La disyuntiva
Reconvertido en reportero, comencé la semana en Sevilla por los Grammy Latinos; continué celebrando el décimo aniversario de la revista ICON y el vestido de Samantha Hudson, y terminé siguiendo en un tren el discurso de Pedro Sánchez
La semana arrancó intensa con desplazamiento a Sevilla para cubrir la información sobre la gala consagrada al flamenco dentro de los fastos alrededor de los Grammy Latinos.
Reconvertido en reportero, justo como en mis inicios para un programa de Telemadrid, me planté junto a mi compañera María Lamela a entrevistar, sin cruzar ninguna línea roja, a una mezcla animada y variopinta de la fama nacional. Toda línea roja plantea una disyuntiva. La cruzas o no la cruzas. Y delante de Eugenia Martínez de Irujo estaba el dilema de preguntarle sobre Genoveva Casanova, ex de su hermano Cayetano, que según el momento puede ser él mismo otra línea roja. O sobre el follón desatado en Dinamarca. “Hablemos de mi madre. ¡Que estaría encantada de tener estos premios en Sevilla!”, rejoneó ella.
Pero la disyuntiva afloró de nuevo. Y no solo en las entrevistas a las celebridades congregadas. Si no con autoridades, por ejemplo, Juan Manuel Moreno, el presidente conservador de la Junta de Andalucía, quien también advirtió que prefería responder solo a preguntas vinculadas a los Grammy Latinos en Sevilla. Imaginé que a lo mejor eso levantaría ampollas en el resto de las ciudades andaluzas que no reciben este desbordamiento mediático. Moreno vino amable, simpático, con ganas de comunicar, hacia nuestra esquina. “¿Qué es para usted el entretenimiento?”, formulé. “Alegría, desconectar de forma positiva. Reír y disfrutar de una música tan arraigada a nuestra cultura, nuestra ciudad, nuestro espíritu y que siempre evoluciona. Siempre está de moda”, dijo. Mi compañera me veía con la disyuntiva de si me estaba volviendo cursi o idiota reflejada en la cara.
Y entonces comenzó la gala con todo lo que había invocado el presidente Moreno: un tsunami musical, un máster en flamenco de más de tres horas de duración, que empezó de forma súbita con Carmen Linares desgranando su repertorio y alcanzó una ovación de pie con la actuación de Sara Baras. Todo un lujo, pero siempre la disyuntiva: el flamenco, ¿es para todos los públicos?
El día después, en Madrid, un público diferente se reunió para celebrar el décimo aniversario de ICON en el consulado de Italia. Esta celebración de los premios anuales demuestra, ¡ay!, ¡la madurez! En sus inicios llegaron a ser más de 12, esa noche fueron cinco. En los ensayos, Daniel García, director de la revista de EL PAÍS, explicó: “Este año conmemoramos los 10 años y hemos elegido cinco premiados que representan esta década juntos”. Fue un honor sin ninguna disyuntiva presentar a portentosas entregadoras como Aitana Sánchez Gijón, Eugenia Silva y Valeria Vegas, pero el espíritu ICON original y el de sus premios lo exhibió Samantha Hudson, siempre más disruptiva que cualquier disyuntiva, vestida con una elaborada braga postpunk con la que enseñaba culo y cubría su cabeza con una mantilla desparramada. “Vengo de monja”, me gritó cuando celebré el atuendo.
Por alguna razón, sin disyuntivas, las entregas de premios en sedes diplomáticas madrileñas se vuelven caóticas y ruidosas. Todo el mundo se saluda, bebe y habla sin parar, ni se calla para escuchar los agradecimientos de los premiados. Al final, lo reconozco, me entró apetito, del tipo que no lo sacia el variado surtido de canapés. Y, una vez más, la disyuntiva: ¿Comida rápida o restaurante japonés que abre hasta tarde?
El miércoles, por lo que fuera, Pedro Sánchez empleó la palabra “disyuntiva” en su discurso de investidura. Curiosamente, escuché el principio en Madrid y el final en Barcelona: en el camino hacia el modesto hotel donde nos alojaban reparé en la tranquilidad con que las palomas picoteaban el césped de una rotonda en la Plaça Cerdà. Hacía tiempo que no veía a un colectivo haciendo algo concentrado y en calma. Me hizo pensar en el Tao, en que no había ninguna tensión en la ciudad condal. Algo muy distinto de lo que experimentamos a diario en Madrid. Otra disyuntiva más.
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