlquimia. En una de tantas sinergias que se dan en el Polígono ISO, ellos han sido los diseñadores de las etiquetas de las diferentes botellas de Patanel, la cerveza artesanal carabanchelera que tiene su sede un par de plantas más abajo.
Patanel cuenta con su propia cantina a pie de calle, uno de los escasísimos bares de los alrededores. “Cuando abrimos fue un éxito desde el primer momento, porque no existía prácticamente ningún lugar para tomar algo”, comenta David Ortega, uno de sus socios, mientras muestra orgulloso el futbolín del local que, en vez de muñecos del Madrid, Barça o Atleti, tiene jugadores con las camisetas del C.D. Puerta Bonita y el R.C.D. Carabanchel, los dos equipos históricos del distrito. Él empezó en 2016 haciendo cerveza casera en su bañera y dos años después ya había abierto su propia microfábrica, que decidió llamar Patanel: patanel de Carabanchel. Desde allí embotellan cada año 60.000 litros de cerveza, mientras destinan parte de sus beneficios a proyectos solidarios.
“Cuando yo era pequeño esto daba miedo por la noche, porque no había absolutamente nada”, recuerda Ortega, que ha vivido desde crío en estas calles y que se ha convertido en uno de los catalizadores del polígono. “Si fuera egoísta, me vendría fenomenal que no se abriera nada más. Pero sería una lástima para el barrio, porque tiene unas posibilidades tremendas. Si hubiera más locales, vendría gente de todo Madrid. Lo malo es que con los nuevos bloques de viviendas eso se ha vuelto muy complicado”, se lamenta.
Y aquí surge el tema de la temida gentrificación, al que aluden algunas pintadas callejeras. “Si esto se gentrificara, los primeros damnificados seríamos nosotros, porque la mayoría estamos de alquiler”, explica Balsalobre. Juan Luis Nieto, que lleva décadas montando conciertos allí cuando todo pasaba en el centro, es de la misma opinión. “No considero que la gentrificación sea una consecuencia de que los actores culturales estemos trabajando bien, sino de la voracidad inmobiliaria. Esto ni es una cosa de hipsters ni va a ser nunca la nueva Malasaña”.
La postura de la FRAVM también va en esa línea. “Esto siempre ha sido un polígono industrial”, advierte Vicente Pérez. “Los artistas ni siquiera han sido la excusa de una posible gentrificación. Más bien son las víctimas. Si se quiere consolidar y preservar esto, la medida más urgente es la protección del uso del suelo, porque se está convirtiendo en un polígono residencial. El avance de los pisos ha ido echando las fábricas que había. Y hoy amenaza a todo este nuevo sector creativo”. Antes de despedirse, Juan Luis Nieto concluye con una petición. “Yo solo le pido al Ayuntamiento que reflexione qué presupuesto de cultura dedica a un distrito de 260.000 habitantes, los mismos que una capital de provincia de tamaño medio. No vale que ese presupuesto se dedique casi íntegramente al centro de la ciudad, que acoge los grandes museos, los cines o los teatros, porque nosotros no tenemos nada de eso. Si el Ayuntamiento quiere dinamizar los barrios deprimidos, aquí tiene un potencial imparable que puede dar la vuelta a todo Carabanchel”.
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