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La despensa ecológica gana terreno

La pandemia ha dejado una gran sensibilización sobre la necesidad de estar sano que ha impulsado la preferencia por productos sostenibles, más naturales y de cercanía

Extra Medio Ambiente 05/06/22
josh hodge (Getty Images)

Duermen las 25 vacas y nueve novillas de Marcos Rivas Negro, ganadero de Agolada (Pontevedra), como ninguna en el pueblo: lo hacen en colchonetas. “Claro, se cuida de su bienestar animal”, dice este pequeño empresario gallego, vía telefónica. Este productor de leche ha dado el salto al mundo ecológico. La tierra donde pastan los animales está libre de pesticidas y herbicidas aplicados con anterioridad. El ganado, por su parte, ahora lleva una dieta diferente. “Comen un pienso compuesto de granos de avena, guisante, maíz, cebada, soja y algo más…, todo ecológico”. Además, al animal no se lo maltrata. “Hay que tenerlo feliz”, comenta con orgullo, a pesar de que este viraje le ha hecho bajar el rendimiento de cada vacuno en casi un tercio. “No puedo esforzarlas”.

Las vacas de Rivas Negro ahora forman parte del selecto grupo de la producción alimentaria ecológica que no para de crecer en España. En 2020, el número de productores agrarios ecológicos (agrícolas, ganaderos y mixtos) llegó a los 44.493, un 6,33% más que en 2019, según los últimos datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. El 10% de la superficie agraria española ya es ecológica y supera los 2,4 millones de hectáreas. “El crecimiento de la producción ecológica responde a la demanda de un cierto número de consumidores que buscan unos alimentos que respetan sus ciclos naturales, con una gestión que cuida del medio ambiente, el desarrollo rural y el bienestar animal”, afirma Concha Fabeiro, presidenta de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE).

En 2021 (con datos hasta noviembre), el 55,2% de los hogares en el país había adquirido algún alimento ecológico (también identificado con etiqueta bío, orgánico o sostenible), según las cifras del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. “Lo más comprado son frutas, verduras, huevos y carnes…, en su mayoría productos frescos”, explica Marta Munné, consultora en Aecoc, la patronal del gran consumo. La pandemia ha jugado un papel relevante en la demanda de estos alimentos. “El consumidor se ha concienciado respecto al cuidado del medio ambiente y eso se ha reflejado en la demanda”, señala Álvaro Barrera, presidente de la Asociación Profesional Española de la Producción Ecológica (Ecovalia).

La impronta económica ha sido importante. La industria de la alimentación ecológica facturó 2,2 millones de euros en los primeros 11 meses de 2021, un 15,7% más que en el mismo periodo de 2020, según las cifras del Ministerio de Agricultura. Mientras, el gasto hecho por los consumidores españoles en alimentos y bebidas ecológicos llegó a más de 2.752 millones de euros en 2021, un 9% más que un año antes, de acuerdo con las estimaciones de Ecovalia. Para 2030 se espera que la cifra se multiplique por 2,7, hasta llegar a los 7.500 millones de euros.

La demanda ha traspasado ya el nicho de mercado para avanzar muy rápidamente hacia el mundo mainstream. De hecho, mientras el consumo de productos ecológicos en España ha crecido un 154% entre 2012 y 2020, el consumo total alimentario (flujo de materias primas y productos alimentarios procesados a través del sistema de comercialización) solamente ha repuntado un 3,6% en igual periodo, según las cifras oficiales. “El contraste entre ambos porcentajes permite valorar la intensidad del proceso de implantación del consumo de productos ecológicos”, explica el Ministerio de Agricultura. Pero, según Munné, los consumidores aún confunden diversos conceptos en el mercado. “Se mezcla lo ecológico con lo natural, lo artesanal o con aquellos de producción local”, afirma la experta de Aecoc.

El marketing asociado a los “pollos de corral”, “huevos de gallinas en libertad”, “productos kilómetro cero”, “de proximidad”, “frutas y verduras del huerto”, “crianza de nuestros mares”, “carne 100% pasto” ha inundado las estanterías de los comercios grandes y pequeños. En realidad, los únicos conceptos que pueden intercambiarse son aquellos con etiqueta eco (ecológico), bío (biológico), sostenible u orgánico. “No hay ninguna diferencia entre estos… Cada empresa puede usar el que mejor le represente”, agrega Fabeiro. Por ejemplo, a diferencia de la agricultura ecológica, aquella conocida como de “cercanía” no tiene una definición reglamentada. “No está definido, es un concepto mucho más etéreo que habla sobre la distancia entre donde ha sido producido el alimento y donde se consume”, destaca Diego Juste, jefe de prensa de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA). “Para nosotros, en España, no es difícil que los consumidores puedan comprar productos de cercanía porque somos una gran potencia ecológica que produce de todo en todas las zonas del país”, abundó.

