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La paradoja y el estilo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Recuerdos de Génova

La decisión de que el Partido Popular abandone su sede histórica tiene ese halo melodramático y pueril que termina por enternecer

Celebración de la victoria del Partido Popular en las elecciones generales de 1996, en la sede del PP en la calle Génova. En la imagen, desde la izquierda, Mariano Rajoy, Francisco Álvarez Cascos, José María Aznar, Ana Botella y Rodrigo Rato.
Celebración de la victoria del Partido Popular en las elecciones generales de 1996, en la sede del PP en la calle Génova. En la imagen, desde la izquierda, Mariano Rajoy, Francisco Álvarez Cascos, José María Aznar, Ana Botella y Rodrigo Rato.Óscar Moreno (EFE)
Boris Izaguirre

Al ser intangible, el pasado es algo difícil de borrar. Siempre reaparece, como las frases que se rebuscan en la hemeroteca o las fotografías que no se han desvaído del todo. ¿Qué sería del melodrama, ese género que tan bien nos representa, sin ese pasado que insiste en regresar? La decisión de que el Partido Popular abandone su sede histórica, anunciada por Casado esta semana, tiene ese halo melodramático y pueril que termina por enternecer. ¿Estáis seguros de que una mudanza disipará vuestros demonios?

Desde hace tiempo, esa sede en Génova 13 a muchos vecinos nos parecía una casa embrujada. Ahora, el hechizo se deshizo. Y aunque Casado insista en que es romper con el pasado, a mí la mudanza no me trae más que recuerdos. Estuve entre los manifestantes que hicimos una “sentadilla” delante del inmueble tras las elecciones del 96 que ganó Aznar, protestando contra la alianza de Aznar con Pujol para facilitar su investidura. Fue breve pero estar sentado en el asfalto de una avenida céntrica de Madrid me dio sensación de pertenencia, como que si fuera más español que antes. Esa sentada era muy diferente de las besadas que finalizaban las manifestaciones gais de aquellos años pero el rollo protesta política era igual de excitante. En marzo del 2004, volví a esa esquina de Génova para gritar: “¿Quién ha sido?”, tras el atentado del 11 de marzo en Atocha y que el gobierno del Partido Popular se empeñaba en atribuir a ETA. Fue una concentración convocada a través de SMS y, por cierto, coincidí allí con Massiel. Y, como ella, ya tenía mi pasado y no me sentaba nada bien sentirme engañado. Poco después, nos mudamos cerca de la sede popular y alguna vez compartí andares y aceras con Mariano Rajoy. En una ocasión, subiendo la pendiente, me dijo con su galleguísima retranca: “Aquí: mi calvario”. Una vez almorcé con Alejandro Agag y Gemma Nierga en un restaurante italiano vecino al hoy denostado número 13 de Génova. Agag estaba en vísperas de casarse por todo lo alto con la hija del presidente Aznar y no había nadie más noticioso que él. Gemma nos invitó. Durante el café recuerdo echar una ojeada alrededor y sentir como si estuviera en el Congreso y al mismo tiempo en la despedida de soltero del propio Agag. Todo eso ahora es pasado polvoriento, telarañas y voces cacofónicas.

¿Cómo se imaginan esa mudanza? Yo siento una cierta pena estéril ante los edificios vacíos que fueron epicentro. ¿Qué culpa tienen ellos de lo que sucedió? Mucha gente siente que los edificios no tienen alma pero yo creo que sí. Y, a veces, más que secretos y telarañas guardan felicidad o rencor.

Toda mudanza desentraña algo. Esta semana he descubierto al Piojo, una estrella del alunizaje, prófugo después de una fuga espectacular del penal donde cumplía su condena. Lo llaman Piojo porque era muy poca cosa de niño pero ahora ha mutado en un varonzote metrosexual y peligroso, con un atractivo esteroideo propio de Mujeres, Hombres y viceversa. Se le ve, aparte de veloz delincuente y estrellador nato, narcisista. Cincelado para atraparte en su espiral contracorriente. Quizás el retrato de estos tiempos contradictorios: alguien sexy pero malvado. Un diablo sobre ruedas.

Curiosamente, en este periódico estrellaron su fotografía justo debajo de la de Luis Bárcenas (durante su última declaración jurada). La coincidencia informativa me obligó a pensar que son dos varones atrapados en la misma telaraña, la lucha entre el poder y la delincuencia. Y el narcisismo: Bárcenas va siempre hecho un pincel y emplea su imagen para disparar mensajes tanto de su pasado como de su presente. El Piojo, enseñando más superficie musculosa, también lo hace. Se muestran, al contrario que Casado, sin miedo al pasado. Quizás porque la cárcel les ha enseñado que más que una defensa, es su mejor arma.

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