Amores de verano: cómo disfrutarlos sin tragedias
Las vacaciones pueden sorprendernos con relaciones fugaces e intensas con fecha de caducidad. Hay que saber manejarlas para quedarse con lo bueno y evitar sufrir más de lo necesario
La fantasía erótica del verano, por excelencia, es la de vivir un amor, una aventura, un affaire que termine con el calor, el fin de las vacaciones y la vuelta a la rutina y al domicilio habitual. Una fantasía bastante fácil de realizar; a diferencia de la mayor parte de las ensoñaciones sexuales, que casi nunca se materializan a gusto del consumidor.
Es difícil llegar a una cierta trayectoria vital y no registrar uno de estos episodios que han inmortalizado el cine, la literatura y hasta la música. El viaje o el destino exótico que, sin pedirlo, regala un cuerpo al que amar. Tema de películas como Locuras de verano (1955) o Antes del amanecer (1995). O, por el contrario, el trabajo o la falta de dinero que impiden irse de vacaciones y nos retienen en la gran urbe que, misericordiosa, nos consuela con un idilio, como hace Manhattan en La tentación vive arriba (1955) o Madrid en La virgen de agosto (2019).
Los viajes no hacen más que acentuar este hedonismo. Cambiar totalmente de hábitat, estar en un lugar donde nadie nos conoce ni, seguramente, nos volverán a ver, da una sensación de libertad, de desapego. Lo que pase en Cuba, México, Ámsterdam o Roma se quedará en esos lugares; pero tampoco somos los mismos en escenarios nuevos. La mayoría sufre una pequeña metamorfosis que le permite explorar otras facetas de su personalidad; seguramente más atrevidas y aventureras.
“Lo mejor de los amores o escarceos de verano está en que, a nivel sexual, nos liberamos mucho”, cuenta Gloria Arancibia Clavel, psicóloga y sexóloga con consulta en Madrid. “No hay perspectivas de buscar pareja estable, ni de compromiso, ni siquiera hace falta que el otro/a nos guste demasiado ni cumpla todas nuestras expectativas. Es un buen ejercicio de desinhibición, muy beneficioso para la actividad sexual y para el deseo. Siempre digo en consulta que estaría bien fijarse y analizar las circunstancias que han propiciado esa actitud, para luego intentar imitarlas, cuando volvamos a la vida ordinaria, a las responsabilidades, a las exigencias y estándares que mantenemos el resto del año”.
Como en una representación del yin y el yang, lo bueno de las aventuras de verano ―la intensidad― no podría existir sin lo malo —la fecha de caducidad—. “Los affaires veraniegos tienen la ventaja de que, al ser limitados en el tiempo, solo se vive la fase inicial, la del enamoramiento, donde todo es bonito, espontáneo, pasional, como ocurre al comienzo de una relación”, señala Raúl González Castellanos, sexólogo, psicopedagogo y terapeuta de pareja del gabinete de apoyo terapéutico A la Par, en Madrid. “No hay tiempo para pasar a la otra fase, porque la mayor parte de las vacaciones de la gente se reducen a dos o tres semanas. Con suerte un mes. De hecho, hay quien se engancha a este modelo y busca siempre un ligue de verano; lo que denota una inmadurez, un cierto síndrome de Peter Pan y un miedo al compromiso”, explica este sexólogo.
Por culpa de la tecnología, ya no son lo que eran
Pero la tecnología ha acabado con estas estrellas fugaces; que, en el peor de los casos, pueden pasar a convertirse en los eternos “casi algo”. “Los amores de verano ya no son lo que eran, porque las redes sociales e internet nos mantienen en contacto con el otro, aunque esté en las antípodas”, subraya González Castellanos. “En muchos casos, esa historia que debía acabar, aunque fuera con cierta tristeza, se prolonga y, en vez de ser un buen recuerdo, se transforma en una relación a distancia, que irá perdiendo fuerza y brillo. Aunque también existe la posibilidad de que se consolide, y acabe en relación estable o en un fijo discontinuo. Por ejemplo, verse los veranos en el pueblo, y el resto del año cada uno a su aire”.
