Ciudades posibles, futuros mejores: la arquitectura se pone a prueba en Logroño
La octava edición del festival Concéntrico reúne en la capital riojana un conjunto de instalaciones públicas donde creadores internacionales abordan la sostenibilidad, los vínculos comunitarios o el uso democrático de las calles
La arquitectura sirve para construir rascacielos, pero también para sentarse a hablar con el vecino, jugar, dormir la siesta o mirar las estrellas. En una zona inundable de la ribera del Ebro, a pocos pasos del centro de Logroño, el arquitecto finlandés Rintala Eggerston ha creado una estructura de madera apenas posada sobre la orilla –es una zona protegida– que, a modo de parapeto o tribuna, proporciona un lugar desde el que contemplar el discurrir y el silencio del agua. “No había un lugar donde detenerse a observar el río”, explicaba el arquitecto durante la presentación de este proyecto que forma parte de la octava edición de Concéntrico, el festival internacional de arquitectura y diseño que se celebra en la capital riojana hasta el 6 de septiembre.
No es casual que muchas de las intervenciones se detengan en la capacidad contemplativa de la arquitectura y en su capacidad para tender trazos entre la ciudad, la naturaleza y conceptos como el cambio climático, el bienestar, la calidad de vida y la salud mental. De hecho, la instalación que los jóvenes arquitectos españoles Gonzalo Herrero y Pati Santos han concebido junto a sus alumnos de Central Saint Martins (Londres) es una estructura que recuerda a una casa sin paredes y que, ubicada en el Pasaje Chimenea de Logroño, es un alegato con un mensaje claro: hay que ventilar más. “Hay estudios que demuestran que el aire en el interior de nuestras viviendas es un 90% más tóxico que en el exterior”, explicaban en la inauguración de su proyecto. Santos y Herrero cuestionan el rol prescriptivo del arquitecto, y por eso su casa experimental pone el sofá en el tejado y se enmarca en los hábitos de esas nuevas generaciones que no conciben su residencia como espacios terminados y definitivos, sino como lugares mutantes y en constante transformación.
Concéntrico, fundado en por el arquitecto Javier Peña Ibáñez y organizado por el Colegio de Arquitectos de La Rioja y su Fundación Cultural –y que hoy goza del apoyo de los gobiernos autonómico, municipal y estatal, además de una nutrida selección de empresas e instituciones– es un proyecto perfecto para ensayar una arquitectura pública de alto contenido conceptual en un entorno propicio y con sensibilidad. Eso explica que, este año, creadores de la talla del alemán Konstantin Grcic o la francesa Matali Crasset se encuentren entre los invitados de esta edición. El primero, uno de los diseñadores industriales más destacados de este siglo, confesaba haber dejado de lado su proverbial perfeccionismo –sus objetos y muebles suelen ser impecables, tecnológicos y precisos hasta lo infinitesimal– para ensayar nuevos modos de interacción social. En el Parque Felipe VI ha instalado tres recintos circulares construidos con andamios de obra y sin instrucciones de uso. Uno es una cancha de baloncesto con nueve canastas, otro un parque de columpios para niños y adultos, y el tercero un círculo de tambores.
A su vez Crasset, conocida por la dimensión relacional, lúdica y humanística de sus proyectos, ha diseñado un gran módulo de madera y metal que recuerda a la cabeza de un búho y que es una suerte de parque intergeneracional: una cabaña con pasadizo para los niños y una rampa de skate park. Como el animal en que se inspira, tiene vida nocturna: una instalación lumínica y una superficie desde la que observar las estrellas.
Igualmente contemplativo resulta el pabellón que el rumano Tudor Vlasceanu ha diseñado en el patio del Colegio de Arquitectos a partir de la imagen que obtuvo por Google Maps del espacio, delimitado por cuatro palmeras. Los paños inclinados del edificio, apoyados entre sí, conforman una especie de templo cuyas esquinas abiertas permiten ver estos árboles tropicales. No es el único caso de diálogo con lo vegetal: si el estudio Bud Cud ha creado en la Plaza del Mercado un conjunto de muebles urbanos pintados de verde que evocan la forma de esa vegetación arrinconada cada vez más por las grandes capitales, los holandeses Tableau, famosos por su delicado uso de las flores, han prolongado la arquitectura de la rosaleda del Paseo del Espolón con pérgolas de andamios y buganvillas.
El debate sobre la denominada arquitectura hostil, que vacía las ciudades de espacios de descanso, sombra, juego y vegetación, está en el germen de otras propuestas que intentan devolver usos comunitarios a plazas y espacios en desuso. En la octava edición de Concéntrico hay, por ejemplo, dos mesas. Una de ellas, redonda y construida de forma descentrada alrededor del árbol que preside la Plaza Escuelas Trevijano, es obra del colectivo uruguayo AAA y responde a un planteamiento sencillo pero eficaz: dar unidad a una plaza algo deslavazada, y servir como mesa y como escenario para actividades culturales. La otra mesa, sinuosa e irregular, se encuentra en la calle Obispo Bustamante, donde Ander López Alberdi y Sarai Olabarrieta Morales han querido conformar un espacio de encuentro donde comer, charlar, leer o jugar a las cartas.
Respiran asimismo vocación comunitaria el parque de juegos de los daneses Skull Studio en un solar abandonado, el Teatro Popular de los colombianos Yemail Arquitectura –una gran estructura con sombra y gradas que evoca la historia de la plaza de San Bartolomé– o los bancos que acompañan a la imponente estructura de madera pintada de verde con que el estudio bresciano Associates Architecture propone un acceso monumental y teatral al casco viejo de Logroño. “Hablar de arquitectura efímera es hablar de arquitectura extraordinaria”, comentaron los italianos en la presentación de este “teatro de la vida”.
Los proyectos de Concéntrico no solo dialogan con los espacios públicos, sino también con sus edificios. El polaco Pawel Grobelny en la plaza del Ayuntamiento. Se titula Sombras y consiste en una serie de bancos paralelos que prolongan horizontalmente las esbeltísimas columnas del edificio municipal, una joya de los años setenta firmada por Rafael Moneo. También el elevador de la Escuela Superior de Diseño de La Rioja se ha convertido en un inesperado salón de lectura obra de Clara Alonso, Marta Basterra y Mikel Aguerrea. La programación incluye en total 17 intervenciones que se despliegan hasta más allá de los límites de la ciudad en Monte Cantabria –un ejercicio de Land Art obra de Piovenefabi– y entre las vides de Viña Lanciano, un enclave fundamental en una ciudad marcada por la vocación vitivinícola.
Mención aparte merece el siempre inquisitivo trabajo de Izaskun Chinchilla, que ha trasladado una de las propuestas de su imprescindible La ciudad de los cuidados –un mobiliario urbano flexible y móvil– en un proyecto participativo. Cien ciudadanos de Logroño, de distintas edades, han diseñado otras tantas sillas que ahora están dispersas por la ciudad y proponen una alternativa amable, sostenible, móvil y lúdica a los bancos atornillados al suelo que abundan en las ciudades modernas. Gracias a este proyecto, es cada persona quien decide dónde quiere sentarse en cada momento, y con quién. Si las ciudades del futuro deben transformarse para ser más humanas, verdes, cercanas y abiertas, en Logroño se congregan estos días varias propuestas para lograrlo.
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