Látex, mascarillas y ‘revival’ victoriano en París
Las tendencias han muerto en favor del relato y las firmas utilizan los desfiles para escenificar historias en la pasarela
Las tendencias han muerto en favor del relato. Ni siquiera, salvo excepciones, las marcas han tirado de la escenografía grandilocuente de otras temporadas. La cuestión ahora es mucho más sutil: casi todas las colecciones vistas en la Semana de la Moda de París apelan a narraciones y plantean preguntas. Los hay que se cuestionan el futuro incierto del planeta, los que miran al pasado para analizar el presente y los que fantasean con biografías de mujeres tan poderosas como originales.
Esperando el cataclismo
No es la primera vez que las pasarelas apelan al fin del mundo a través de sus escenarios, pero en esta ocasión, la catástrofe climática, la profecía de una nueva recesión económica y la crisis del coronavirus han hecho que la puesta en escena de ciertos desfiles se perciba más como una metáfora del presente que como un mero recurso para epatar a la audiencia.
Marine Serre abría la semana de la moda parisina con una colección inspirada en Dune, el clásico de la ciencia ficción. “Un intento por crear comunidades alternativas, de buscar soluciones en mitad de la tormenta”, escribía la diseñadora francesa en su nota de prensa. Esta fantasía utópica, que planteaba nuevas formas de vida en planetas alternativos, se tradujo en vestidos de patchwork atrezados con pasamontañas, capuchas y mascarillas, un elemento recurrente en sus colecciones que, esta temporada, resultaba más que oportuno por razones obvias.
Balenciaga no fue tan optimista. La firma comandada por Demna Gvasalia escenificó, literalmente, el apocalipsis en una nave industrial de Saint Dennis. Mientras los modelos, algunos ataviados con túnicas que recordaban a la indumentaria religiosa, caminaban sobre el agua, el cielo ardía en llamas. Gvasalia es experto en generar sensaciones incómodas con sus desfiles. En esta ocasión, el sentimiento, entre la violencia y el estupor, permaneció junto a los ojipláticos invitados al show.
Un poco de ternura, por favor
En la moda, como en la vida, también funciona el mecanismo acción-reacción. Y mientras unas marcas responden a la crisis medioambiental con desfiles apocalípticos, otras prefieren abordar la cuestión desde el sentido del humor. Es el caso de Stella McCartney y Thom Browne, que llenaron sus respectivas pasarelas con animales de peluche. La británica hizo desfilar a vacas, conejos y gallinas ataviados con sus bolsos para subrayar el compromiso vegano y su histórica lucha contra el uso de pieles en la industria textil. En el caso de Browne, la aproximación era más alegórica que reivindicativa: jirafas, hipopótamos y cocodrilos conducían por un bosque nevado a modelos que lucían su traviesa sastrería, más llena de fantasía que nunca. Un cuento sobre la naturaleza con final feliz.
Siglos nos contemplan
Hace ya años que la moda vive en un constante revival de las pasadas décadas del siglo XX: de la Belle Époque al minimalismo de los noventa. Pero, quizá porque esta fórmula comienza a agotarse, los diseñadores han empezado a viajar aún más atrás en el tiempo en busca de inspiración. Loewe ya tomó como referente hace seis meses la obra de Velázquez, y de cara al próximo otoño-invierno, avanza hasta el XIX para reinterpretar en clave abstracta las siluetas propias de la regencia británica. Con las caderas elevadas por estructuras ocultas, sus vestidos de seda japonesa estaban rematados por enormes piezas de porcelana del artista Takuro Kuwata.
En Louis Vuitton, Nicolas Ghesquière va más allá al mezclar distintas eras y culturas en un guiño a la exposición About time: fashion and duration, que se inaugurará en el Museo Metropolitano de Nueva York el 7 de mayo y que la firma patrocina. Por un lado, en una colección que elude los conceptos de género y estilo, el diseñador mezcla pantalones de paracaidistas, chaquetas de toreros tops robóticos, cancanes y piezas de sastrería burguesa. Por otro, recreó sobre la pasarela una grada con más de 200 caracteres vestidos con prendas que van desde el siglo XV hasta los años cincuenta.
Fetichismo de salón
El látex se ha convertido, inesperadamente, en el material de la temporada. La culpa la tienen dos de las mejores colecciones vistas en París: en Balmain, da forma a chaquetas, botas, e incluso monos drapeados. En Saint Laurent está presente en faldas de tubo y pantalones. Pero lo curioso no está en este caso en la prenda acharolada, sino en cómo se combina. El primero la utiliza como un recurso para recuperar el hedonismo ochentero junto a chaquetas con hombreras y amplios jerséis cuajados de aplicaciones, emulando a una aristócrata desmelenada por la noche parisina hace treinta años. El segundo juega a deconstruir el arquetipo burgués de la orilla derecha del Sena: arriba, blusas con lazada y americanas holgadas, abajo, tacones de aguja y ajustadísimas mallas en negro brillante. El resultado habla de poder, económico y sexual, y crea una interesante estética a medio camino entre dos estereotipos tan manidos como son los de la ejecutiva y la dominatrix.
Al ritmo de los flecos
Es una de las pocas tendencias de la próxima temporada otoño-invierno. Ya en la semana de la moda de Milán aparecían en las colecciones de Prada, Salvatore Ferragamo —con reminiscencias años veinte— o Jil Sander —más conceptual—. Y en París siguen ganando protagonismo. Dior los interpreta casi en versión punk; Givenchy llena sus piezas de noche de pequeños mechones que se mecen al paso de las modelos; en Paco Rabanne rematan los fulares con los que Julien Dossena construye su colección medieval; y en Stella McCartney aparecen en los vestidos de malla.
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