La recolectora indígena que mantiene el legado chileno mientras cuida del desierto de Atacama
En medio del hostil desierto de Chile crecen sigilosamente algunas de las plantas más valiosas de su gastronomía y medicina ancestral, que Patricia Lorena recupera manteniendo su herencia indígena
En la otra parte del mundo, en el desierto chileno de Atacama —un lugar del planeta donde puede llover una vez cada 40 años—, Patricia Lorena Pérez recolecta las hierbas que crecen en esta árida zona haciendo una doble función: proteger y limpiar el desierto al tiempo que recupera el uso medicinal y culinario de estas materias primas. “La gente piensa que en el desierto no hay nada, pero en el desierto hay vida”, es una de las frases de Patricia que más recalan cuando se la escucha hablar.
Paisajista y recolectora, nacida en Toconao, a 25 minutos de San Pedro de Atacama, lleva en la sangre su pasión por las plantas nativas. “Fui protegiendo estas plantas porque desde los seis años acompañaba a mi abuela materna, recolectora de hierbas, a recogerlas por las quebradas, a cultivarlas junto a otros productos como maíz o papas, y a venderlas frescas como remedios naturales”, cuenta Patricia. Tola, tolilla, muña-muña, menta, hierbabuena, rosa del desierto o rica-rica son solo algunas de las referencias que su abuela recolectaba de manera natural y que crecen con orgullo bajo el sol chileno frente al resto de plantas que aquí no son capaces de prosperar. “Ella tenía un mapa de la zona en terreno donde iba marcando el lugar en el que se encontraban las diferentes hierbas que recogía. Ahora soy yo la que, habiendo heredado ese mapa ancestral oral, empecé a escribir mi historia”, recalca sobre esta atávica tradición que, en esta tierra, se transmite de viva voz de abuelas y madres a hijas y nietas.

Cosmovisión atacameña
En la cultura Lickan Antay, la de los pueblos que habitan la región de Atacama, una etnia que se caracteriza por una fuerte conexión con su entorno natural y por unas costumbres transmitidas de generación en generación, han utilizado durante miles de años las hierbas y las plantas de esta zona con fines medicinales. “En lengua ckunza, el idioma del pueblo atacameño, Atacama significa ‘nuestro’ y hace referencia a nuestro territorio, a nuestra tierra. Yo lo cuido, lo amo, lo protejo… Todas estas plantas son la generosidad de la Madre Tierra; se cultivan y crecen solitas, por eso, a cambio, tenemos que mantener el desierto limpio, sus jardines y sus alrededores y tener la esperanza de que va a llegar la lluvia”, dice Patricia.
Este saber ancestral sobre hierbas y plantas medicinales del pueblo Lickan Antay cuenta con una larga historia. “Aquí las plantas nativas se han utilizado desde antaño para la quebradura de huesos, el dolor de estómago o de pulmones, el sistema respiratorio o sanguíneo, para hacer nuestras ceremonias ancestrales, el pago a la Madre Tierra o a nuestro Sol”. Sin embargo, a día de hoy no solo se usan para la medicina tradicional.
Hace alrededor de 12 años llegó al desierto de Atacama un cocinero —e investigador gastronómico— que deseaba aprenderlo todo sobre plantas nativas de la zona. Su objetivo era entender sus usos medicinales, pero también los culinarios para, desde su posición, mantener el legado de su país, sus tradiciones y sus culturas. “Rodolfo Guzmán, chef del restaurante Boragó (Santiago de Chile) empezó a estudiar todas nuestras hierbas ancestrales, a analizarlas, hacer pruebas y ver en qué platos las aplica y cómo las aplica; un trabajo que siempre ha hecho desde el respeto a nuestras tradiciones, a cómo utilizar estas plantas, a la importancia que tiene protegerlas y los valores de transmitirlas”, cuenta la paisajista.

De la medicina al plato
Así comienza una historia de revalorización del entorno de Atacama a través de sus hierbas y plantas locales en donde Patricia, además de venderlas para usos medicinales, lo hace también para el ámbito gastronómico dando lugar a La Atacameña, una pequeña marca con la que consigue mantener la esencia de las tradiciones nativas chilenas y sus productos mientras cuida el desierto.
Conocer, recolectar y tratar los frutos del desierto es ese saber que le dejó su abuela y que ella comenzó a hacer, primero, como mantenimiento de su herencia ancestral y cuidado medioambiental —en Atacama existen especies y árboles nativos que no se dan en otro lugar del mundo, son únicas—; y, después, como forma de llevarlo a la gastronomía y de reivindicarlo, ayudada por el cocinero del nombrado “mejor restaurante de Chile”, según The World’s 50 Best.
Su trabajo, en este desierto de casi 105.000 kilómetros cuadrados de extensión que ha convertido en su pequeño (gran) huerto, es podar y cuidar las plantas que lo pueblan asegurándose de que crecen fuertes y en condiciones óptimas. Lo hace en un territorio que va desde los 2.500 metros sobre el nivel del mar hasta las faldas del volcán Láscar —cuya altitud es de 5.592 metros sobre el nivel del mar—, el único volcán activo en el desierto de Atacama La Grande. Y es que, en estas tierras en donde muchas plantas encuentran dificultad en prosperar, hay otras que de manera silvestre y gracias al mimo de Patricia, perviven año a año.

La guardiana de Atacama
Uno de esos grandes ejemplos es la rosa del desierto (también llamada rosa del año). “Los recién nacidos de Lickan Antay, reciben su primer baño de su madre y abuelas con esta flor para que su alma quede plasmada a su cuerpo”, dice Patricia sobre una planta que tan solo florece una vez al año —con suerte, y sin nada de lluvia— y cuyas flores se recolectan meticulosamente para llevar a secar sus pétalos y después trasladarlos a ensaladas, infusiones, postres y repostería. Pero como ella hay muchas más. “La tolilla, que la recojo a 4.000 metros de altura, nuestros abuelos la utilizaban mezclada con el barro de Atacama para la composición de quebraduras y fracturas”, cuenta la paisajista sobre la recolección de esta hierba, que traslada en fresco directamente a Boragó donde el chef Guzmán la incluye en su helado de hongo Loyo. O la rica-rica, “una hierba que sabe a menta, que se ha explotado en exceso en San Pedro de Atacama en la elaboración de pisco sour, por ejemplo, y que nosotros tratamos de seguir protegiendo desde el desierto y poniendo en valor junto al chef Rodolfo”, dice Patricia, en platos como la crema helada de rica-rica y alga kollof-bushi.
Ese es el trabajo de esta recolectora y paisajista que ha creado su marca, La Atacameña, con la que consigue mantener las tradiciones ancestrales de la zona, preservar esta fauna y flora únicas mientras cuida el desierto chileno y mantiene viva la esencia de su cocina nativa. Además, desde su base en Toconao, ofrece recorridos para conocer estas plantas, flores y hierbas locales. Tiene en su poder un semillero con 147 granos, permitiendo prolongar la vida de todas ellas. Y es que si algo es Patricia, además de paisajista y recolectora, es la auténtica guardiana del desierto de Atacama.
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