El trepidante viaje del empresario valenciano que acabó creando los muebles de ‘Dinastía’, ‘Dallas’, ‘Hotel’ y ‘Falcon Crest’
Sin apenas hablar inglés, Fernando García consiguió expandir su producto por medio mundo. Además de series de televisión, amuebló desde el teatro neoyorquino de una de las mujeres más ricas del mundo a los palacios de la familia Bin Laden
Los ochenta no solo fueron años de excesos, sino también de series excesivas. Aparte de los dramas de la familia Carrington en Dinastía, los espectadores de todo el mundo especularon durante semanas hasta saber quién había disparado a J.R. en Dallas, odiaron a la maquiavélica Ángela Channing de Falcon Crest, y se enamoraron de la oscura melena de Connie Sellecca, o de la barba impecablemente recortada de James Brolin, en Hotel.
Sin embargo, a pesar de su apabullante éxito, poca gente sabe que los muebles que aparecían en estas series estaban producidos por una empresa valenciana fundada en 1890 por un hombre llamado Mariano García. La compañía, que fabricaba muebles artesanos de madera maciza tallada a mano, se coló en la industria cinematográfica gracias a Fernando García Nicolau, hijo del fundador que tomó las riendas del negocio en 1945. En su catálogo se tocaban varios estilos como el Reina Ana o el Regencia, pero sus productos estrella eran los muebles de estilo Luis XV y Luis XVI.
Aunque Fernando García murió en 1984 de un infarto a los 70 años y la empresa desapareció durante los años noventa, todavía hay una parte de la familia que se dedica al mundo del mueble y la decoración. Su nieta, Verónica Montijano, que dirige su propio estudio de decoración e interiorismo en Valencia, cuenta a ICON Design cómo empezó todo: “Él tomó las riendas de la empresa en los años cuarenta y desde entonces apostó por el mercado internacional. Viajó mucho por Europa, especialmente Bélgica y Alemania, y también por países árabes, allí decoró palacios y villas. Entre sus clientes estaban el Rey Fahd y la familia Bin Laden. Recuerdo cómo mi madre paseaba con las princesas árabes mostrándoles la exposición de 4.000 metros cuadrados que teníamos junto a la fábrica de Valencia. A partir de 1962 es cuando decide viajar a los Estados Unidos”.
Pero no solo trabajó en el extranjero, en España, García amuebló la sala de fiestas Pasapoga, el cine Gran Vía en Madrid, el Hotel Felipe II en El Escorial y, en Valencia, la cafetería Lauria y la tienda de ropa López Criado.
A lo largo de los años, el valenciano consiguió muchos contactos de empresarios estadounidenses en las ferias a las que acudía por toda Europa. En aquella época, el mueble valenciano clásico hacía furor. Pero en la expansión a Estados Unidos jugó un papel muy importante otro empresario valenciano histórico, José Meliá, uno de los pioneros en la industria del turismo en España, fundador del imperio turístico Meliá y amigo de García. Meliá le encargó a García la decoración de las Agencias de Viajes que su empresa iba a abrir en París y Nueva York y para aprovechar la oportunidad que se le había presentado, García decidió viajar personalmente a ambas ciudades. En Nueva York se reunió con decoradores neoyorquinos y de Los Ángeles, estos últimos fueron los que le pusieron en contacto con el mundo de Hollywood. En la meca del cine se asoció con el decorador Steven Chase y juntos fundaron la empresa Tradition Imports by Mariano García, adquirieron unas naves y montaron una impresionante exposición, gracias a la cual las ventas aumentaron y la expansión estadounidense arrancó.
“Cada semana salía al menos un contenedor lleno de muebles desde Valencia hacia Estados Unidos”, recuerda Verónica. “El mueble se enviaba en crudo, sin pintar ni tapizar, y se terminaba en destino, donde se había creado un taller para aplicar los acabados según el gusto norteamericano. Los muebles variaban en dimensiones con respecto a las piezas vendidas en Europa, para Estados Unidos las medidas se amplían y se ensanchan”.
El negocio estadounidense se fue expandiendo y la empresa recibió encargos importantes. Quizá el más destacable fue diseñar y amueblar, en 1972, el Teatro Harkness en Nueva York, propiedad de la millonaria Rebekah Harkness, cuyos murales fueron pintados por el pintor valenciano Enrique Senís-Oliver. Rebekah Harkness estaba casada con William Hale Harkness, heredero de la compañía Standard Oil y uno de los hombres más ricos del país, y celebraba legendarias fiestas (como una en la que se llenó una piscina entera con Dom Pérignon) donde se codeaba con Andy Warhol, Truman Capote o Salvador Dalí. Que Harkness le encargara a García la decoración del teatro en el que quería establecer permanentemente a su compañía de ballet, da una idea del prestigio de la firma valenciana entre las grandes fortunas estadounidenses.
Gracias a la popularidad que alcanzaron estos muebles entre cierta élite norteamericana a finales de los setenta y principios de los ochenta, productores como Aaron Spelling o la compañía Lorimar se plantearon amueblar con ellos las ampulosas mansiones de los protagonistas de sus series.
“Yo lo recuerdo siempre trabajando”, recuerda su nieta. “Era un hombre que involucraba mucho a toda la familia. Yo desde muy pequeña iba a la fábrica todos los sábados y me ponía a dibujar con los diseñadores, con los decoradores… Años después, realicé muchos viajes con él a Francia, Inglaterra, Estados Unidos y aprendí mucho”. Verónica tiene muchas anécdotas de aquellos viajes, en los que recuerda cómo su abuelo suplía su falta de conocimientos de idiomas con una buena ración de improvisación. “Él hizo todo lo que hizo en Estados Unidos sin hablar inglés. Era un hombre con una gran personalidad. Era muy simpático y listo, hablaba con todo el mundo, lo preguntaba todo, aprendía rápido y conseguía que le entendieran. Se inventaba palabras, lo decía en español pero con la terminación ‘eishion’ y ¡lo entendían! Aunque siempre quiso que sus hijos y sus nietos aprendiéramos inglés para no tener las dificultades con las que él se encontró”.
Pero García no solo amuebló casas para los demás, él mismo montó su propio Xanadú en Campolivar, cerca de Valencia. “A finales de los años cincuenta, la casa de mis abuelos apareció en todas las revistas de decoración de España. Era muy moderna para la época y muy grande porque mi abuelo quería que hubiera espacio para toda la familia”, cuenta Verónica, que destaca el papel de su abuela Ana. “Para mi abuelo fue fundamental. La labor de las mujeres en esa época siempre quedaba en la sombra, pero no por ello fue menos importante”.
El sector del mueble valenciano, que durante décadas fue la meca mundial del mueble clásico artesano, se está perdiendo como ocurre con muchos oficios artesanos. “Es una lástima”, se queja Verónica. “La artesanía debería reivindicarse más. Países como Francia, Italia o Portugal la protegen pero aquí hacemos todo lo contrario. En Valencia hubo empresas muy importantes, la mayoría familiares, grandes exportadoras… pero ahora quedan apenas unas pocas. No hay escuelas para que estos oficios perduren, los artesanos llevan mucho tiempo pasándolo mal y no aconsejan a sus hijos que sigan con el oficio”, concluye Montijano.
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