¿Por qué cada vez hay más listas de espera en Madrid para meterse en la piel de un artesano?
El auge de los talleres de cerámica demuestra que la fiebre por el barro va para largo. Canalizar la expresión artística o desconectar del mundo digital son algunos de los motivos que han hecho que esta práctica arrase en la capital
Es una realidad. La alfarería está de moda, tanto como TikTok o la comida sana. El modelado de objetos cotidianos a partir de barro gana cada día más adeptos que deciden aprender técnicas artesanas con siglos de historia. En Madrid, los locales dedicados a esta actividad no dan abasto. En el taller que Marián Fernández regenta en Alcobendas (La Barroteca, Paseo de la Chopera, 101) la lista de espera llega a 200 personas. Y va en aumento. Esta ceramista, formada en la escuela de Artes Plásticas Francisco Alcántara con casi cuatro décadas de trayectoria a sus espaldas, ha vivido el boom desde el comienzo. “Hace 25 años decidí abrir mi primer taller cerca de casa para poder criar a mis tres hijos. Se me quedó pequeño y en 2019 abrí un nuevo local de 120 metros cuadrados con mayor visibilidad al público. En dos meses llegó el confinamiento y tuve que cerrar. Cuando reabrí el aluvión de peticiones de clases fue increíble. Me sentí desbordada. Ahora tengo unos 100 alumnos”. Fernández no se explica del todo a qué se debe este vertiginoso aumento, aunque hay un comentario que se repite a menudo en sus clases: “Lo que me gasto en clases de cerámica me lo ahorro en psicólogo. Es el mejor momento de la semana…”. Hacer amistades o salir de la rutina son otros motivos que incitan, en su opinión, a ejercitar las manos cada vez que se sientan en su torno.
Tras mudarse a Carabanchel, el distrito sur más poblado de la ciudad, María Lázaro observó que no existía un gran espacio dedicado íntegramente a la cerámica y decidió convertir una antigua fábrica de ropa en la sede de su tienda-taller Dclay Studio (Calle Joaquín Martín, 13). Sus alumnos, más de 40, aparcan durante unas horas su vida digital (sobre todo mujeres, con una edad media de 35 años y vinculadas a trabajos de oficina o el mundo del diseño y el arte) para meter las manos en el barro. “La artesanía cerámica contiene innumerables ventajas en sus procesos de creación, tanto a nivel psicológico como físico. Ayuda a desarrollar la destreza y la concentración, además de la memoria a través del aprendizaje. Nuestra mente ha de adaptarse a ritmos más lentos a los que acostumbramos a vivir y eso supone a veces un esfuerzo, una especie de meditación. Muchas personas están tratando de acercarse a actividades más manuales para contrarrestar los efectos de la digitalización”, relata a ICON Design.
Ana Barriuso llegó a Madrid en 2013, en plena crisis económica, pero eso no impidió que pusiera en marcha Amasarte en Malasaña (Calle de las Minas, 6), un taller donde enseña y crea sus propias piezas para hostelería y decoración de interiores. Desde el comienzo, Barriuso, que tiene un centenar de alumnos, percibió que la gente que acudía a sus clases buscaba un cambio de aires. “La cerámica puede ser sencilla o complicada, es apta para todos y da muchas satisfacciones”, reflexiona.
La oferta de cursos es común en la mayoría de estos locales: ofrecen dos modalidades (cerámica artística y torno de alfarero) en prácticas de dos horas semanales o bien en monográficos de fin de semana y los precios suelen rondar entre los 80 y 120 euros.
Desde 1995, Loli Morante levanta a diario la verja de Lumbre y Barro (Calle de Gaztambide, 24), en pleno barrio de Chamberí. Tras un duro comienzo como taller de cerámica principalmente para niños, el boca a boca le dio fama gracias a las piezas personalizadas que realizaba por encargo. Los últimos tres años, confiesa, el número de personas que acuden a su taller para aprender el oficio ha aumentado y actualmente cuenta con cuatro ceramistas. “Las personas aprecian cada vez más hacer cosas con sus propias manos, para ellos o para regalar”, afirma. “Unos vienen por la faceta puramente artística y otros, en cambio, asisten en grupo para celebrar despedidas, cumpleaños o simplemente para charlar como si fueran a una cafetería”.
En el caso de César Torres, fundador del taller Espacio Dual (Plaza de Mondariz, 13), muy cerca de La Vaguada, se trata de una vocación frustrada que por suerte volvió a cruzarse en su camino. “Empecé con la cerámica de niño, pero terminé estudiando matemáticas. Con los años, cansado del mundo de la consultoría técnica, decidí dar un cambio a mi vida y montar una escuela de cerámica. Así que remodelé mi taller personal para convertirlo en escuela, y estoy feliz con el cambio”. Desde 2015 imparte clases entre semana y talleres intensivos sobre esmalte y horno los fines de semana. El próximo paso será un curso que combine las técnicas de la alfarería con el mindfulness usando el torno como herramienta de meditación. “Son dos disciplinas que combinan francamente bien”, señala.
El curso de unos diez meses que programa Arte Hoy, el taller en Lavapiés que dirige Pedro León, cuenta con 30 alumnos que aprenden cada año las técnicas de decoración del barro. “Nuestros cursos están enfocados al ocio para que la gente se relaje, pase un rato agradable y a la vez aprenda algo creativo”, añade. En paralelo a la labor docente, León desarrolla la producción de vajillas de autor. Ramón Freixa, Paco Roncero o los hermanos Adrià forman parte de la “clientela Michelin” a la que abastece este ceramista con 25 años de experiencia en el sector.
Para Jack Wooley, oriundo de Cleveland (Ohio) y cofundador del estudio Alfar 8 junto al artista barcelonés Ignasi Monreal, establecerse en la capital fue cuestión de buenas vibraciones. “Ignasi y yo nos conocimos en Londres en 2016 y decidimos emprender este proyecto en Madrid por la energía que desprende la ciudad”. Cerca de Madrid Río encontraron un espacio tranquilo donde establecer su taller. Ahora enfocan su trabajo en la producción de piezas que mezclan calidades diversas como azulejos pintados a mano o vajillas de porcelana. Para Wooley, el éxito de la alfarería es una “ola mundial” que ha contagiado a grandes ciudades como Nueva York y Londres.
Clara Doblas Ibáñez, fundadora de Clara Ceramics, concibió su taller, ubicado en el barrio de La Guindalera, como un lugar íntimo en el que imperara la calma, el cuidado por los detalles y el amor por los tiempos pausados del oficio. Allí arrancaron en marzo de este año los workshops intensivos que imparte los fines de semana. Su recomendación para los que deseen iniciarse en la materia es que lo prueben cuanto antes: “Pasarán un buen rato y se olvidarán del resto del mundo. Cuando modelas una pieza la cabeza se centra en lo que hacen las manos y el ritmo de pensamientos baja de revoluciones. No es que la dejes en blanco, sino que es una manera de anclarte en el presente”.
Esta nueva afición, como señalan Wooley y Morante, se acentuó durante el confinamiento de la pasada primavera. Carol Sauvion, productora de la serie documental Craft In America, declaró en un artículo en The New York Times que hacer cosas con las manos aporta una sensación de control, real o imaginario, cuando sientes que el mundo que gira a tu alrededor se rompe a pedazos. “No importa si hay una pandemia y no has salido de tu casa durante un mes, puedes trabajar en una colcha”, analiza. “Puedes perderte en esa colcha. Eso es muy importante para la gente. Les da una sensación de independencia y seguridad”.
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