Sin embargo, de acuerdo con los datos del Ministerio de Agricultura, actualmente, el 40% del consumo de los alimentos con etiqueta eco depende de las importaciones. En 2015, este porcentaje llegaba al 28,54%. La evolución que se ha tenido en las compras del extranjero contrasta con la posición que tiene el país en el mundo. España es el cuarto mayor exportador global de productos ecológicos, solo por detrás de Estados Unidos, Italia y Países Bajos, y la segunda nación con mayor tierra cultivada en la Unión Europea, tan solo por detrás de Francia, según datos de Eurosat. “Dentro del reglamento [de la Producción Ecológica y Etiquetado de los Productos Ecológicos de la UE] que se ha puesto en marcha este mismo año, ya se habla de que la agricultura ecológica debe atender hacia los canales cortos de comercialización”, dice la representante de SEAE. “Pero claro, la libertad del comprador es la libertad del comprador. Es decir, la producción ecológica debe tender hacia la comercialización cercana y de temporada, pero el comprador puede hacer lo que quiera donde quiera. Si su interés es por un producto de cercanía y no ecológico, pues lo comprará”, detalla.

Agricultura cero emisiones

Entonces, ¿cuán ecológico es un producto que ha tenido que viajar miles de kilómetros antes de llegar a su punto de destino final? La pregunta no es sencilla de responder. De acuerdo con los participantes de esta industria, para hacer esta comparativa hay que tomar en cuenta no solo la huella de carbono que deja el transporte, sino aquella que se desprende de toda la cadena de producción: desde la energía que se utiliza hasta el buen uso de los recursos hídricos. El olivar ecológico, por ejemplo, contribuye a mitigar la emisión de gases de efecto invernadero a través del secuestro de carbono en el suelo: la remoción del carbono de la atmósfera mediante la fotosíntesis de las plantas y su almacenamiento como forma de materia orgánica estable y de larga vida en el suelo. En términos de CO₂ significa que este cultivo (en su versión eco) puede ser neutro en carbono, según el estudio Producción ecológica mediterránea y cambio climático: estado del conocimiento.

El análisis —publicado en 2019 por la Cátedra de Producción Ecológica Clemente Mata de la Universidad de Córdoba, y editado por Ecovalia— explica que el elevado secuestro de carbono en el cultivo ecológico se produce gracias a la aplicación de cubiertas vegetales —mantener el suelo forrado por hierbas vivas durante el otoño e invierno—, restos de poda que no sean destruidos en el propio olivar por el fuego o la trituración, y la utilización de enmiendas orgánicas (abono orgánico). Pero no es el único cultivo que puede lograr beneficios para el medio ambiente. También los de cereales de invierno (como el trigo, la cebada, el centeno y la avena) reducen las emisiones contaminantes hasta en un 42%, frente a los campos del agro convencional. El análisis, que ha sido realizado basándose en 1.023 estudios, indica que la reducción de gases dañinos para el planeta se logra, de igual forma, por una menor emisión del óxido nitroso (N₂O), producido en los suelos a partir de los fertilizantes nitrogenados, y menores emisiones directas de metano (CH4), que se da en los suelos inundados y en la quema de residuos de cosecha.

Hoy, las emisiones de N₂O se han convertido en uno de los principales retos a atacar. Este gas es 300 veces más nocivo que el dióxido de carbono (CO₂), ya que puede permanecer en el aire más de un siglo, según un estudio publicado en 2020 por la revista Nature. Es en la agricultura y en la ganadería donde se emite la mayor parte de esta sustancia, y cada año llegan a la atmósfera 4,1 millones toneladas de óxido nitroso.

