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¿Cuándo hay que cambiarle la tierra a las orquídeas? Trucos para cuidar el prodigio tropical de las mil y una formas y colores

Esta planta es la más abundante del planeta y su flor embauca a los polinizadores con formas, colores y texturas de fantasía. Mantenerla es tan sencillo como crear un efecto lluvia sin encharcarla y dejar que sus raíces se emancipen del tiesto

Orchid
Este híbrido de dos especies de orquídea del género 'Phalaenopsis' da como resultado flores lavanda y crema que recuerdan a un caramelo.Reimar Gaertner (Getty Images)

La orquídea es una planta fascinante. Esta multirracial familia botánica comprende 24.000 especies diferentes y suma y sigue, porque cada año se catalogan cientos de variedades nuevas. La delicadeza de sus flores ―órgano distintivo de un sofisticado sistema de fecundación― cautivó en el siglo XIX a Charles Darwin. Para enunciar sus teorías evolutivas, el padre de la biología moderna estudió las peculiares estrategias de la orquídea basadas en el trampantojo: pétalos que parecen insectos hembra, flores del color del cielo con la textura del néctar o peludas como el cuerpo de una abeja, cavidades que se confunden con nidos y aromas que destilan feromonas son algunas de las maniobras que esta seductora planta ha desarrollado para confundir y embaucar a los polinizadores y perpetuar su existencia.

Domesticada para el arte floral, este prodigio tropical se ve en ramos de novia, en vestíbulos de hoteles y en tocados de fiesta a lo Dita Von Teese, Diana de Gales o Dorothy Lamour. También es un regalo recurrente ―hoy transmite un delicioso encanto demodé― cuando se quiere obsequiar con una planta vistosa a ese amigo que estrena casa o despacho. De abrumadora profusión, complejidad y riqueza ―una de cada cuatro plantas con flor del reino vegetal es una orquídea―, esta gran familia se reduce a apenas media docena de géneros cuando hablamos de cultivo doméstico: Dendrobium, Cattleya, Miltonia, Cymbidium, Cypripedium, Cambria… “Y, por encima de todos, Phalaenopsis”, asegura Jesús S. Viñambres, de la floristería madrileña Lufesa y graduado en Paisajismo con un trabajo de fin de máster dedicado a las orquídeas. “A nivel comercial, el género Phalaenopsis es el rey”, comenta de la llamada orquídea mariposa, que comprende 80 especies diferentes.

La naturaleza trepadora de esta planta en estado silvestre responde a la pregunta de cada cuánto hay que cambiarle el sustrato a las que cultivamos en casa. “Jamás”, sentencia Viñambres. Aunque hay especies con sistemas radiculares que brotan de la tierra, la mayoría de las orquídeas son epifitas, es decir, que crecen sobre la corteza de los árboles, usándolos como soporte. “En su estado natural viven sin sustrato”, explica el paisajista. “La raíz es un órgano que les sirve para agarrarse, no para nutrirse. Su alimento no está en el suelo”. La imagen que todos tenemos en mente de una orquídea con las varas erguidas es antinatural. “En sus hábitats nativos las varas cuelgan, lo que complica transportarlas y tenerlas como ornamento. La postura innata de la orquídea nos viene mal en las casas occidentales”, bromea el florista. Por eso, en los viveros se las acomoda en macetas con las raíces enterradas en una mezcla de picada de pino y musgo y se entutoran las varas para que podamos disfrutar de sus flores boca arriba, cual clavellina o geranio. Es precisamente por su naturaleza trepadora, por lo que desarrollan raíces aéreas que crecen hacia afuera, emancipándose del tiesto: “Las raíces tratan de agarrarse a la maceta, por eso se salen. No hay que hacer nada, es normal”.

Orquídeas en el Orquidiario de Soroa, en Cuba.
Orquídeas en el Orquidiario de Soroa, en Cuba.DEA / V. GIANNELLA (Getty Images)

La lección número uno para mantener una orquídea con vida es proporcionarle el máximo grado de humedad evitando que las raíces se encharquen. “Pulverización mucha, riego poco”, resume Viñambres. “Podemos regarla por inmersión o directamente sobre el sustrato, y mejor si el agua es blanda o de lluvia. Lo que jamás debemos hacer es colocar un plato bajo la maceta, porque eso es como llevar a la orquídea a un pantano y las raíces se pudrirían”, añade. En su estado natural, agarradas al tronco de un árbol a cinco o seis metros de altura, reciben el agua de la lluvia que las moja y se escurre. Por eso adoran que las pulvericemos. ¿Cuánto? “Nunca es demasiado”, explica.

