¿Tiene solución el eterno problema del pasillo? “Ganas funcionalidad, pero pierdes metros”
Los pisos de los años sesenta, setenta y ochenta en España lo incluían casi en un formato largo, estrecho y oscuro, justo lo que hoy se evita dotándole de nuevos usos o eliminándolo


En su primera acepción, la Real Academia Española lo define como una “pieza de paso larga y estrecha en el interior de un edificio”. El pasillo ha sido parte elemental de las viviendas de este país durante décadas. El desarrollo de las grandes ciudades a mediados del siglo pasado impulsó la construcción de edificios con decenas de pisos que, por norma general, incluían ese corredor dedicado principalmente a distribuir habitaciones. Un espacio servidor, según la definición de Louis Kahn, al que se prestó poca atención: solía ser oscuro, estrecho y sin más funcionalidad —ni menos— que dar acceso a otras áreas. Una sucesión de puertas que otorgó privacidad a cambio de perder metros cuadrados (y, a veces, convertirse en el pasaje del terror de los niños pequeños que se despiertan en plena noche). Características que, precisamente, han hecho que la arquitectura actual se lo piense a la hora de dibujarlo en plano. Sin embargo, las preguntas se acumulan: ¿hay alguna forma mejor de organizar el espacio? ¿Puede tener alguna funcionalidad más? ¿Hay que mantenerlo o evitarlo a toda costa?

Para encontrar la respuesta merece la pena viajar atrás en el tiempo, porque el pasillo ha formado parte de muchas culturas. Las grandes villas romanas ya contaban con una galería que rodeaba el peristilo —su gran patio central— y servía “para dar acceso a las habitaciones más importantes de la villa como el comedor o el despacho”, según expone el arqueólogo Manuel Romero. Los griegos también tenían su estoa, un tipo de pórtico alargado y cubierto que se encontraba en lugares de encuentro como mercados o el ágora. Sin embargo, tal y como lo conocemos hoy, es en un aporte relativamente moderno en la arquitectura habitacional. Las casas que el pueblo habitaba en la Edad Media no lo incluían, entre otros aspectos, porque no había sitio. Las habitaciones se encadenaban unas a otras: igual para llegar al dormitorio principal —si lo había— era necesario pasar por otro más pequeño o quizá estaba al otro lado de la cocina. Gran parte de la arquitectura vernácula tampoco los ha utilizado por esa economía espacial. En los cortijos andaluces, si había, era ancho, amplio y permitía otros usos; mientras que las casas ibicencas se levantaban con un cubo central que albergaba lo principal —cocina, salón, a veces las camas— y luego iba creciendo con otros cuadrados que se iban acoplando uno al otro, sin galería de distribución. Su presencia se acotaba principalmente a castillos, palacios o casas señoriales, que tenían espacio de sobra hasta para disponer de corredores ocultos —también los tenían en Roma— para que el servicio transitara sin ser visto ni molestar a los propietarios y sus visitas.

Pero entonces llegó la necesidad de privacidad. De tener un lugar propio, una habitación con una sola puerta de acceso que redujese las molestias externas. También hacía falta organizar. Ocurría sobre todo en edificios públicos como colegios y hospitales —que sería de ellos sin los largos y temidos pasillos— pero finalmente también en las viviendas. Y empezó a ser parte indispensable de los pisos de las ciudades a medida que éstas iban creciendo y necesitaban de un mayor parque de viviendas. El propio movimiento moderno apostó por casas cuyos volúmenes tienen funcionalidades distintas —dormir, comer, pasar el día— y el engarce de todos esos usos era el pasillo. Aunque no siempre se construía de manera igual, como la rampa que Le Corbusier ideó para su Villa Savoye en 1930, que une los distintos niveles de la casa y, además, guía su recorrido. Otras veces su uso era exterior y más allá de su función, también tenía uso compositivo, como ocurre en la Escuela Sindical ADGB, firmada Hannes Meyer y Hans Wittwer en Bernau (Alemania) en el mismo año. En otras ocasiones, como hicieron Richard Neutra y el resto de participantes de la iniciativa Case Study Houses, en Estados Unidos, rara vez aparecía y, si lo hacía, tenía alguna utilidad extra. Siempre, eso sí, con la facilidad que daba la disponibilidad de metros cuadrados.

