La caja en zancos
Visita en Poissy, cerca de París, a la Villa Savoye de Le Corbusier, uno de los iconos de la arquitectura del siglo XX
Recorrer el legado de Le Corbusier en París es acercarse a la historia de una vocación. La capital fue su laboratorio y guarida. El lugar donde fraguó todo un engranaje de formas, colores, materiales e ideas para el desarrollo de una nueva arquitectura. Los parisinos lo recuerdan, además, por su quijotesco Plan Voisin (1925). El proyecto contemplaba demoler parte del patrimonio arquitectónico del centro de la capital y convertirlo en un puñado de torres, una inmensa plaza central y algunos espacios verdes.
Desde finales de los 60 del siglo pasado la fundación Le Corbusier, pseudónimo de Charles-Édouard Jeanneret (1887-1965), se ha encargado de salvaguardar el patrimonio del creador suizo: archivos, dibujos, bocetos y edificaciones, algunas de ellas declaradas monumentos históricos. Como la Villa Savoye, en Poissy, a 33 kilómetros al oeste de París, uno de los iconos de la modernidad.
La entrada de la Villa Savoye parece el bosque de un cuento nórdico para niños. Lo decía el propio Le Corbusier: el entorno es bello y agreste, tiene elementos de un sueño virgiliano. Se trata de un camino agradable y arbolado. Nada más cruzar el portal, a la derecha, conviene reparar un momento en la pequeña vivienda del jardinero, una primera muestra de esa “máquina para habitar” sobre la que teorizaba el creador. Un eje fundamental en su obra.
Una vez superado el follaje, se descubre una gran figura geométrica, situada en la mitad de un parque con rosales, pulcramente revestida en blanco y suspendida un par de metros por encima de la tierra sobre delgadas columnas. En el techo se atisba algo semejante a la chimenea de un vapor. Para formarse una idea, el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright la describió como una caja en zancos. Otros más la han equiparado con un objeto volador posado en medio de un paraje inhóspito o un templo griego modernizado.
Cómo llegar a Poissy
Se debe tomar la línea A del tren de cercanías francés (RER) en dirección a Saint-Germain-en-Laye. El trayecto dura alrededor de 45 minutos. Una vez en Poissy, el bus número 50 lleva hasta la entrada de la Villa Savoy.
En septiembre de 1928, Pierre Savoye, pudiente hombre de negocios, encargó las obras al estudio del arquitecto suizo, que trabajaba asociado con su primo Pierre Jeanneret. Le Corbusier contaba entonces con 40 años y cierto renombre tras la construcción del pabellón Espíritu Nuevo, una suerte de célula geométrica para la exposición internacional de las Artes Decorativas de 1925.
Corrían tiempos de entreguerras. Poissy no era la comuna densamente poblada que es ahora. El jazz sonaba en todos los gramófonos y Coco Chanel reinaba con sus propuestas emancipadoras para la moda femenina.
Los futuros propietarios dieron carta blanca al arquitecto de las gafas redondas y los trajes negros impolutos para diseñar y ejecutar. “Esta Villa ha sido construida”, escribió, “en la simplicidad más grande, para unos clientes totalmente desprovistos de ideas preconcebidas: ni modernos ni clásicos”. De esta forma pudo desarrollar con libertad los cinco puntos que encarnaban su propuesta para una nueva arquitectura: utilización de columnas o pilotes para sostener el edificio, una cubierta plana como jardín, ventanas longitudinales, fachada libre y espacio interior libre.
El coche, asímismo, empezaba a formar parte de un estilo de vida privilegiado. La burguesía empezaba a utilizarlo para trasladarse a sus segundas residencias a las afueras de las grandes urbes. Las ya citadas columnas fueron una buena solución para despejar la planta baja y liberar el tránsito de los automóviles hasta la puerta de entrada o el garaje.
El interior de la casa, también conocida como Las Horas Claras, es un despliegue fascinante de formas. Las rampas, que comunican la planta baja con la primera, son un elogio al dinamismo de su creador. Todas las mañanas solía hacer ejercicio. El 27 de agosto de 1965, a los 78 años, salió a nadar temprano, desoyendo las recomendaciones de su médico. Se encontraba en las playas de Cap Martin, en el Mediterráneo, como era su costumbre durante el verano. Había llevado para releer uno de sus libros más amados desde la infancia: el Quijote.