Aunque no es exclusivamente tropical, la orquídea abunda en las regiones entre los dos trópicos, donde se localizan el 90% de las especies. “Hay orquídeas de clima cálido, templado y fresco. Menos en la Antártida, viven en todos los continentes. En Europa apenas se cuentan 200 variedades. En los Pirineos las hay con raíces que brotan del suelo, más pequeñitas y menos lucidas que las exóticas”, cuenta el experto, que indica que, para el cultivo en casa, la temperatura doméstica estándar es idónea, vigilando que no baje de los 16 grados: “Algunas toleran hasta los 10, pero con más frío se ponen lacias. En exterior resisten a la sombra en primavera y verano en las zonas templadas de la Península”. Y, por supuesto, en Canarias, “que a nivel climático es otra liga”. La mejor ubicación en interior es un lugar con mucha luz tamizada ―nunca sol directo ni a través de un cristal―, donde no haya corrientes y que no sea zona de paso porque las flores se resienten cuando se les roza. Además, el florista quita importancia a la recomendación de plantar las orquídeas en macetero de cristal para permitir la fotosíntesis. “Da igual si está plantada en transparente o en opaco, la fotosíntesis que la orquídea hace por las raíces apenas alcanza el 2%”, confirma.

Orquídea epifita agarrada a un árbol, en Miami.
Orquídea epifita agarrada a un árbol, en Miami.Gerald Hoberman (Getty Images)

La Phalaenopsis florece una vez al año y la flor dura entre uno y seis meses. Una vez que esta se cae, la vara se puede cortar, pero Viñambres recomienda hacerlo dos centímetros por encima de la segunda yema más próxima a la raíz. Con el tiempo, de esa yema saldrá una nueva vara floral y, si no florece, el truco para estimularla es provocar un contraste térmico, cambiando la planta a un lugar más fresco y húmedo, como un cuarto de baño con luz natural o un tendedero acristalado orientado al norte. “Una vez que el tallo empieza a crecer no hay vuelta atrás: ya la podemos llevar de vuelta al despacho o al salón porque una nueva flor está en camino”, afirma.

Junto a la plasticidad de su flor ―las hay con forma de estrella, de araña, de paloma, de corazón, de colibrí, de calavera, de mono, de hombrecillo desnudo, de tigre, de bebé en un capazo…―, el prodigio tecnicolor es la cualidad más sugerente e hipnótica de esta extraordinaria planta. La familia Orchidaceae se ríe de la carta Pantone y del reino de los unicornios. “Hay especies de todos los colores”, dice Marta de la Fuente, de la floristería El Florero, de Gijón. “Desde el blanco más puro hasta el fucsia, pasando por el lila, el crema, todos los tonos de rosas, morados, naranjas, rojos, amarillos, pistachos…”. Lisas, pero también moteadas, degradadas, con primoroso puntillismo, rayadas, con patrones que recuerdan al estampado de leopardo o al tie dye. “El azul Supermán y el negro son los dos únicos colores que no existen en las orquídeas naturales”, desvela Viñambres. “Por eso, en Holanda tiñen las blancas con anilina vegetal, un colorante orgánico que logra flores de cualquier tono imaginable”, añade De la Fuente.

Híbrido de 'Phragmipedium besseae' rosa y un zapatito de dama 'Sunset'.
Híbrido de 'Phragmipedium besseae' rosa y un zapatito de dama 'Sunset'.Reimar Gaertner (Getty Images)

La vainilla que aromatiza helados y postres es la esencia de la vaina de una orquídea. Pero no todo es coquetería vegetal. “Algunas especies exhalan aromas fétidos a sudor, a pis, a carne podrida o a gato mojado para atraer a los insectos”, dice Viñambres. Un detalle que recuerda que la misión de una flor nunca es agradar al ser humano, por más que las entutoremos para lucir en nuestro salón, despacho o ramo de novia.

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