¿Cuál fue la primera Chinatown? La conflictiva historia que esconden los barrios chinos del mundo
José Luis Martínez-Almeida ha anunciado que va a convertir una parte de Usera en el Chinatown madrileño. Con este proyecto se unirá a un nutrido club, dentro y fuera de Asia
En torno a 1417, el almirante Zheng He, explorador a sueldo de los emperadores de la dinastía Ming, un lobo de mar al que se atribuyen extraordinarias hazañas, afirmaba que era posible “recorrer el mundo sin salir de China”. Zheng se refería a la existencia en las rutas del Índico, el mar Rojo y el sudeste asiático de una red cada vez más tupida de colonias de emigrantes chinos, una diáspora incipiente que iba a remitir en los primeros años del imperio Qing, de 1644 en adelante, pero que se reanudaría con vigor en el siglo XIX.
Por entonces, gran número de ciudadanos de etnia Han procedentes de provincias en declive como Fujian o Cantón se vieron forzados a emigrar a diversos lugares de Asia, Oceanía, Norteamérica, Europa Occidental, África Meridional, América Latina o el Caribe. Aquel éxodo masivo produjo las modernas chinatowns o barrios chinos, un salto cualitativo con respecto a las numerosas, pero, en general, poco pobladas colonias de expatriados de siglos anteriores.
Hoy, la frase de Zheng resulta más cierta que nunca. Se pueden recorrer los cinco continentes, de Sídney a París, pasando por Buenos Aires, Nueva York, Johannesburgo o Yokohama, sin salir de China. O, al menos, de la peculiar versión de China que los inmigrantes Han traían en la mochila cuando llegaron a sus nuevos destinos.
Hace apenas unos días, José-Luis Martínez Almeida anunció que se propone rescatar un proceso de remodelación urbana esbozado en su día por Manuela Carmena: convertir una parte del distrito de Usera en el Chinatown madrileño. Un Chinatown peculiar, con elementos que “refuercen su identidad y permitan identificarlo como barrio chino, pero con calles pacificadas, servicios peatonales y zonas verdes. Es decir, algo bastante distinto al cruce entre distrito rojo, colonia comercial portuaria y gran área de exclusión étnica que han venido siendo hasta la fecha las Chinatown históricas.
Tal y como explica Ien Ang, investigadora de la Western Sídney University en su tesis Chinatowns and the Rise of China, los “barrios chinos” en las sociedades occidentales no eran más que guetos, con frecuencia precarios e insalubres, en los que “se concentraba y marginaba a los miembros de un colectivo percibido como del todo ajeno” y, en consecuencia, considerado con “desdén o sospecha”. Nada que ver con las modernas dinámicas de apreciación, asimilación o apropiación cultural. Las Chinatown eran un caso flagrante de segregación social y urbanística.
Ang examina en su obra cómo estos asentamientos humanos, casi bicentenarios en algunos casos, “aún existen, pero su rol y significado se han transformado profundamente”. Ya no son las sedes de la diáspora, sino más bien “reinterpretaciones en clave neoliberal de la vieja idea, muy vinculadas a la nueva pujanza de la República Popular China como gran potencia global, que se percibe como una oportunidad y como una amenaza”. Las chinatowns de nuevo cuño responderían, en consecuencia, a la misma lógica. Serían tanto nuevas áreas de concentración étnica como “centros de consumo tematizado” o incluso “atracciones turísticas”. El modelo al que parece apuntar el proyecto de Almeida.
La China filipina (y española)
El barrio chino más antiguo de que se tiene constancia y que aún existe en la actualidad no está en ninguna ciudad occidental, sino en Manila, la capital de Filipinas. Lleva enclavado desde finales del siglo XVI (1594, según algunas fuentes) en el antiguo Parián de los Arroceros, hoy barrio de Binondo. Tuvo residentes muy ilustres, como el mártir filipino Lorenzo Ruiz o la religiosa Sor Ignacia del Espíritu Santo.
Los españoles, administradores coloniales de Filipinas en la época, concentraron allí, a orillas del río Pasig y muy cerca del recinto amurallado a los sangleyes (la comunidad de comerciantes y artesanos chinos y, en años posteriores, lo hijos de matrimonios mixtos entre filipinos y chinos). Fue el primero de los guetos de inmigrantes establecidos en las Indias Orientales Españolas. Luego vendrían los de Calamba, Pampanga, Visayas o Cebú, muy distintos entre sí, pero inspirados todos ellos por la voluntad de separar a los inmigrantes Han de colonos europeos y población indígena. Desde Binondo se urdió, al parecer, la llamada “empresa de China”, el (más bien utópico) proyecto español de conquista del imperio Ming al mando de un ejército de “6.000 vasallos” del que se esperaba que obtuviese el apoyo de los “enemigos ancestrales de China”, japoneses, cochinchinos y naturales de Siam, Borneo o las Molucas.
Otros grandes asentamientos chinos en ciudades asiáticas que han tenido cierta continuidad o de los que se conservan vestigios son los de Yakarta, Singapur, Bao Vinh o Hoi An (ambos en Vietnam Central), Yokohama, Kobe, Nagasaki. Mumbai, Bangkok o Calcuta. El de Yokohama, en concreto, se nutrió de cantoneses emigrados en las primeras décadas del siglo XIX, cuenta con templos tan espectaculares como el de Kwan Tai y llegó a reunir en su día una muy activa comunidad de más de 4.000 residentes chinos.
