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Las flores que inspiran a Antonio López: “Pintar una vida breve es emocionante y hay que afrontarlo con valor”

El artista reflexiona sobre el poder de la flora como desafío artístico, técnico y sentimental. “Las flores me han enseñado a congraciarme con la fugacidad de la vida. Me siento atraído tanto por la belleza de su plenitud como por su desenlace decrépito”

Rosas rojas
Obra 'Rosas rojas', de Antonio López de 2007. Óleo sobre papel conqueror verjurado.© Antonio López, VEGAP, Madrid, 2024

La primera flor que pintó Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 88 años) fue un alhelí. El artista ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando cuando tenía 14 años. “Durante mi estancia en Madrid recuerdo fijarme en un arriate con plantas, sobre todo rosales, que llamaban mucho mi atención. También por aquella época vi un óleo de Van Gogh de una rama de almendro en flor metida en un vaso de agua [Rama de almendro en flor en un vaso, 1888] que me impresionó mucho por su minuciosidad y colorido”, recuerda. “Uno de aquellos veranos, durante las vacaciones de la Escuela, volví a Tomelloso y vi una mata de alhelí florecido que me cautivó”, cuenta el pintor. Era 1953. “Aquella fue la primera flor que pinté”.

Así que el interés de Antonio López por las flores en relación con la pintura fue muy temprano. Junto a retratos de personas de su entorno, interiores, vistas urbanas y paisajes —captados siempre del natural—, la botánica fue uno de los temas recurrentes de su obra durante su etapa inicial, una fase experimental en la que exploró los lenguajes del cubismo y el surrealismo. Continuó siendo un tema esencial a partir de la década de los sesenta, momento en que el pintor y escultor inicia su camino de no retorno hacia el realismo estricto con las panorámicas de Madrid como gran distintivo de su obra. Pero aún hoy las flores son uno de los principales motivos de inspiración de su pincel.

“Muchas flores hoy no huelen”, lamenta Antonio López. “Pero a mí siempre me ha impresionado mucho el perfume de las flores. Las flores antes siempre olían”, recuerda. “Todo olía: olía la mierda, olía el sudor… Una flor sin aroma es menos de la mitad de lo que es. Es como si la vieras en blanco y negro”, lamenta. Esta es una de las reflexiones de su relación con las flores que el artista fue desgranado en el encuentro Creadores de Rosas, celebrado en el Jardín Botánico de Madrid. Una reunión en torno a la botánica, el arte, la ciencia y la belleza organizada en mayo por Chanel, firma que desde hace cuatro años colabora con el Real Jardín aportando nuevos ejemplares a la colección de rosas de la Rosaleda.

El pintor Antonio López en la Feria IFEMA de Madrid, el 23 de febrero de 2023.
El pintor Antonio López en la Feria IFEMA de Madrid, el 23 de febrero de 2023. Jesús Hellín (Europa Press/ Getty Images)

Geranios, claveles y hierbaluisa en Tomelloso

Hasta 1960, etapa de juventud en la que residió de forma intermitente entre Tomelloso y Madrid, López pintó todas aquellas especies familiares y cercanas que poblaban los escenarios de su entorno vital. Claveles, alhelíes, rosas, lirios… Se entregaba a la naturaleza cambiante de brotes, hojas, pétalos y capullos para captarlos con cada sutil variación de la atmósfera, el viento y la luz. Desde las violetas de los meses más fríos del invierno hasta las adelfas, “las últimas flores del verano en Tomelloso”, recuerda el pintor. Y geranios, sobre todo geranios: “Allí en mi pueblo los geranios estaban siempre presentes. Yo los observaba durante todo el año: cómo surgía el capullo, cómo iba creciendo, cómo brotaban las flores, que siempre eran rojas… Y luego desaparecían”.

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'Lirios y rosa', 1977-80, óleo sobre tabla.© Antonio López, VEGAP, Madrid, 2024

“Siempre me han inspirado las flores y plantas con las que tengo relación de familiaridad. Nunca podría pintar una orquídea porque no tengo conexión sentimental ni emocional con ella. Pero sí con la hierbabuena, el sándalo, la hierbaluisa…”, enumera. “En aquellos tiempos [los años cincuenta y sesenta], la naturaleza tenía un profundo significado sanador. La vida entonces era dura, sin muchas comodidades, y la flor era una compañía maravillosa para las personas”, cuenta con aprecio.

