“El cuerpo, la identidad o el espacio público hoy se disputan letra a letra”: ¿puede una tipografía ser política?
El rediseño de la editorial Penguin ahonda en la cuestión de si, aunque el mundo corporativo tienda a la uniformidad, el diseño gráfico conserva capacidad reivindicativa


El pingüino más famoso de la literatura acaba de mudar de forma y casi nadie se han enterado. Pero, dado el rechazo encarnizado del público a los últimos rediseños de las marcas, esto es casi un buen síntoma. Hace unas semanas la editorial Penguin Random House presentaba la nueva apuesta tipografía para sus libros y campañas y, contra lo esperable, no ha recibido grandes quejas. A diferencia de otras marcas, la fuente Penguin Inclusive Sans no se entrega a un minimalismo exacerbado. En su lugar, apuesta por la inclusión y la legibilidad sin perder su personalidad. El logro plantea entonces una pregunta omnipresente en el diseño: ¿puede una tipografía ser política de por sí? Y, sobre todo, ¿es necesario que lo sea para triunfar en momento tan agitado como este 2025?
Olivia King, diseñadora encargada de la reestructuración del sello, no tiene ninguna duda. “Siempre trabajo buscando un posicionamiento claro y un impacto en la sociedad. Creo que es muy difícil crear una tipografía que sea completamente neutral. Le da forma a lo que leemos, cómo lo leemos y a quién incluimos en la conversación. Una fuente puede apoyar distintos sistemas de poder o ayudar a destruirlos incluyendo más voces y más formas de leer”, cuenta a ICON Design. Su caso es muy particular. Fruto de su trabajo para marcas y proyectos públicos centrados en la accesibilidad, se le ocurrió diseñar una tipografía que, a través del espacio entre caracteres o la diferenciación de formas similares, pusiera en el centro la inclusión de personas con problemas de visión o dificultad lectora. Después de tres años de trabajo como proyecto personal nació la fuente Inclusive Sans.
La editorial Penguin, responsable del primer libro de bolsillo y una de las más leídas del mundo, pensó que encajaba a la perfección con su apuesta por la democratización de la lectura y le encargó adaptar la tipografía para unificar la identidad gráfica del conglomerado. Rebuscando durante meses en los archivos del sello, King consiguió mantener la esencia de la fuente original al mismo tiempo que la dotaba del carácter y los detalles del sello. Prueba de ello son el punto de la i que adopta la forma del ojo del pingüino o las flechas que hacen lo mismo con las huellas de sus patas. Esta apuesta con mensaje, carácter y cocida a fuego lento en realidad es toda una rara avis en el mundo del branding.
La mayoría de marcas, que antaño ofrecían las opciones tipográficas más arriesgadas, se acercan cada vez más a la sobriedad y eliminan sus elementos distintivos. Y, a su modo, eso también es política. Marta Cerdà, diseñadora gráfica y autora del libro Sobrevivir al diseño (Anagrama, 2025), denomina a esta fenómeno la “neutralización”. “Primero se empezó por simplificar los logos y esa tendencia se ha contagiado a la tipografía. Se limpia todo tanto que acaban pareciendo palos secos”, apunta. Ante un presente que evoluciona con una velocidad de vértigo, las marcas sienten la necesidad imperiosa de transformarse constantemente. “Muchas veces es una reformulación estratégica para dar de qué hablar, no porque se necesite de verdad. Cuanto más se rediseñan, se hacen más básicas, por ese concepto de que, en el diseño, menos es más. Al final, así todo se acaba asemejando mucho más”, analiza. Con tantos cambios pierden la identidad, el mensaje que quieren trasmitir y con ello la conexión con el público.
Y a este panorama de ritmos imposibles para los diseñadores se suma el desequilibrio provocado por política global y la irrupción de la IA. “Algunos lo consideran la tormenta perfecta. En tiempos de crisis siempre se ha buscado la sobriedad”, añade Cerdà. En este diagnóstico coincide también King: “Muchas marcas tienden al minimalismo para proyectar una imagen futurista, pero se arriesgan a dejar de distinguirse. La mayoría acaban creando tipografías ‘personalizadas’ que, en realidad, son la clásica Helvética con uno o dos caracteres diferentes. Cada vez hay más presión por entregar los resultados de manera instantánea y la IA promete esa inmediatez, pero el arte del diseño tipográfico necesita mucho más tiempo”. No obstante, las dos confían en la llega de un gran “efecto rebote” que devuelva el maximalismo, el contenido y el compromiso a las apuestas tipográficas de las marcas.
Color en las calles, gris en la oficina
Para buscar el inicio de esa revolución solo hay que fijarse en el responsable de que muchas marcas, como Burberry, hayan retrocedido en sus rebrandings minimalistas: el público. Hoy, mucho más curtido en la cultura visual, no solo rechaza que el mundo a su alrededor pierda su identidad gráfica, sino que participa en la propia creación y divulgación de nuevas fuentes abiertas. En contraste con las propuestas grises que reinan en los despachos, estas tipografías le dan forma, más o menos impactante, a los mensajes que recorren un presente cada vez más turbulento.
Oyer Corazón, diseñador gráfico y responsable del proyecto de divulgación Café Tipográfico, defiende que las iniciativas populares son desde hace años un motor importante del sector. “La tipografía es cada vez más desvergonzada, accesible y, sobre todo, más visible. La diferencia está en el contexto: hoy, cualquiera puede diseñar una fuente, distribuirla gratuitamente y asociarla a un movimiento o una causa. Y ese activismo se viraliza”, analiza.
El experto divide estas tipografías en dos tipos en función de cómo consiguen trasmitir su mensaje. Por un lado, destaca aquellas que a priori parecen simplemente estéticas pero que, con el contexto necesario, se descubren todos sus secretos. En este grupo, encasilla la iniciativa de King que acabó acogiendo Penguin, pero también otros muchos casos. En España hace poco que los artistas del colectivo Justseeds recuperaron, digitalizaron y dejaron al libre acceso como símbolo de resistencia las tipografías utilizadas en las publicaciones de la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA) durante la Guerra Civil. Y en Estados Unidos el diseñador Adam Naccarato diseñó recientemente Queering, una tipografía abierta y construida a partir de antiguos carteles de protesta LGTBIQ+ ante el creciente retroceso de los derechos de la comunidad. Ofrecía así una herramienta para perpetuar el activismo con mensajes como “Black Trans Live Matter” y trasladarlo de las pancartas a las redes sociales.
Por otro lado, están aquellas cuya forma por si sola ya contiene un posicionamiento ideológico. Aquí entra, por ejemplo, la icónica Gilbert: una tipografía multicolor creada como homenaje diseñador de la bandera arcoíris, Gilbert Baker, que también se ha convertido en un icono en la reivindicación dentro del colectivo. O aquellas fuentes que crean letras con formas reconocibles como Pleasure ABC, compuesta por juguetes sexuales. Esta tipografía forma parte de un movimiento más grande, Badass Libre Fonts by Womx, que recopila fuentes abiertas al público creadas por mujeres con la intención normalizar antiguos tabúes y luchar por todas las disidencias feministas.
“La tipografía se está usando hoy con más carga política. Pero lo que ha cambiado no es solo el contenido, sino la intención. Los intereses políticos de quienes diseñan hoy tipografías no tienen que ver con partidos o programas, sino con justicia social, visibilidad y memoria. El cuerpo, la identidad, el espacio público, el género. Eso es lo que se disputa hoy, letra a letra”, resume Corazón.
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