“Prefieren talar 50 árboles a perjudicar el tráfico”: por qué se siguen cometiendo arboricidios urbanos
Se le da tan poco valor al arbolado que más que como un ser vivo es tratado como mobiliario, igual que un banco o una papelera. De ahí que movilizaciones contra las talas se hayan convertido en rutina para grupos vecinales de toda España


Medio kilómetro separa infierno y paraíso. El pasado 20 de septiembre, la iniciativa Termometrada Estatal, organizada por asociaciones ambientales con financiación del Ministerio para la Transición Ecológica, midió las diferencias entre zonas verdes y plazas de cemento sin vegetación. Uno de los objetivos era mostrar el fenómeno de las islas de calor, lugares donde el asfalto o los edificios conforman un microclima difícil de soportar en verano. “Frente a la puerta grande de la Monumental de Las Ventas. Monumental el calor de la plaza-sartén también”, escribía la persona encargada de tomar la temperatura ante el coso taurino de Madrid, con tráfico alrededor, pavimento artificial y sin árboles. La zona era etiquetada, por tanto, como “infierno”. En el Parque de María Eva Duarte de Perón, a 500 metros, con suelo natural y abundantes especies arbóreas y arbustivas, se estaba 2,5 grados centígrados por debajo (32 frente a 29,5) a las cinco de la tarde. “Paraíso”.
Con el aumento de las temperaturas globales, eliminar árboles puede resultar contraintuitivo y generar estupefacción. Sin embargo, las movilizaciones contra las talas, los llamados arboricidios, se han convertido en amarga rutina para grupos vecinales de toda España. Este verano, el barrio de Triana, en Sevilla, vivió la traumática pérdida del ficus de San Jacinto, árbol centenario que no pudo recuperarse de una agresiva poda sufrida en 2022. Ourense también se ha visto privada del histórico jardín del Posío, cerrado para la construcción de una gran cafetería sobre una explanada. Los zaragozanos soportaron olas de calor de en torno a 40 grados centígrados sin sombra en la avenida de César Augusto, después de que se eliminaran 23 melias, los conocidos como árboles del paraíso (se ha anunciado que los sustituirán árboles del amor, con copas mucho más pequeñas). Y la superficie arbórea de Málaga sigue siendo de solo un 15,75%, menos de la mitad de lo que la Unión Europea considera el umbral recomendable: al menos, un tercio de toda la superficie.
Asunto aparte es Madrid, donde solo en los tres primeros años de mandato del alcalde José Luis Martínez-Almeida se acabó con cerca de 80.000 árboles maduros. El rediseño de Sol, la explanada de suelo empedrado de la renovada plaza de España o la tala de 47 de los 54 árboles de la plaza de Santa Ana, en el Barrio de las Letras, para reformar un aparcamiento de explotación privada (casos que se suman a polémicas intervenciones anteriores en Madrid Río, Atocha o Comillas), han llevado a que en la capital se perciba un auge del urbanismo hostil y las plazas duras, por anacrónico que suene en el actual contexto.
¿Cuestión de negacionismo? Quique Villalobos, responsable del área de Urbanismo y Vivienda de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid, no lo ve necesariamente así: “Tendríamos un mal análisis si pensáramos que los que nos gobiernan son gente insensible sin más. Lo que pasa es que tienen un código de valores distinto. Lo que les importa es que se realice la obra y, a partir de ahí, que se ajuste a los presupuestos. No hacen una búsqueda de fondo de otro tipo de soluciones. El problema es el poco valor que dan al arbolado, al que no consideran un ser vivo sino mobiliario, igual que un banco o una papelera, y su obsesión por la contratación de obra pública, posiblemente porque les interesa más que las empresas hagan negocio a que la ciudadanía vivamos bien. Otra cosa en la que suelen incidir es en que no quieren perjudicar el tráfico. Prefieren talar 50 árboles en un lateral de una calle y acometer la obra desde ahí que limitar el espacio de movilidad de los coches, que para ellos es algo sacrosanto”.
Sobre las plazas duras, Villalobos piensa que se dan dos enfoques, uno “excesivamente securitario” y otro nostálgico de la identidad de la ciudad, ya que esa estética seca de Sol se relaciona también con la de Callao, Ópera o Tirso de Molina. “Creo que tiene que ver con una reminiscencia de cómo eran las cosas antes. Es verdad que, en ocasiones, se aplican criterios de seguridad. Hay plazas no muy grandes que, si las llenas de vegetación, dan facilidad a que se pueda instalar gente en situación de calle. Pero es como cuando quitan una fuente y la justificación que dan en los plenos es que quieren evitar que los drogadictos estén ahí. Hombre, ¡digo yo que habrá otras formas!”.
Para Marlén López, doctora arquitecta biodigital, “los espacios duros son todo lo contrario a la habitabilidad”. “Puede que haya intereses económicos de empresas, para quienes acaban abriendo el hueco, o que se prefiera replicar formas antes que pensar en contratar a un grupo multidisciplinar que estudie cómo se podría utilizar la naturaleza de manera respetuosa en esa ubicación, adaptada a esas condiciones y a ese barrio”, cree la autora de Edificios como árboles, ciudades como bosques (Erasmus), reciente ensayo en el que anima a imaginar el diseño urbano del futuro en relación con los sistemas naturales. “Hay que promover espacios más habitables y más humanos, que favorezcan la relación entre las personas, nuevas formas de comunicarnos, de movernos y que realmente potencien la calidad de vida en las ciudades”, afirma.
