El duelo por las vidas no vividas: por qué nos pesa la nostalgia del “¿qué hubiera pasado si...?”
La tendencia a imaginar pasados alternativos que habrían existido de haber tomado una decisión distinta provoca que algunas personas se planteen constantemente en el presente cómo pudo haber cambiado su destino


Cuando la profesora de Educación Infantil Alba Luna Ros ya se había asentado en Irlanda, donde trabajaba desde hacía un año tras acabar la carrera, sufrió unas dolorosas pérdidas en su familia en España. Consideró que para sanar la herida emocional debía volver a su país. “Fui consciente de que no había ido a España de vacaciones cuando terminó todo. Me costaba mucho volver a una rutina y, comparada con la que tenía allí, aquí [en España] no lograba encontrar trabajo de lo mío. Esos eran los momentos que más me pesaban”, asegura. Pero, ¿qué habría sido de su vida si hubiera permanecido en Irlanda? Como ella, muchas personas se enfrentan a decisiones cruciales que, al final, les han llevado por un camino determinado. Sin embargo, a lo largo del tiempo, es común que se pregunten o se imaginen cómo habría sido su destino si, en lugar de vivir lo que vivieron, hubieran seguido otro sendero.
“Cuando tenemos que tomar una decisión, realmente lo que hacemos es responsabilizarnos sobre lo que estamos llevando a cabo. Como seres libres, somos encargados de elegir qué tipo de persona vamos a ser. Una vez hemos elegido, pensar que la situación en la que estamos será una responsabilidad que debemos asumir supone un paso existencial bastante grande”, argumenta Álvaro Rodríguez, doctorando en Filosofía por la Universidad de Sheffield. Para él, la forma más fácil de pensar en si realmente lo hemos hecho bien es mirar hacia atrás. Es decir, dirigir la mirada hacia el momento en el que las personas deciden emprender un camino, y pensar en el contrafáctico. En filosofía, este término consiste en “hablar de un escenario posible en el cual mantenemos constantes casi todos los aspectos que son relevantes en nuestro entorno, pero cambiamos uno o varios aspectos para imaginar cómo habría cambiado todo”.
Ros vivía en una incertidumbre casi constante en los meses posteriores de su regreso a España. “Estaba todo el rato pensando en lo feliz que era allí, lo a gusto que estaba, el trabajo que tenía, las amistades que había dejado… La elección que tomé sí que me influyó en mi día a día. Me preguntaba: ‘Y, esta decisión, ¿por qué la he tomado?’. En ese momento, estaba muy anclada en el pasado y en cómo era mi vida en Irlanda”, cuenta. Comparar escenarios distintos que sí han sucedido y los que no es un proceso mental natural. “El problema quizá viene cuando idealizamos en exceso las decisiones que no tomamos y demonizamos el escenario que sí que hemos vivido. Lo que aparece entonces son sentimientos de culpa y arrepentimiento. En muchas situaciones tiene una función útil, que es descubrir aquello que podemos mejorar y que nos previene de tomar decisiones equivocadas en el futuro”, explica José María Piñeiro, especialista del centro Introspectia Psicología.
El caso explicado por la experta le ocurrió a Santiago, que prefiere no dar su apellido. Hace casi cuatro años decidió mudarse a Madrid en busca de oportunidades laborales y dejar atrás su vida en Alicante. Sin embargo, después de trabajar precariamente durante varios meses en distintos sitios, solo había perdido dinero y la relación con sus amigos de toda la vida se había deteriorado. “Fue una decisión que tomé de manera precipitada y sin reflexionarlo detenidamente. Me ha llevado a ser muy inseguro porque ya no confío del todo en mi criterio y necesito apoyarme en lo que me aconsejan otras personas. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiese pensado mejor? No lo sé, la verdad. Pero eso no se puede cambiar. En tal caso, solo puedo evitar que me ocurra algo parecido de nuevo”, lamenta.

