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¿Todo lo que comemos da cáncer?

Se etiquetan los alimentos en virtud de su efecto para aumentar o reducir el riesgo de cáncer sin pruebas convincentes. Muchos alimentos tienen al mismo tiempo estudios a favor y en contra. ¿Quién tiene razón? ¿Qué podemos hacer?

Lo de la derecha no 'da' cancer. Lo de la izquierda tampoco lo cura.
Lo de la derecha no 'da' cancer. Lo de la izquierda tampoco lo cura.WIKIMEDIA
Juan Revenga

El cáncer ha sido definido por algunos expertos como algo parecido a una lotería, fruto de la acumulación azarosa de mutaciones. Una lotería a la que no quisiéramos jugar, pero a la que nadie puede escapar. A pesar de eso, nos aferramos a la idea de tener algún tipo de control sobre esta enfermedad, seguramente por pura necesidad e instinto de supervivencia.

Es una lotería, cierto, pero también podemos adquirir más o menos papeletas según nuestros hábitos de vida y reducir, que no eliminar, la probabilidad de hacerse con el premio gordo en esta terrible rifa. Sobre la gestión de esos boletos tenemos algunas certezas bien claras, quizá la más conocida en el marco de los estilos de vida sea la adicción al tabaco. Si fumas, pillas más números: hay pocas dudas.

¿Pero da cáncer o no da cáncer?

Lo que comemos y lo que no también se postula con mucha frecuencia como un elemento modulador de la probabilidad de sufrir cáncer. Pero lo cierto es que esta perspectiva, aun siendo cierta, la tenemos bastante desenfocada. Con la ciencia en la mano, salvo puntuales excepciones –que las hay–, no tenemos demasiados argumentos científicos para defender el consumo o no de un alimento concreto y afirmar que este propicie el riesgo de cáncer (o, al contrario, lo reduzca).

Sobre casi todo lo que comemos y su relación con el cáncer –para bien o para mal–, se han escrito cientos de estudios. En la mayoría de los casos, la evidencia para defender esa relación, sea en el sentido que sea, es más bien escasa. Sin embargo, el mensaje que cala en los consumidores es demoledor y ofrece, en apariencia, pocas fisuras. Terminamos pues afirmando las posibles relaciones entre un alimento concreto y el riesgo de cáncer, normalmente con pruebas demasiado endebles para hacerlo de forma tan categórica.

Una muestra de ello la encontramos en las interesantes observaciones realizadas en este estudio, en el que se propuso investigar cuántos de los ingredientes tomados al azar de un libro de cocina tradicional (norteamericana) tenían publicada en la literatura científica algún estudio que los relacionara con el cáncer. Seleccionaron 50 al azar, y se constató que el 80% de esos ingredientes tenían algún tipo de asociación con el cáncer, poniendo de relieve que una buena parte de ellos tenían estudios tanto a favor como en contra.

Es decir, para el mismo alimento había publicaciones que destacaban su carácter protector frente al cáncer y otras que alertaban del aumento del riesgo. Teniendo en cuenta la preocupación general que existe sobre esta enfermedad, no es impensable que cada uno de estos estudios acabara en los titulares de los medios de comunicación, para desconcierto de los lectores, claro. Algo bastante razonable, ya que el “donde dije digo, digo Diego” lo llevamos muy mal, en especial cuando se trata de salud y de alimentos.

Pero el trabajo antes mencionado fue más allá. También analizó la calidad de los estudios que relacionaban el cáncer con aquel 80% de alimentos, y observó que a pesar de que los autores de los respectivos estudios terminaban por hacer interpretaciones concluyentes, la gran mayoría de esas afirmaciones se basaban en pruebas estadísticas débiles.

Hablando en plata, algunos autores exageran las relaciones cáncer-alimento y propician un juicio demasiado tajante para la poca contundencia de las pruebas que tienen entre manos. Al mismo tiempo, el nivel de evidencia (o potencia probatoria) de los estudios contrastados también fue bastante heterogéneo y puso de relieve alguna paradoja: los estudios individuales (con menor nivel de evidencia) solían ser más categóricos en sus conclusiones que los estudios de revisión y metaanálisis, que en principio aportan una imagen más clara de la situación.

Lo que de verdad se sabe de la relación cáncer-alimento

No hay grandes titulares, tampoco alimentos milagrosos, ni súperalimentos curalotodo –tan reales como Superman– ni nada que se parezca a las obras editoriales de título complaciente escritas por el gurú magufo de turno. Lo que a día de hoy se da por válido de la relación entre lo que comemos, nuestro estado nutricional y el riesgo de cáncer está condensado en la obra de la World Cancer Research Found y el American Institute for Cancer Research titulada Alimentos, nutrición, actividad física, y la prevención del cáncer: una perspectiva mundial (resumen en castellano, puedes acceder a la obra completa en inglés en este enlace). Para hacernos una idea del estilo de recomendaciones que nos vamos a encontrar en este compendio del conocimiento científico al respecto del cáncer y los alimentos, ahí van algunas recomendaciones concretas basadas en la evidencia para la prevención del cáncer que, además, son extensibles a pacientes ya diagnosticados:

Recomendaciones sobre el peso corporal:

Recomendaciones sobre la actividad física:

Recomendaciones sobre alimentos y bebidas que promueven el aumento de peso:

Recomendaciones sobre los alimentos vegetales:

Recomendaciones sobre los alimentos de origen animal:

Recomendaciones sobre bebidas alcohólicas:

Recomendaciones sobre la preparación, elaboración y conservación:

Recomendaciones sobre los suplementos alimentarios:

Cuidado con la literatura magufa

Lo anteriormente expuesto resume de forma inequívoca las recomendaciones que se pueden hacer al respecto de la prevención y el tratamiento del cáncer a partir de la dieta, teniendo en cuenta la evidencia científica. A pesar de eso, la oferta de literatura de-buen-rollo sobre formas de evitar el cáncer en base a la dieta es especialmente abundante. Las obras que recogen la palabra cáncer en libros de divulgación general son legión entre las estanterías dedicadas a la salud y a la dietética.

Entre ellos ha destacado en los último tiempos el best seller “Mis recetas anticáncer” (Odile Fernández) donde se dan cita una serie de recomendaciones sin pies ni cabeza y sin contraste científico, algo que se ha convertido en un denominador común a la mayor parte de este tipo de obras. El peligro, más allá de trasladar a los lectores unos contenidos falsos sobre el cáncer y su relación con la dieta, radica en las falsas esperanzas que podrían albergar aquellos pacientes ya diagnosticados que se vean tentados de leer esta clase de libros y quién sabe si, creyendo de que ya tienen “su salvación” en ellos, abandonen un tratamiento médico.

Resumiendo: aunque comamos cada día varias veces, y por lo tanto nos pueda parecer que algo tan constante en nuestra vida afectará directamente en la aparición o el tratamiento de una enfermedad como el cáncer, la verdad es que –excepto en los casos anteriormente mencionados–, no es así. Al menos, no desde el punto de vista científico, que es el que de verdad cuenta.

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Sobre la firma

Juan Revenga
Es dietista-nutricionista, biólogo, consultor, y divulgador. Es profesor en la Universidad San Jorge, en la Universidad Francisco de Vitoria y un montón de cosas sesudas más. Definido como un Don Quijote con cuchara, es muy activo en redes sociales en donde, a partes iguales, reparte estopa y defiende la salud a través de la cocina.

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