El valor de estar ‘atrapados’ en el 5G
España, con un sistema de comunicaciones bastante avanzado, necesita consolidar su soberanía estratégica para dar el salto al 6G


En la teoría general de la relatividad de Albert Einstein (1879-1955) el tiempo es una flecha: se mueve del pasado hacia el futuro. En el complejo mundo de la interconectividad esa flecha cuenta sus propios minutos, días, semanas. La idea es recurrente, en infinidad de titulares de prensa y agendas políticas: estamos cerca de saltar del 5G al 6G, pero todavía tardará años. Las pruebas piloto podrían llegar en 2030. Difícil pedir calma en un mundo donde los países compiten por ser los primeros en todas las tecnologías de vanguardia. “En Europa, Japón, Corea del Sur y Estados Unidos ya financian proyectos de laboratorio que incluyen desde superficies inteligentes, las cuales trabajan como antenas, hasta arquitecturas de red basadas en computación cuántica e inteligencia artificial”, describe el profesor en IE Business School Enrique Dans. La Agenda España Digital 2026 fija para este año que la totalidad del espacio radioeléctrico esté preparado para el 5G y toda la población disponga de cobertura de 100 Mbps.
La ambición es enorme. Al igual que la relatividad, el tiempo no transcurre de idéntica manera para todos los observadores. En 2024 —conforme a la consultora McKinsey— el capital-inversión destinó 37.500 millones de euros al desarrollo de la conectividad. Desde el 5G avanzado al 6G. “Esta última tecnología se basa en la estandarización e introducirá nuevas capacidades; por ejemplo, crear modelos 3D en tiempo real. Esto ofrecerá a las telecos novedosas posibilidades de ganar dinero, en vez de solo transportar información, pues con la detección se convierten en productores de datos”, auguran desde la consultora. Sin embargo, esto aún queda lejos y ningún operador ha anunciado planes para su despliegue. “El mercado no le ha puesto precio y los analistas e inversores están enfocados en cómo se monetizan antes las enormes inversiones en redes de fibra y de 5G”, sintetiza Roberto Scholtes, responsable de Estrategia de Singular Bank. Aún faltan cinco o seis años de desarrollo intensivo, según Enrique Dans. Se trabaja sobre lo conocido. El puerto de Barcelona y MasOrange ha creado una red privada de 5G para mejorar las operaciones portuarias. Enlazar 400 cámaras de circuito cerrado de televisión que vigilan los movimientos de la infraestructura marítima.
Bastante más cercana figura la explotación plena del 5G. Porque el 6G sigue la tradición de ciclos tecnológicos de una década: 2G (1991), 3G (2001), 4G (2009) y 5G (2018). A diferencia de las generaciones previas, no se trata solo de más velocidad o menor latencia (tiempo de respuesta), sino de convertir las redes en plataformas multicapa, capaces de habilitar nuevas tecnologías: inteligencia artificial (IA), gemelos digitales, internet de los sentidos o energía inalámbrica. Será una infraestructura crítica para la IA, internet de las cosas (IoT) masivo o la sostenibilidad. “Estas tecnologías son una oportunidad de Estado. Es un camino para reindustrializar el país, dar soporte a las infraestructuras críticas, distribuir la energía, mejorar los sistemas de producción, transporte; y generar riqueza”, indica Xavier Busquets, profesor del Departamento de Operaciones, Innovación y Gestión Tecnológica de Esade. “Todo esto resultaría un sueño sin redes de telecomunicaciones avanzada”. Los políticos deberán hallar una forma de que esta tecnología llegue a los ciudadanos de una forma asequible.
Aunque es un tema escarpado para quienes no viven día a día estos universos. “Una de las ventajas del 6G es la menor latencia [pensemos en los vehículos autónomos], que da paso al desarrollo de nuevos dispositivos y aplicaciones que dependen de retrasos mínimos”, argumenta Steve Freedman, director de sostenibilidad de Pictet AM.
Lo que sabemos, sin duda, es que las inversiones en redes son enormes. Hasta ahora, por simplificar, se utilizaban grandes antenas separadas para dar servicio. Y muchas compañías aún no han amortizado este despliegue 5G cuando, de súbito, el 6G pide paso. Exige, digamos, antenas más pequeñas y con menor distancia. Suena caro. Una opción es Open RAN. Escribimos de una arquitectura de redes “abiertas” de fibra y 6G que opera sin depender de un solo proveedor. Llámese Ericsson, Nokia, Huawei. Al diversificar esos proveedores la instalación debería ser más barata y rápida. Aunque necesita de un software y un hardware estándar, y ahí surge la dificultad. “Esta arquitectura ha demostrado un gran rendimiento. Pero quedan retos importantes por resolver, sobre todo, en desafíos de ciberseguridad”, concreta Álvaro Urain, profesor en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Navarra.
Desde luego, genera frustración escribir un artículo en condicional. “Si sucediera esto, entonces debería ocurrir lo otro”. Pero es una tecnología esencial y captura tres palabras en sus redes: “soberanía tecnológica europea”. En juego, la resiliencia de un continente frente a la dependencia de actores externos.
Y aquí entran en órbita proyectos como Iris2. El competidor de Starlink y SpaceX. La idea sería desplegar en la bóveda celeste una constelación de 300 satélites de órbita baja que ofrezca conectividad segura e independiente gestionada por la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). “La iniciativa llega tarde y con menos músculo financiero que sus competidores privados”, lamenta Enrique Dans, “pero puede jugar la carta de la regulación, la integración con infraestructuras terrestres y, especialmente, la garantía de control en comunicaciones críticas”. Ahí arriba, la competencia con China, Rusia, India o EE UU parece dura.
‘Hiperescaladores’
Y aquí surge Gaia-X, la respuesta de la soberanía europea a los hiperescaladores —Amazon Web Services (AWS), Microsoft Azure y Google Cloud— estadounidenses y chinos. El intento de crear una estructura federada que termine con el oligopolio de las grandes tecnológicas americanas y asiáticas. Europa necesita gestionar datos industriales sin recurrir a terceros. Los ingresos gubernamentales del operador francés de satélites Eutelsat, conforme a Goldman Sachs, ya supone el 20% de sus ingresos (1.239 millones de euros totales este año). Y es uno de los grandes proveedores de conectividad de Ucrania, con un 41% de crecimiento de las ventas. El Viejo Continente impulsa Iris2. “Un programa público de la UE con prioridad estratégica cuya misión principal es proporcionar una constelación soberana para los Estados europeos”, detalla Álvaro Urain. “De hecho, facilita comunicaciones gubernamentales encriptadas y servicios de seguridad y defensa”. Incluso en caso de desastres naturales.
“Pero como todas las iniciativas europeas requieren de un consenso y un objetivo común más allá de los países, no parece que tenga un futuro muy exitoso”, zanja Juan Morlanes, socio de Business Consulting en Telecomunicaciones de EY. Dominar la bóveda celeste queda a años luz.
Grandes ‘telecos’ acaparan el pastel
Pensemos en el futuro: el 6G. Todavía estamos lejos. La industria soporta una presión superior a la de una enana blanca. Solo en los primeros cuatro años de 5G, calcula McKinsey, los operadores invirtieron 162.000 millones de dólares (unos 139.000 millones de euros) en el espectro, sin lograr ingresos proporcionales. “Las grandes tecnológicas [y plataformas tipo Netflix] capturan los beneficios y las telecos deben luchar para ser rentables”, avisa la consultora.
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