La necesidad humana de desahogarse con otras personas por la elección tomada o pendiente de tomar es algo sobre lo que también reflexiona Ros. “Tras haberme vuelto de Irlanda, solía hablar de mis preocupaciones con otros. También llegaba un punto en el que, como lo pensaba tan de seguido, era algo más bien íntimo y me quedaba con el runrún en la cabeza de: ‘¿Qué habría pasado de no volverme? Si no hubiese vuelto, ¿cómo estaría?”, se preguntaba la joven.
Pensar repetidamente en algo se conoce en psicología como rumiación. “Consiste en la repetición constante de esos pensamientos, generalmente acompañados de angustia, porque esa rumiación no es deseada”, explica Piñeiro. En lugar de replantearse una y otra vez la misma idea y resultado, se tiende a desarrollar mucha más información. “De repente, aparecen un millón de preguntas, y todo el rato intento responderlas en mi cabeza”, resume el psicólogo. Los pensamientos rumiantes, en muchas ocasiones, son más bien un síntoma en vez de la causa de un problema: “Lo que se suele recomendar en psicología es que tratar de detener o eliminar este tipo de pensamientos no suele ser una estrategia efectiva. Lo que debe hacerse, más bien, es tratar de localizar cuál es la raíz del problema que lo está causando”. A veces estas reflexiones repetitivas funcionan como una estrategia de evitación. “Es algo que nos aleja de tener que tomar decisiones en el presente, que nos lleven hacia donde sí queremos estar”, subraya el experto.
Cuando la toma de decisión por el miedo a las consecuencias que puede haber de una u otra manera se vuelve algo difícil, el individuo sufre lo que en psicología se conoce coloquialmente como parálisis por análisis. También existe un concepto similar en filosofía que es la angustia de la libertad, según la corriente existencialista. “Va a ser inevitable el mirar al pasado hasta cierto punto, porque es la forma que tenemos de preguntarnos si vamos por el buen camino. Es nuestra manera de comparar lo que hemos hecho y lo que podríamos haber hecho. La frase: ‘¡Qué difícil es esto! No puedo hacer otra cosa que tomar la mejor decisión posible’, desemboca en no hacer nada, porque epistémicamente no tenemos acceso a todas las consideraciones relevantes. Estamos condenados a la elección”, explica el experto en filosofía, Rodríguez. Para el existencialismo, el intentar delegar las responsabilidades significa ser inauténtico: “Por ejemplo, decir: ‘Esto es demasiado difícil. No puedo hacer nada. Mejor me quedo quieto o le pregunto a otra persona que me diga qué hago”.

Pero estas decisiones no siempre vienen tomadas por uno mismo, sino que pueden ser otros factores los que influyan en la vida. Es el caso de Juan Manuel Jiménez. Su padre sobrevivió a un trágico accidente ocurrido en 1959 en unas minas de carbón en Utrillas, un pueblo de Teruel, por no acudir ese día a su puesto de trabajo. A finales de agosto, una explosión de dinamita se saldó con 13 mineros fallecidos y otros siete resultaron gravemente heridos. “Mi padre, que aquel día tenía que haber estado en ese turno, por motivos de enfermedad no pudo ir a trabajar. Se libró de tan triste final, aunque le marcó para siempre. Años más tarde nací yo y muchas veces pienso que, gracias a esa enfermedad y esa ausencia, yo estoy hoy aquí. Cuando se jubiló decidió que nos mudábamos todos a Zaragoza para darme así un futuro mejor, lejos de aquel panorama de carbón”, recuerda Jiménez. Aunque no fue él quien decidió, sí que es una situación que siempre ha rondado por su cabeza. “Si no hubiese ocurrido eso, probablemente habríamos continuado viviendo en el pueblo y ahora no tendría la vida de la que disfruto. Me planteo muchas veces cómo habría cambiado todo para mí, que en el momento del accidente ni había nacido”, añade.
Tal y como señala la filósofa estadounidense Christine Korsgaard, cuando nosotros decidimos, no solo significa que estemos dejando pasar una oportunidad u otra, sino que estamos firmando un compromiso con el futuro. En el caso de Ros, afirma que ha aceptado la vida que tiene porque volvió a Irlanda y cerró por ella misma esa etapa: “Estuve alrededor de un año con ese runrún de qué hubiera pasado de no suceder estas circunstancias. Me dije: ‘Es que necesito volver y estar allí, y regresar a España cuando yo lo sienta y lo decida. Si no hubiera vuelto, seguiría todavía comiéndome la cabeza”. Por su parte, Santiago también afirma que, pasado un tiempo, ve ese error con otra perspectiva, más por los años que han transcurrido desde entonces que por haber elegido cerrar la etapa por sí mismo.
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