Brioche de chocolate y avellanas
Currarse un brioche es una de las experiencias más satisfactorias que puede tener un panadero: integrar la mantequilla en la masa, trabajarla hasta que esté elástica, verla fermentar... y comérselo, claro.
Brioche y chocolate; el mero hecho de leer o pronunciar estas palabras nos llena de una felicidad furtiva, nos pone una sonrisa en la cara y nos predispone para lo mejor. En este proceso, que merecería ser estudiado por sesudos psicólogos, se juntan las expectativas y las experiencias más dulces. La miga esponjosa, etérea y jugosa, el profundo sabor de la mantequilla, la plenitud de su gusto dulce y el sutil perfume de la fermentación. Si a esto le sumamos palabras como avellana o crujiente, entonces nada puede ir mal.
Pero empecemos por el principio… ¿cómo conseguir un brioche ligero cuya miga sutil se desgarre en delicadas hebras al abrirlo con los dedos? Proceso, proceso y proceso. Proceso, método, sistema: este vendría a ser el mantra de la panadería, en general, y de la bollería, en particular (es una de las razones por las cuales pesamos todo, desde la leche al huevo). Bueno, sin olvidar el cuidado en la elección de los ingredientes, claro está. Buenos ingredientes y una atenta incorporación a la masa en el orden correcto garantizan una experiencia briochística de primer nivel.
Ya que vamos a someter a nuestra masa a los rigores de la grasa y el azúcar, necesitamos una harina que nos proporcione el músculo necesario para aguantar todo esto: harina de fuerza. Esta harina nos permitirá desarrollar un buen esqueleto para nuestro brioche, para ello es interesante partir de una masa bastante seca y fácil de amasar al comienzo (para poder desarrollar un gluten fuerte).
Después, cuando añadamos el azúcar y la mantequilla, la cosa se relajará y ablandará hasta premiarnos con una textura gloriosa. Como con muchas otras elaboraciones superlativas, un poquito de paciencia y dedicación nos recompensarán con creces.
Estos sencillos pasos serían las claves básicas para un buen brioche: guárdalos a buen recaudo en tu zurrón de herramientas panaderas. En nuestro caso, añadiremos además la presencia del cacao y otros aromáticos opcionales*. Para acabar de redondear esta elaboración, la miga jugosa y chocolatada tendrá su contrapunto en una glasa de avellana de textura levemente crujiente: sencillo y efectivo. Personalmente me gusta untarlo con bien de mantequilla y tomármelo por las mañanas con un gran café: el día no podría empezar mejor.
Ingredientes
Para la masa
- 300 g harina de fuerza
- 60 g huevo (si el huevo es pequeño, corregir con leche hasta llegar a 60 g)
- 150 - 160 g leche
- 75 g azúcar
- 50 g mantequilla fría
- 40 g cacao en polvo
- 12 g levadura, la del taquito color crema (4 g si es levadura seca de panadería, los gránulos de color crema)
- 5 g de sal
Para la glasa
- 50 g avellana molida (tengo hace años un romance tórrido y crujiente con la avellana de Reus)
- 80 g de azúcar
- 10 g de Maizena (1 cucharada sopera)
- 20 - 30 g clara de huevo (menos de una, ajustar hasta obtener la consistencia)
Para decorar
- 1 yema estirada con leche, para pincelar
- Azúcar bolado, trocitos de avellana, etc.
Instrucciones
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