“Vivienda longaniza”
En la España de los años sesenta, setenta y ochenta, las zonas urbanas fueron creciendo con pisos amplios, pero no demasiado grandes. Se levantaban dentro de grandes bloques en parcelas que generalmente invitaban a dibujar planos alargados para acumular cuantos más inmuebles, mejor. “En los ensanches de las ciudades, las edificaciones más típicas incluían esa especie de vivienda longaniza, alargada, con una zona hacia la fachada y otra hacia un patio de vecinos. Y para conectar los espacios no había otra que crear un pasillo”, señala el ingeniero en edificación e interiorista valenciano Sigfrido Serra. Tenían un papel básico, pero les dio una importancia relativa. Su diseño se descuidó y se convirtió en un espacio con una única misión: dar acceso a distintas estancias. Recorría el piso de un extremo a otro de puerta en puerta, sin importar si terminaba siendo una especie de túnel oscuro, carente de ventilación directa e iluminación natural. Gran parte de la generación millenial creció transitando estas galerías, que de niños daban pavor durante la noche por su longitud, estrechez y habitual oscuridad. “Creo que es un espacio desperdiciado, pero quizá triunfó como consecuencia de la morfología de la ciudad y las distribución de los pisos más tradicionales”, apunta el arquitecto malagueño Álvaro Carrillo.

Como él, hoy muchos profesionales comparten la idea de que el pasillo, si puede desaparecer del plano, mejor. “Eso sí, depende mucho de cada proyecto”, reconoce Bernat Llauradó, uno de los fundadores del estudio Taller de Arquitectura, con sede en Bordils (Girona), que defiende su eficiencia. “No es fácil sacar el mismo número de habitaciones en los mismos metros cuadrados sin él”, asegura al tiempo que indica que normalmente esta área tiene poca calidad espacial. Por eso, él suele concebirla como algo más. “Debe aportar, dar calidad a la vivienda”, añade. “Ya vale muy caro el metro cuadrado como para desperdiciarlo en zonas con poca funcionalidad”, confirman los arquitectos Marc Alventosa y Xavier Morell, del estudio barcelonés Alventosa Morell. “Los espacios pueden funcionar para acceder a otros, pero deben tener unas cualidades y dimensiones para que pasen otras cosas más allá de distribuir”, insisten mientras dan algunos ejemplos. En su proyecto Casa GV, este espacio absorbe primero el lavamanos para independizarlo del baño y luego cuenta con un gran vestidor. En Casa GE, el corredor tiene luz natural y cuenta con armarios de la habitación principal. En otros casos lo han eliminado, como en la Casa CB, cuyo único espacio servidor es una habitación con techo de vidrio que organiza la vivienda y ejerce de terraza y galería bioclimática; o como en Casa LA, donde un espacio central conecta todas las habitaciones de la casa.

“Yo también prefiero evitarlos, pero si no hay otra opción, trato de convertirlos en una zona de uso que cruzas para llegar a otro sitio: una librería, una ventana, un estudio. Algo que tenga otra utilidad”, recalca por su parte Luis Arredondo, de Oval Estudio, que en uno de sus proyectos en Alaró (Mallorca) integra el pasillo, el hallo y la escalera en un espacio abierto unido a la cocina, que sirve de transición entre el interior y el exterior y se convierte “en el centro de la vivienda” con multitud de usos. “Para mí la clave es tratarlo bien con una cuidada elección de materiales y una buena iluminación, además de dotarlos de más funciones”, explica Sigfrido Serra, que en alguno de sus proyectos termina por convertir el pasillo en alma de la casa. Es algo similar a lo que hacía Alejandro de la Sota cuando dejaba —en proyectos como Casa Domínguez o Casa Varela—los dormitorios en su mínima expresión y ganaba espacio en el corredor, al que daba otra función. “Así separaba la zona de descanso y la de trabajo. Parece una tontería, pero es algo que se agradece muchísimo”, subraya Luis Tejedor, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Málaga. “Si lo usas ganas funcionalidad, pero pierdes metros. Si no lo usas, puedes perder privacidad. En realidad creo que no es tanto una cuestión de espíritu de una época, de si antes estaba de moda y ahora no lo queremos. Su presencia o no tiene que ver con la necesidad de organizar. Y hay viviendas, como las más alargadas, donde puede que no haya otra opción mejor que el pasillo para distribuir”, concluye el docente.

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