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Llorar al padre, ver crecer el árbol

Diecisiete años después, Kin Martínez estaba terminando el duelo sin acabar por su padre muerto. Durante tres semanas, la oficina del productor musical, mánager y organizador de festivales fue la parcela del monte en el que plantó un árbol en su honor. Allí hacía llamadas, gestionaba y descansaba

Joaquín, 'Kin', Martínez
Joaquín, 'Kin', Martínez plantando el árbol en recuerdo a su padre en el Monte Xiabre (Pontevedra).
Manuel Jabois

Los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas de Nueva York fue lo último que vio Marcelino Martínez Prego. Estaba postrado en una cama del Hospital Provincial de Pontevedra sufriendo los últimos ataques de un cáncer. Su hijo Joaquín, Kin, estaba con él en la habitación y vieron juntos, alucinados, los atentados de Manhattan. Kin Martínez recuerda lo que dijo su padre aquel 11 de septiembre de 2001: “¿Esto es una película o está pasando de verdad?”. Murió pocas horas después; la frase hubiera sido un hermoso epitafio.

“Siempre se quejaba de que nunca le dejé ser padre, nunca le dejé que me ayudara”, dice Kin ahora, 22 años después. Se independizó pronto, nada más cumplir la mayoría de edad. Natural de Briallos (Portas, Pontevedra), fue camarero y luego encargado de un pub emblemático de la movida de los ochenta y noventa de Sanxenxo, La Edra. Ejerció como periodista y, cuando su padre falleció, trabajaba como orientador en el Servizo Galego de Colocación en Caldas de Reis. Tenía entonces 29 años. Y ya organizaba un festival de música, el Cultura Quente, además de tener una tienda de discos en Pontevedra, Tipo, y un pub en el que organizaba conciertos en Caldas, Rañolas, nombre del personaje de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao de Os dous de sempre. Ya se empezaba a mover, y mucho, en la música. Hoy Kin es productor musical, responsable de la agencia Esmerarte (tres sedes: Vigo, Madrid y Ciudad de México), organizador de festivales como PortAmérica o O Son do Camiño, mánager de Xoel López, Vetusta Morla o Carlos Sadness.

El padre de Kin, Marcelino, era mecánico. También trabajaban el campo en su casa de Briallos, una aldea de la provincia de Pontevedra. “Cuando naces en una aldea rodeada de monte y árboles, cuando te crías y creces en ella, desde pequeño tienes un miedo natural: el fuego. En la finca cultivamos la tierra, yo ayudaba con el ganado y a podar la viña. Convives con la naturaleza. Mi casa está pegada al monte: si el monte arde, a lo mejor nuestra casa arde. Siempre tuve claro que si hay árboles, hay vida; si hay tierra quemada y ceniza, hay muerte”. En 2010, cuando organizó el festival Vigo Transforma, Kin Martínez empezó a proponerse devolver la huella de carbono a la naturaleza. ¿Cómo? Repoblando montes, plantando árboles. Así fue hasta que llegó PortAmérica, uno de los grandes festivales en España que se celebra cada verano en Caldas de Reis (antes en Nigrán). Abrió el concepto a la gastronomía, se propuso que fuese un laboratorio de ideas (“un lugar para la gente que tuviese iniciativas y nadie a quien contárselas”) y nació en 2012, año de crisis y de oportunidades. Se generó desde PortAmérica una incubadora de empresas con ayuda de la Zona Franca de Vigo, y se enlazó todo ello con Latinoamérica, sus artistas y sus propias ideas.

PortAmérica sirvió también para que Kin continuase su activismo político respecto al medio ambiente. Con cada entrada comprada por tres días de festival (este año Nicki Nicole, Deluxe, Jorge Drexler, Bad Gyal, Sebastián Yatra, Loquillo, Carlangas, Quique González o Guitarricadelafuente) se entrega un kit con el que reforestar el monte. Hubo una idea más: que cada uno sienta esa parte de la tierra plantada, ese árbol, como suyo. Una parcela más íntima en la que los árboles lleven una etiqueta con el nombre que se quiera, el mensaje que se quiera, el sueño que se tenga. “Tu espacio, tu vínculo: si arde el monte, arde algo de ti”. El 18 de enero 2020, el festival plantó 2.500 árboles en Monte Xiabre. Fue su segunda gran plantación, y esta vez lo que crecieron fueron avellanos, acebos, abedules, robles, castaños, cerezos, madroños, fresnos, arces y alcornoques. Se trata, cuentan, de “compensar las emisiones generadas por la celebración de la pasada edición del festival, ayudar a recuperar los terrenos quemados en los incendios y crear un cortafuegos natural con especies frondosas que evitará la propagación de posibles nuevos incendios”. El año pasado se repitió la iniciativa: 300 árboles en Outeiro Grande, el monte vecinal de Lantaño, en Portas (Pontevedra).

En Xiabre, Kin aprovechó para plantar él mismo un árbol muy especial: un árbol que llevaba el nombre de Marcelino Martínez Prego, su padre, el hombre que murió preguntándose si lo que ocurría en el mundo era una película o pasaba de verdad. El monte se prepara previamente para plantar los árboles que reinarán en él en el futuro. Kin, junto a mucha más gente, plantó su árbol. Y meses después ocurrió algo que no le había ocurrido nunca. Dejó de dormir, empezó a tener problemas de ansiedad, desasosiego… y a soñar y pensar continuamente en su padre. “Cuando murió, reaccioné trabajando. Trabajando más, más y más. Estudié más, me formé más, monté empresas, festivales, llevé grupos… Y, de pronto, sentía que el motor se gripaba, y no sabía a qué se debía”, cuenta. Fue al psicólogo, que le dio la llave: 17 años después, Kin estaba terminando el duelo sin acabar por su padre muerto. “Ese duelo”, le dijo, “no llegaste a completarlo nunca”. Y había que completarlo. ¿Cómo? Junto al árbol que llevaba el nombre de su padre y que crecía, joven, en Monte Xiabre.

Durante tres semanas, la oficina de Kin fue la parcela del monte en el que está plantado ese árbol. Allí hacía llamadas, gestionaba y descansaba. Pasó horas y más horas junto a él hasta que un día comenzó a dormir con normalidad y a superar sus problemas de ansiedad. En julio de 2022, recibió una llamada: Monte Xiabre estaba ardiendo. Entró rápidamente en las redes sociales y comprobó que sus vecinos contaban que también ardía la parcela en la que se encontraba el árbol dedicado a su padre. No hubo tiempo para que la mayoría de los 2.500 árboles creciesen y se convirtiesen en una suerte de cortafuegos; pequeños y rodeados de maleza, desaparecieron en un instante. Kin dio por seguro que el árbol de su padre también se había convertido en ceniza. Pero, una vez allí, comprobó que unos pocos se salvaron del fuego, entre ellos el de él, que sigue creciendo.

En el futuro, dice, y está en ello, presentará una iniciativa que permita concienciar a la gente de tal forma que se pueda hacer coincidir una historia de amor entre su padre y su hijo a través de la naturaleza. Es una iniciativa que tiene que ver con el tiempo, el mayor bien que los seres humanos quieren recuperar para ellos. Pero aún no se puede contar nada.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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