Pero la huella de carbono de nuestra alimentación no está ligada únicamente a estas emisiones, sino también a las que tienen lugar fuera de la finca: durante la producción de insumos como fertilizantes, pesticidas, agua de riego, combustibles o incluso el propio suelo, que en muchos lugares se obtiene previa deforestación, dice el análisis Emisiones de gases de efecto invernadero en el sistema agroalimentario y huella de carbono de la alimentación en España. También se producen durante su transformación en bien de consumo, y en la gestión de los residuos, arguye el análisis realizado por investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) con el apoyo de la Real Academia de Ingeniería, y publicado en 2020.

Las conclusiones de ese estudio muestran que la huella total de carbono de la alimentación en España, desde la producción de insumos a la gestión de residuos, se ha multiplicado por 4 en términos totales y por 2,5 en términos per capita entre 1960 y 2010. Para paliar este efecto, la única respuesta es seguir incrementando la agricultura y ganadería ecológicas, de acuerdo con el Plan de Acción de la UE sobre esta materia. “Debe ser un referente para la agricultura convencional”.

El reto de la proximidad

Uno de los grandes desafíos, según el Plan de Acción de la UE sobre esta materia, tiene que ver con las cadenas de suministro de productos ecológicos y la necesidad de reducir al máximo los kilómetros que recorren los alimentos. “Es una tarea que exige racionalizar la logística de los productos y las redes de insumos agrícolas”, afirma el documento. Lo que es un hecho es que los consumidores buscan cada vez más productos de proximidad. Un estudio realizado por la consultora de mercado Kantar afirma que el 74% de los consumidores españoles prefieren los alimentos locales antes que importados. En este sentido, el objetivo del Gobierno es que las importaciones de productos ecológicos copen una menor parte de la tarta hacia 2030; que lleguen a representar solo el 30% del consumo español.

Para ello se tendrá que dar un fuerte impulso al campo, que deberá incorporar entre 50.000 y 55.000 nuevos productores agrarios ecológicos en los próximos ocho años, hasta llegar a un total de más de 97.000 que satisfaga tanto la demanda interna como externa, según las estimaciones del propio Gobierno. El Plan de Acción de la Producción Ecológica de la UE establece que, para esa fecha, el 25% de la tierra cultivable tendrá que ser destinada a producción ecológica. “Se trata de una cifra realmente importante que abre significativas oportunidades para la incorporación de jóvenes y mujeres al medio rural y contribuir a la reducción del despoblamiento”, dice el ministerio.

Y no solo eso; el mercado demandará más establecimientos industriales ecológicos. En concreto, se necesitan entre 6.000 y 7.000 nuevos establecimientos, tanto en producción vegetal como animal, y especialmente en la fabricación de productos ecológicos elaborados y de alto valor añadido. “Hay dos factores decisivos para alcanzar ese 25%”, asegura Helena Cifre, coordinadora técnica del SEAE. Por un lado, enumera esta experta, se necesita un apoyo decidido de la Administración, con compromisos como, por ejemplo, el incremento de la compra pública verde (en hospitales o comedores escolares). Y, por otro, es fundamental incrementar los esfuerzos para concienciar a toda la sociedad sobre las contribuciones positivas de la producción ecológica y que ello tenga como resultado el aumento del consumo de estos productos. “La agricultura ecológica es un modo de vida que implica un respeto por el ecosistema, un vínculo con la agricultura familiar, el mundo rural, ligado a una economía circular, que no malgasta los recursos, como el agua, o los explota, como al suelo”, concluye.

La barrera del precio

Consumir bío no es barato. De acuerdo con un análisis realizado el año pasado por la OCU, estos productos llegan a costar hasta tres veces más que sus equivalentes de marca blanca. “El precio es una de las principales barreras para adquirir estos productos”, afirma Marta Munné, de Aecoc. La agricultura ecológica es más costosa, ya que los agricultores ecológicos trabajan con métodos más extensivos y utilizan procesos y sustancias naturales (prescindiendo, por tanto, de los sintéticos), lo que merma los rendimientos, explican desde la Comisión Europea. Dicho esto, los agricultores ecológicos suelen percibir ingresos más elevados, dado que los productos ecológicos se venden a precios más altos que los convencionales, y los consumidores valoran la contribución de la agricultura ecológica al medio ambiente. En Europa, los consumidores gastan, de media, unos 56 euros en alimentos ecológicos por persona al año, según los datos del Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica (FiBL). Los daneses y suizos son los que más desembolsan: 344 euros y 338 euros per capita, respectivamente. En España, el gasto por persona asciende a 53,41 euros al año. 

 

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