Clara (Palma de Mallorca, 39 años) reconoce que perdió mucho tiempo con un affaire que conoció en Londres, durante un mes en el que vivió en la capital británica haciendo un curso de formación. “Cuando recuerdo mi relación con cierta perspectiva, pienso que hubiera sido menos dolorosa si hubiéramos roto al marcharme de Inglaterra. Así sería un buen recuerdo, pero estábamos muy enganchados y no queríamos perder esa pasión. La idea de vivir juntos aquí o allá era imposible, porque ninguno de los dos quería renunciar a su vida laboral. Así que empezaron los viajes, las videollamadas, las ansias de verse de nuevo y luego los celos, la incertidumbre, la sensación de pérdida de tiempo y de estar en un camino que no iba a ninguna parte”, recuerda Clara.
La idea de revivir la pasión una vez al año, por vacaciones, argumento de la genial película de Billy Wilder ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (1972), aunque tentadora, no es apta para todos los públicos. Tampoco lo fue para Clara, que vivió la ruptura como una liberación. “El entusiasmo inicial ya había cedido. Más bien era una sucesión de problemas y discusiones con pocos momentos buenos. Y estar en esa relación a distancia me impedía conocer a otra persona”, confiesa esta mallorquina.
El arte de quedarse con lo bueno
Aunque en temas de corazón y emociones no siempre sea fácil seguir unas normas, tener un amor de vacaciones no tiene que ser equivalente a sufrir una locura transitoria. Se puede disfrutar y, al mismo tiempo, mantener los pies en la tierra, sobre todo si ya se tiene cierta experiencia. “Sobre todo hay que vivirlos y saborearlos”, aconseja González Castellanos, “darse permiso para dejarse llevar, para ser otro. Vernos a nosotros mismos desde esa perspectiva diferente, como seres felices, despreocupados, exprimiendo la vida; aunque solo sea durante unas cuantas semanas al año, porque esto es un buen ejercicio”. Y añade: “Al mismo tiempo, hay que ser sincero, con uno mismo y con el otro/a. No crear falsas expectativas. No vamos a disfrutar más disfrazando la realidad. Más bien lo contrario”.
En palabras de Gloria Arancibia, “tenemos que aprender a quedarnos con lo bueno y minimizar lo malo. Los encuentros de verano aportan mucha frescura, alegría de vivir, aprendizaje sexual y emocional, mejoran nuestra autoestima y engrosan el depósito de recuerdos felices, que nos ayudarán mucho en las épocas difíciles o en la vejez, porque constatarán que hemos vivido y hemos experimentado la alegría y hasta la felicidad. Pero los amores de verano tienen también su lado triste, la despedida, la brevedad, la imposibilidad de verse de nuevo. Aunque algunos pueden ser la antesala de una relación estable, hay que darles tiempo y ver cómo evolucionan las cosas. No es bueno tomar decisiones precipitadas en momentos de vacaciones, cuando todo nos parece idílico. Es como cuando estás en una isla remota y te planteas quedarte a vivir todo el año, ¿realmente crees que es posible? ¿Puedes llevarte tu trabajo allí o buscarte otro? ¿Aguantarías el invierno en un lugar casi desierto? Pues lo mismo ocurre con las relaciones”.
En los aeropuertos se ven despedidas propias de la mejor de las tragedias. Llantos, besos, promesas de llamadas y mensajes. La factura de ese vértigo, pequeño, pero intenso, es algunas semanas de nostalgia, tristeza, visionado constante de las imágenes de los días felices y disgusto por todo lo que nos rodea. Lo bueno es que, a diferencia de los traumas o problemas familiares, que los llevamos de por vida en caso de no solucionarlos, los sinsabores del amor se curan rápido.
“De los deseos hacemos necesidad, y la necesidad se convierte en autoexigencia”, explica Arancibia. “Actualmente, hay muy poca tolerancia hacia el fracaso, la frustración, la tristeza; pero la vida no es un camino de rosas, hay también momentos de pena, en los que, generalmente, se aprende mucho y forjamos herramientas para el futuro. Podemos querer ir al Caribe de vacaciones, pero, si no podemos afrontarlo económicamente, no pasa nada. Ya iremos en otra ocasión”.
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