Esa mañana del 27 de agosto, tras salir a nadar, dos viajeros lo encontraron muerto, flotando cerca a la costa.
Retomando el recorrido, el guía del museo cuenta que el lavamanos, dispuesto a pocos pasos de la entrada, en mitad de la nada, pretendía ser una invitación a purificar el alma en busca de un ser humano mejor.
Otras obras de Le Corbusier
En el distrito XVI, no muy apartados uno del otro, se pueden visitar el apartamento taller (24, rue Nungesser et Coli ; Metro Porte d’Auteuil) donde vivió desde 1933 hasta 1965 y la casa La Roche-Jeanneret(10, square du Docteur Blanche. Metro Jasmin), reconocida como clave dentro del modernismo, donde se encuentra además la sede de la fundación.
Si se sube a la primera planta se hallará, además de todas las estancias familiares, el lugar que da sentido al proyecto: la terraza. Según el arquitecto, este era el lugar más privilegiado de la casa. Desde el salón de estar se puede observar a través de los enormes ventanales, que transmiten una agradable impresión de amplitud y luminosidad.
Una rampa situada en la terraza conduce al solario. Este era el espacio para contemplar el valle del Sena. El verdadero jardín. Le Corbusier tenía un concepto ambiguo sobre la naturaleza. Por una parte desconfiaba de la humedad de la tierra y de la insalubridad de la vegetación. Pero por otra parte admiraba la idea de la contemplación de la vegetación, del dominio del hombre sobre la naturaleza: “Este será el jardín colgante, donde el suelo está seco y limpio, y es desde aquí desde donde se verá el paisaje, mucho mejor que si nos hubiéramos quedado allá abajo".
Los trabajos en la última obra de la serie denominada como Villas Blancas fueron terminados en 1931. Era el cierre de una etapa en la que Le Corbusier buscó una arquitectura purista. Un concepto en el que el color blanco de las fachadas buscaba la claridad del espíritu. El color “blanco moral”, como él lo describía, representaba la negación de lo superfluo.
El guía explica también que la casa nunca fue del todo habitable. La calidad de la construcción fue escasa. El 7 de septiembre de 1936 Emilie Savoye, esposa de Pierre, dirigía una misiva a Le Corbusier donde solicitaba su pronta presencia en Poissy. “Llueve en la entrada”, escribía, “llueve en la rampa. El muro del garaje está absolutamente empapado. En mi baño llueve todos los días, el agua se filtra por la ventana del techo. En la casa del jardinero el agua también se escurre por las paredes”. La delgadez de los muros, construidos de esa forma por disposición del arquitecto, es aún hoy un problema para los trabajos de mantenimiento.
La guerra estalló y la casa cayó en desuso después de 1940. Tanto el ejército nazi como el estadounidense la utilizaron como arsenal. Las fotografías dan prueba del acusado estado de deterioro en el que quedó después del conflicto.
La familia Savoye intentó retomar las salidas al extrarradio parisiense. Los daños en la estructura, sin embargo, hicieron inviable la empresa. En 1958 la villa pasó a manos del Estado francés, y después de sobrevivir a varios planes de demolición (incluso la revista Time pidió su conservación), fue declarada monumento histórico en 1965 (un hecho inusual si se tiene en cuenta que el arquitecto aún estaba vivo).
El gran historiador del arte francés André Chastel escribió en Le Monde el 27 de marzo de 1959: “En pocas palabras, hemos definido y se debe definir este trabajo memorable como el éxito más logrado del cubismo en arquitectura; es uno de los momentos más fuertes, más felices, de la imaginación moderna (…)”.
La obra de Le Corbusier, como la de otros arquitectos de su tiempo, planteó una gran paradoja. Descartado para ejecutar grandes obras públicas por la radicalidad de sus ideas, se vio obligado a experimentar soluciones para las viviendas colectivas y populares a través de encargos de clientes adinerados. De cualquier forma, desde sus primeros escritos rechazó cualquier sentimiento de individualismo. Las mansiones fueron un laboratorio de ensayo. La Villa Savoye permite ver los dos polos del proceso creador. La villa con forma de cubo. Y la “caja mecánica” del jardinero.
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