No te comas la servilleta si vas a un estrella Michelin
El marido de la actriz británica Tracy-Ann Oberman intentó comerse una servilleta creyendo que era alta cocina en uno de los restaurantes de Berasategui. Ahí van unos consejos para que nunca te pase lo mismo.
La actriz Tracy-Ann Oberman -conocida por su participación en EastEnders y otras series británicas- esperaba una cena romántica para el recuerdo en uno de los restaurantes del chef Martín Berasategui (que cuenta con ocho estrellas Michelin repartidas entre ellos). Lo que no esperaba es que fuera inolvidable porque su marido, Rob Cowan, intentó comerse una servilleta húmeda -que estaba en la mesa para lavarse las manos entre dos pases- al estar “servida” sobre algo que se parecía mucho a otros recipientes de los que se usaron.
La actriz contó su experiencia en Twitter, y el diario británico Daily Mail relató la cómica confusión con más detalles. La respuesta en las redes sociales no se hizo esperar, con respuestas de todo tipo: desde fotos jocosas de gente masticando servilletas hasta gestos solidarios de otros afectados por emplatados complicados.
This is what happens when you apply a Michelin Star or two or three. Honestly. @WeWantPlates pic.twitter.com/SR7TJHQnP7
— Tracy-Ann Oberman 🇺🇦 (@TracyAnnO) January 3, 2018
Oberman aseguró fue la presentación pretenciosa de los platos la que causó que su marido intentara comerse una servilleta. Los responsables de comunicación del restaurante confirman que el incidente se produjo en el M.B. de Tenerife, pero renuncian hacer más comentarios sobre el tema. Cumpliendo nuestra labor social, nosotros te damos algunos consejos para que no te pase lo mismo si algún día vas a un restaurante de esta categoría, y ya que te has dejado la pasta, la experiencia sea un disfrute y no un desastre.
No te cortes en preguntar
Si tienes una duda, pregunta. Desde los precios de los menús antes de hacer la reserva para evitarte un susto -mira antes su página web, muchos restaurantes ya comparten precios de carta y menú online-, hasta si una cosa se come o no (lo que le hubiera ahorrado el servilletagate a este buen hombre) o cuántos pases quedan. Si el sentido común no te da una respuesta por si mismo, aquí la única pregunta tonta es la que no se hace.
Avisa por adelantado de cualquier alergia o intolerancia
Si no lo preguntan al hacer la reserva, llama y dilo: tu salud -o la de otra persona- están en juego. Si alguien tiene restricciones alimentarias, coméntaselo: es posible que no haya problema si no comes carne de caza o calamares, o incluso que se ofrezcan a hacerte una versión vegetariana del menú. Pero si no te gusta el ajo o la cebolla, eres vegano -o, al contrario, no comes verdura ni que te maten- o te pone de los nervios cuando la carne se mezcla con la salsa, a lo mejor deberías considerar comer en otro sitio. Lo disfrutarás más y no volverás tarumba a todo el personal de cocina.
El chef no tiene la obligación de estar allí siempre
Saludar al chef que hemos visto por la tele, al que admiramos o del que hemos leído libros puede hacernos ilusión. Pero la finalidad de la experiencia no es hacerte un selfie con Jordi Cruz, sino probar su comida, y ponerse insistente con el tema puede ser bastante incómodo.
El camarero y el sumiller, sí
En un menú con maridaje, te contarán cosas de los vinos y de por qué los han escogido -y pueden emocionarse un poco al hacerlo-, del origen e inspiración de cada pase, rellenarán tu copa de agua, te ofrecerán pan y te informarán si el plato se come de una manera particular. Esto último puede parecer una tontería, pero no lo hacen por molestar: si muerdes una esferificación en vez de metértela entera en la boca, el invento pierde la gracia y tu camisa puede acabar toda chorreada.
A los camareros les verás lo suficiente como para que al llegar al postre te suene su cara como si hubiérais ido juntos al colegio. Si tanta atención te satura un poco, responde “todo muy bien, muchas gracias” un par de veces seguidas cuando te preguntan qué tal todo: probablemente lo entenderán enseguida y limitarán sus intrusiones.