Desiertos remotos, montañas lejanas
El gran salto a Occidente, tal y como explica Bonnie Tsui en su libro American Chinatown: A People’s History of Five Neighborhoods, se produjo en la década de 1850, coincidiendo con un largo periodo de carestía que produjo un éxodo masivo en la China rural. Uno de los primeros fue el establecido en Liverpool por los trabajadores chinos de la Blue Funning Shipping Line, una compañía naviera que había establecido por entonces una línea directa de navegación comercial entre el norte de Inglaterra y los puertos de Shanghái y Hong Kong. Hoy en día, se accede al lugar a través de la espectacular paifang, o puerta de arco ornamental, situada en Nelson Street, a escasa distancia del centro de la ciudad.
En Estados Unidos, los pioneros, asociados a los progresos del ferrocarril transcontinental que acabó uniendo las grandes capitales de la Costa Este con el océano Pacífico, fueron el Chinatown de Omaha City y el de San Francisco. Este último, con su imponente Dragon Gate, la populosa Grand Avenue (repleta de comercios con sabor local y ornada con las inconfundibles farolas y linternas rojas chinas), sus vistosos murales callejeros, el mercado popular de Stockton Street y el par de edificios con los que se inició la reconstrucción de San Francisco tras el devastador terremoto de 1906, podría opositar sin apenas rivales a barrio chino más genuino, atractivo y célebre del mundo.
En cierto sentido, el Chinatown de la bahía, a la sombra del Golden Gate, sirvió de modelo al resto de vecindarios similares que empezaron a extenderse como una mancha de aceite por todo Estados Unidos entre la recta final del siglo XIX y las primeras décadas del XX, de California a Oregón, Utah, Colorado, Arizona o Idaho a, más allá de las praderas centrales, Sant Louis, Nueva York, Chicago, Cleveland, Filadelfia, Boston, Baltimore o Providence. El de Manhattan, vecino de Little Italy, alberga a 141.000 residentes, el 28% de los cuales son de origen asiático, y ha inspirado satélites en el área de Nueva York como el de Queens, el de Brooklyn o el de Long Island.
Braden Goyette, redactora de Huff Post, considera que los Chinatown estadounidenses son “frutos del racismo”, dado que se construyeron para aislar a la población china en un contexto en que proliferaban “las barreras legales que dificultaban o impedían la asimilación”. Goyette describe la alta concentración de trabajadores procedentes de China que se produjo en la California de mediados del XIX, los años de la fiebre del oro y la aún más febril campaña de ampliación del ferrocarril.
Esta “gran hornada de inmigrantes pobres de origen no europeo” se enfrentó a prejuicios culturales muy arraigados, “percibió salarios muy inferiores a las de los obreros blancos y fue acusada de competencia desleal y de robar el trabajo a competidores cuyas condiciones de vida era objetivamente mejores que las suyas”. En torno a 1885 tuvieron lugar en los estados de la Costa Oeste actos de violencia racista como el asesinato de 28 residentes chinos en la localidad minera de Rock Springs, Wyoming, una masacre perpetrada por una milicia popular de unos 150 miembros que contó con el apoyo tácito de las autoridades locales. Goyette habla de “un total de 153 episodios similares”, con cifras de víctimas muy variables, registrados en lugares como Los Ángeles, Denver o Seattle entre 1870 y 1890.
Como consecuencia de todo ello, los chinos que no volvieron a sus lugares de origen se establecieron en las áreas de exclusión que les asignó la autoridad, creando, en muchos casos, nuevos barrios desde cero, en entorno de salubridad muy dudosa y desprovistos de servicios que ellos consiguieron “humanizar gradualmente hasta volverlos habitables con su perseverancia y su esfuerzo”. En esa década empezó también a consolidarse la asociación popular entre la expresión “barrio chino” y los distritos rojos y demás entornos degradados en que se concentran el crimen y los negocios ilícitos.
Parecidos orígenes tuvieron los tradicionales Chinatown europeos, hijos también de la inmigración, la precariedad y la exclusión. Los más notorios son el de Londres y el Quartier Asiatique de París. El primero de ellos se estableció, en sus orígenes, en Limehouse, en el área de los astilleros a orillas del Támesis, y debía parte de su pésima reputación a la abundancia de burdeles y fumaderos de opio. Tras la Segunda Guerra Mundial, una nueva hornada de ciudadanos procedentes de la colonia británica de Hong Kong empezó a establecerse en la actual ubicación del barrio, en Soho, en el entorno de Shaftesbury Avenue. El vecindario floreció a partir de 1970, apoyado en una creciente popularidad de la cultura y la cocina china, por lo que podría considerarse un precursor de los Chinatown de nuevo cuño, más parque temático que área de exclusión étnica.
En cuanto a la “pequeña Asia” parisina, conocido también como Triángulo de Choisy, es una zona del distrito XII en que los inmigrantes chinos llevan conviviendo desde hace más de 50 años con refugiados de los conflictos coloniales de Vietnam, Camboya o Laos. Un alto porcentaje de sus 200.000 residentes son de origen asiático, detalle que dota de una extraordinaria autenticidad a manifestaciones públicas de la vida comunitaria como el desfile del Año Nuevo Chino.
En cualquier caso, si es usted un viajero curtido y con sensibilidad por lo peculiar, es más que probable que tropiece aquí y allá con algunos de lo Chinatown más atípicos del mundo, en lugares como Honolulú, Vancouver, Atlanta, Lima, Melbourne, Kuala Lumpur, Houston o Toronto. Aunque algunos resultan más genuinos que otros. Si prospera el plan de Almeida, Madrid no tardará en unirse a este club multitudinario.
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