Madrid, no obstante, lleva atesorando seis años consecutivos la distinción de Ciudad Arbórea del Mundo, los mismos desde que se creó el reconocimiento por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Fundación Arbor Day. Es importante precisar que el título no penaliza las talas, sino que tiene en cuenta la cantidad total de ejemplares y los árboles que se plantan al año, asimismo al margen de su distribución. Almeida puede esgrimir que ha sembrado más árboles de los que ha arrasado, aunque sea por obligación legal: el artículo 2 de la ley 8/2005 de Protección y Fomento del Arbolado Urbano de la Comunidad de Madrid establece que, en caso de talar un árbol, se deben plantar tantos como años tenga el que se ha cortado (diez árboles por un árbol de diez años, por ejemplo).
La ecuación es más compleja. No es solo que unos plantones tarden en proporcionar beneficios naturales, por mucho que superen en número a las talas, sino que un árbol joven tampoco actúa sobre el medio ambiente igual que un árbol de edad venerable: cuanto más viejos y grandes, mayor es la cantidad de CO2 y contaminantes que pueden almacenar. “En su día, la norma se hizo para disuadir de ese tipo de prácticas, pero este gobierno lo da por bueno”, lamenta Quique Villalobos. “En el momento en que en una ley pones una excepción, en vez de hacer un enfoque de excepción, parece que se regulariza la excepción. Aquí tengo que decir que a los técnicos también hay que reclamarles más. Creo que hay una dejación de funciones, un miedo a ciertos gobernantes que imponen una forma de funcionar. Cuando se les contrata como funcionarios, se hace para que velen porque, gobierne quien gobierne, se haga en función de la ley y no del dictado o el capricho”, añade.
La Fiscalía Provincial de Madrid mantiene además abierta desde 2024 una investigación por la tala de cuatro árboles centenarios en el Paisaje de la Luz —acometida por la Comunidad con el visto bueno del Ayuntamiento—, con motivo de las obras de ampliación de la línea 11 del metro. También se prevé que el nuevo circuito de Fórmula 1 afecte a más de 700 árboles, de los que se ha comunicado la voluntad de trasplantarlos, aunque está por verse su viabilidad. Otro trasplante efectuado este año, el de los árboles del parque de Montecarmelo, se ha saldado con que, de 207 árboles, el 84% habían muerto o estaban muriendo a los tres meses de la intervención, según un informe. Se realizó fuera de la época de parada vegetativa, cuando se considera que el árbol está en reposo, entre otoño e invierno.
Pese a que los árboles ayudan a paliar el calor, también pueden presentar inconvenientes en ese aspecto. En el libro El riesgo del arbolado urbano (Mundi Prensa, 2016), los doctores Pedro Calaza Martínez, ingeniero agrónomo, y María Isabel Iglesias Díaz, bióloga, indican, entre otros, el fallo conocido como “caída de ramas de verano”: “Ocurre normalmente en veranos secos, y parece que es debido a una alteración en el contenido de humedad que afecta a la precarga longitudinal de la madera (...) Las altas temperaturas son otro posible factor de este tipo de fallo, que induce a la madera a deformarse irreversiblemente bajo su propio peso”. Es la razón tras el cierre de parques como el del Retiro en Madrid cuando hace mucho calor, una medida que, no sin polémica, hizo desalojar el parque madrileño durante la jornada inaugural de la última edición de la Feria del Libro. “El asunto es por qué la norma solo sirve para unos espacios y no otros. El arbolado de alineación [los árboles plantados a lo largo de la acera, fuera de parques] no está sometido a esa norma, pero un árbol no entiende si está en el Retiro o está en Goya, se comporta como un árbol esté donde esté”, contrapone Quique Villalobos. “Yo entiendo a Borja Carabante [delegado de Urbanismo, Medio Ambiente y Movilidad] cuando dice que no se puede ir a la cama pensando en que le puede caer una rama a alguien en el Retiro y matarlo. Pero no tiene el mismo miedo si pasa en la calle”. Carabante fue contactado por ICON Design, pero la petición no recibió respuesta.
El avance de la crisis climática no invita al optimismo. Marlén López, en cambio, considera que ese debería ser justamente el revulsivo para explorar soluciones más ambiciosas, que trasciendan “enfoques convencionales”, como la reforestación urbana o la integración de zonas verdes mediante formatos innovadores. Cita el Bosco Verticale de Milán, un proyecto muy mediático que acoge más de dos mil especies vegetales en las fachadas de los dos rascacielos que lo componen. De uso residencial, cabe matizar que se trata de un proyecto de lujo que contó con un presupuesto estimado de 65 millones de euros, y cuyos altos costes de mantenimiento han suscitado dudas acerca de su carácter sostenible. En Edificios como árboles, ciudades como bosques, a partir de preguntas como “¿Y si los edificios respirasen?”, López trata nociones como la de las ciudades filtradoras. “Imagínate la cantidad de kilómetros cuadrados que hay de fachadas y terrazas en los edificios para hacer cubiertas vegetales. Todo esto supone una inversión, una investigación y un conocimiento técnico, pero sería maravilloso para ciudades muy compactas y densas como Madrid o Barcelona. Es una solución muy innovadora, que afecta directamente a la calidad del aire, al ser un filtro”, defiende.
López, que dirige en Ladines, dentro del parque natural de Redes (Asturias), el Laboratorio Biomimético, ha consagrado su actividad profesional a la búsqueda de soluciones arquitectónicas inspiradas en la naturaleza. Un camino que, a pesar de determinados exponentes regresionistas, cree que ya hemos empezado a emprender. “Es la única opción que nos queda, porque, de los nueve límites planetarios establecidos, hemos sobrepasado seis. Cuando das a conocer estos proyectos, todo el mundo quiere iniciativas así para sus ciudades, que no son utopías, porque se están haciendo. Así que toca más divulgación”.
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