Avisa con antelación si necesitas hacer una parada
Es posible que si un menú tiene 25 pases con sus correspondientes maridajes necesites pasar por la toilette antes de que termine. Avisa antes para que retrasen un plato y no dejes a tus compañeros de mesa con el bocado delante. Hazte un favor y no pares para fumar: no solo queda feo sino que también hará que el resto de la comida te sepa peor, y es un incordio para los que te acompañan.
Los menús degustación suelen ser largos
Ya corremos suficiente a diario: cuando llega el día de sentarnos a esa mesa a la que le teníamos tantas ganas, lo suyo es que nos olvidemos del reloj y nos dediquemos a disfrutar.
Y las porciones, pequeñas
Aunque no todas tienen que ser minúsculas, y tampoco te vas a quedar con hambre. Normalmente se busca un ritmo: se empieza con unos aperitivos de bocado -normalmente servidos en varios pases-, pero después entran en juego cuchara, tenedor y cuchillo. A veces se alternan unos y otros, pero tampoco pasarás hambre. De verdad que no.
No es obligatorio vestirse de boda
Los estrellas Michelin no son la ópera, no hace falta que saques los tafetanes y te produzcas como para dar las campanadas (a no ser que te apetezca y te sientas cómodo, en este caso adelante). Comer es una experiencia que tiene que ver con disfrutar, estar relajado y cómodo: los restaurantes se dieron cuenta hace tiempo, y ahora la etiqueta acepta la ropa casual. Si vas a ir en vaqueros, mejor no los combines con la camiseta de Ramones que tienes desde que ibas al instituto. Pero con esos mismos pantalones y una camisa, estarás listo para comer en Berasategui (y también para ir al Liceo, que la ópera ahora tampoco hay que ir con abrigo de piel).
No te dejes avasallar por el ambiente
La atmósfera refinada de los restaurantes con estrella puede imponer un poco al no iniciado. Pero no hace falta que te pongas tan envarado como la reina de Inglaterra en un banquete oficial de The Crown: con el dineral que vas a pagar, más vale que te relajes y disfrutes sin obsesionarte por si metes la pata. Se trata de divertirse (sin comportarse como en una taberna de mala muerte, claro).
Sí, puedes pedir el vino más barato
O incluso beber agua o cerveza. No te sientas presionado para pedir bebidas caras por estar en un restaurante de alta cocina: si el local es bueno de verdad, sus vinos más asequibles también deberían serlo. Si no sabes mucho del asunto, deja los reservas a 80 euros la botella a los entendidos, que seguro que eres igual de feliz con uno que cueste la mitad.
¿De quién hay que reírse?
"Menudo palurdo". Esto es lo que habrán pensado muchos finolis que hayan leído la historia de Rob Cowan, el hombre que pasará a la historia de la gastronomía por haber intentado comerse una servilleta en uno de los restaurantes de Martín Berasategui creyendo que era un plato de alta cocina. Es posible que, en efecto, este hombre sea un gañán, y diría que pecó de imprudencia por no preguntar antes. Sin embargo, seguramente por mi propia palurdez, simpatizo bastante con él.
Yo también me he confundido alguna vez en un local de estas características y he estado a punto de zamparme esas algas de colorines o esos nidos de hojas que sólo eran decoración pero parecían parte del plato. Nadie nace sabido, y si no frecuentas los comedores de vanguardia, algunos emplatados pueden llevarte a error, sobre todo los más recargados. El buen servicio -y en restaurantes con el nivelazo de Berasategui, suele ser siempre excelente-, da las indicaciones necesarias para comer correctamente todo lo que llega a la mesa. Pero no es en absoluto habitual que te lleven algo tan sencillo como una toallita húmeda metido en un catafalco de piedra, por lo que el impulso tragón de Cowan resulta hasta cierto punto comprensible.
El caso plantea una reflexión interesante: cuando ocurre algo así, ¿es culpa de la ignorancia del cliente o al restaurante se le ha ido de las manos la puesta en escena? Supongo que dependerá de los casos. Pero con un sector importante de la hostelería embarcado en una loca carrera por sorprender con vajilas y emplatados cada vez más rocambolescos, quizá antes de reírnos del comensal patoso deberíamos cuestionarnos el mensaje confuso del restaurador.
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