El desafío de lo caduco

López, el artista que ha sabido captar de forma más exhaustiva, precisa y documental los interiores, las vistas desde las ventanas de su estudio o los paisajes urbanos de Madrid, se aproxima a la temática botánica con la misma mirada analítica con que se enfrenta a sus estudios de la luz y el cielo. Igual que el 29 de septiembre de 1990 comenzó a pintar el membrillero del jardín de su casa tratando de captar el sol tibio y diáfano del otoño y su interacción con el árbol, pintar rosas, claveles o alhelíes supone un ejercicio artístico, técnico y emocional no solo de lucha contra el tiempo, sino también de avenencia consigo mismo y de aceptación.

“Cuando pinto flores trabajo con mucha tensión, porque sé que voy a tener poco tiempo”, confiesa. “Estoy acostumbrado a que las formas y motivos que pinto vayan a permanecer idénticos durante dos o tres años, o incluso más, sin ninguna variación ni alteraciones de ningún tipo. Por eso pintar una vida breve es emocionante y hay que afrontarlo con valor. Y si no sale, pues no pasa nada”, relativiza. El mayor desafío de un pintor ante una flor es que “el procedimiento de la pintura tiene que encajar con la brevedad de la existencia de ese ser vivo. En el Renacimiento se pintaron mal las flores; Durero las pintó mal. Creo que hasta que llegó Velázquez no se pintaron bien las flores”, sentencia.

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'Rosas', 2020-2021, óleo sobre lienzo.© Antonio López, VEGAP, Madrid, 2024

Respetuoso con los ciclos de la vida, acepta humildemente la brevedad de la lozanía de lo vegetal. “A mis años siento placer en representar la flor en su decadencia y en su destrucción. He llegado a eso gracias a la edad. Me siento atraído tanto por la belleza de su plenitud como por su desenlace decrépito”.

Las flores de Mari

Presente en cada recuerdo, su esposa María Moreno, integrante junto a López del grupo de Realistas de Madrid, contribuyó sin planearlo a una suerte de experimento pictórico en torno a la brevedad de la vida que el artista ha replicado a lo largo de los años de forma perspicaz y obsesiva. Un experimento que empezó con un ramo de rosas. “Hace unos años participé en Ávila en un taller con un grupo de pintores. El día de la clausura me acompañó Mari; le regalaron un ramo de rosas blancas. El taller se repitió durante varios años y en la clausura Mari siempre recibía su ramo: una docena de rosas blancas, bastante cerradas, que nos traíamos a Madrid en el coche. Al llegar a casa, me metía en mi estudio y hacía todo el seguimiento de la decadencia de las flores. Después del viaje, y con el calor, las rosas duraban muy poco, enseguida comenzaban a marchitarse. Las pintaba tantas veces como podía a lo largo de tres días, de forma incansable. La decadencia de una flor es casi más dramática que la del ser humano. Es terrible. El agua se pone negra, se corrompe hasta que desaparece…”.

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'La rosa', 1980, óleo sobre lienzo.© Antonio López, VEGAP, Madrid, 2024

López ha replicado el esquema de las Rosas de Ávila —las flores de Mari— en obras posteriores. “Un mes de diciembre compré un ramo de unas rosas que llamaban nenas. No tenían perfume. Su color era de un rosa obsceno, parecía carne de culo. Cuando llegué a casa quité la calefacción. Aguantaron durante días sin marchitarse. Pinté tres cuadros con las nenas frescas. Para el cuarto ya se habían secado”, dice. “Las flores me han enseñado a congraciarme con la representación de una vida que dura poco. Me he quedado muy tranquilo, he llegado hasta donde he podido”.

Antes de despedirse, López recomienda ir al Museo del Prado a ver una de las pocas naturalezas muertas de Francisco de Zurbarán, que se expone hasta el 30 de junio dentro del programa La obra invitada que organiza anualmente la pinacoteca. Es un óleo titulado Bodegón con cidras, naranjas y rosa. “Hay fruta, una taza con agua y una flor”, describe Antonio López. “Ahí está todo. Está la vida”. La vida en un instante.

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