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Balenciaga desata el día del juicio final en París

La firma presenta en la semana de la moda una interpretación violenta de la belleza

Tres modelos de Balenciaga durante el desfile en París. / ESTROP (GETTY)
Tres modelos de Balenciaga durante el desfile en París. / ESTROP (GETTY)
Carmen Mañana

Suenan las trompetas del apocalipsis sobre una pasarela inundada hasta la tercera fila y comienza el desfile de Balenciaga. Truenos y relámpagos. El diluvio, primero, y después, el fuego eterno, proyectos sobre el techo. Bajo el cielo acusador Demna Gvasalia, director creativo de la marca, hace caminar a un ejército de sacerdotisas y magistrados del juicio final sobre el agua. El luto se impone, aunque el diseñador haga pequeñas concesiones a otros colores: rojo, azul y verde flúor. Como si se tratara de la película que se ve segundos antes de morir, el creador revisita los hitos de sus cinco años al frente de la marca: las hombreras pagoda, los vestidos de flores trapezoidales, los trajes “anabolizados”, el uniforme del equipo de fútbol Balenciaga, las túnicas neogóticas de terciopelo, los pantalones de motorista. Continuando con su reflexión irónica sobre el estatus, imprime el logo de la firma en tarteras, cajas de herramientas y bolsas de entrenamiento. “Las connotaciones deportivas, religiosas o eróticas desaparecen y solo queda un objeto de moda extravagante, dramático y amenazador”, explica en su nota de prensa.

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La atmósfera y las prendas son desconcertantes. Su concepto de belleza desafía las convenciones y apela a las nuevas sensibilidades, obviadas hasta ahora por la industria de la moda. Se trata de una interpretación violenta e inesperada: única en sector plagado de estereotipos trasnochados, y donde demasiadas colecciones resultan intercambiables. La suya tiene el valor extraordinario de dejar en quien la contempla la sensación de estar ante un espectáculo irrepetible.

Otro diseñador sin el que es imposible entender la moda hoy es Hedi Slimane, director creativo de Celine, y poseedor de al menos dos talentos incuestionables. El primero: su habilidad para aumentar las ventas. Aunque el conglomerado de empresas de lujo al que pertenece la marca que dirige, LVMH, no ha hecho público ningún dato financiero, su presidente ejecutivo Bernard Arnault confirmó al Financial Times que los beneficios rondan los mil millones de euros y que espera duplicar e incluso triplicar esta cifra en cinco años. Slimane también es un maestro en el arte de polarizar a crítica y apasionados de la moda. Sus detractores dicen que las colecciones del francés son siempre un revival literal -en este caso del armario del grupo Jefferson Airplane y sus grupies-, que sus desfiles resultan redundantes, que le falta originalidad y le sobra oportunismo. Pero lo cierto es que Slimane es uno de los pocos diseñadores que todavía crea tendencia. Las burguesas de finales de los setenta que rescató para su debut en Celine están hoy en todas partes. De Zara a marcas de lujo lideradas por diseñadores supuestamente más creativos. Y seguramente sucederá lo mismo con los pantalones que propone para el próximo invierno: muy estrechos por encima de la rodilla, ligeramente acampanados después y con el tobillo visto. Alrededor de esta prenda construye una colección que se retrotrae a la escena rock de los setenta: camisas con chorreras rematadas con cristales, chupas de cuero a la cintura y, por supuesto, las bermudas y blusas con lazada en torno a las que ha construido la nueva identidad de Celine. Unos códigos que ha conseguido hacer reconocibles en tiempo récord y que amplia con una serie de vestidos en terciopelo e incrustaciones doradas que hubiese podido llevar Sharon Tate.

A veces es un gesto y no una colección lo que marca la diferencia. Con los desfiles de A.P.C y Agnès B suspendidos por el coronavirus, la firma Issey Miyake decidió cerrar el suyo uniendo a sus modelos a través de la ropa. Concretamente, mediante coloridos vestidos de punto cosidos entre sí en una gran cadena. La marca lanzaba así un mensaje más que pertinente en esta semana de la moda atenazada por el contagio: que el miedo no nos impida permanecer juntos.

Hermès supera las expectativas al insuflar colores vivos a su tradicional paleta de beiges e incorporar prendas que rejuvenecen y completan su impecable puesta clásica: petos de aire industrial, pantalones de silueta retro, botas ligeramente ortopédicas y jerseys con cuellos troquelados por donde pasan los míticos pañuelos de la casa francesa o collares con cierres metálicos. Menos delicado, pero más relevante.

Esta temporada, Valentino ha querido crear un uniforme para la mujer contemporánea que, según explicaba en su nota de prensa, no anule su personalidad sino que permita que esta acapare todo el protagonismo. Para conseguirlo, su director creativo Pierpaolo Piccioli escoge el color negro como hilo conductor, depura las líneas de los patrones y ofrece chaquetas de cuero, vestidos sencillos y volátiles, y muchos más pantalones de lo que viene siendo habitual en la marca; pero también tops palabra de honor, profusión de transparencias y vestidos con románticas espaldas al aire. Sus prendas resultan más intimistas y contenidas, pero la delicadeza, los bordados y el romanticismo -aunque en menor intensidad- siguen definiendo el trabajo del italiano. Al final, Piccioli tira al monte.

Altuzarra apuesta por trajes de americana y chaqueta entallados y con las solapas abiertas como si de un escote barco se tratara. Todo complementado por zapatos con pelo en colores pastel. Thome Browne declina su traviesa sastrería británica en infinitos tejidos y acabados sobre una pasarela convertida en bosque nevado y los modelos caracterizados como animales selváticos: un cuento fantástico que habla también de uniformes.

Elie Saab se inspira en España para su colección, pone a Rosalía de banda sonora y satura sus vestidos con lunares, volantes y plumas que vienen a sumarse a la pedrería y bordados preexistentes. Como diría la cantante catalana: “Malamente, tra trá”.

David contra Goliat

Hace ya tiempo que con su pequeña marca independiente el diseñador belga Haider Ackermann le enmienda la plana a las grandes firmas globales que dominan, supuestamente, la semana de la moda de París. Qué podría hacer si tuviese los recursos, distribución y proyección de uno de estos gigantes es algo que solo un contrato con un grupo internacional puede responder. Mientras tanto, su desfile del sábado sirvió para hacer alarde, una vez más, de dos cualidades que no abundan en la industria del lujo actual: versatilidad y una capacidad natural para leer los deseos del consumidor actual. La prueba: sus poderosos trajes, donde las enormes americanas se colaban por dentro de los anchos pantalones como una camisa o se ceñían con largos cinturones. Y su serie de vestidos esmoquin de líneas rectas con las solapas pintadas en blanco y escotes recortados geométricamente como si se tratase de un trabajo de papiroflexia.

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