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El lado más desconocido de las grandes historias de amor de Hollywood

La relación entre Paul Newman y Joanne Woodward no era perfecta y Liz Taylor y Richard Burton se casaron con otras personas, pero ambas parejas se quisieron hasta el final de sus días

Paul Newman y Joanne Woodward, con el Oscar ganado por la actriz por 'Las tres caras de Eva' (1958). Foto: GETTY
Natalia Junquera

El precio de salida era un millón de dólares y se vendió finalmente por 15,5 millones, el más alto alcanzado hasta entonces (2017) en una subasta por un reloj de pulsera. Pertenecía a Paul Newman y se lo había regalado su esposa, Joanne Woodward, con la inscripción “conduce con cuidado”. Es decir, no era un reloj, era un símbolo, lo más cerca que podía estar un mortal del amor incorruptible de la pareja con el mejor álbum de fotos de la historia.

La serie documental The last movie stars (HBO) —aún no estrenada en España— dedica seis capítulos de una hora cada uno a contar la verdadera historia del hombre más guapo del mundo y la maravillosa actriz con la que compartió más de medio siglo. A través de un material inédito, más de cien entrevistas con la pareja, amigos y compañeros de profesión —Newman pretendía utilizarlas para escribir sus memorias—, además de charlas con hijos y nietos del matrimonio, el director, Ethan Hawke, consigue el más difícil todavía: engrandecer la leyenda. Y lo hace bajándolos a la tierra, mostrando que su relación no era perfecta —porque ninguna lo es—, humanizando a las últimas estrellas, como les llamaba su amigo Gore Vidal, escritor.

Newman: “Nos abalanzamos sobre el otro, dejando un rastro de lujuria por todas partes: hoteles, moteles, parques públicos, baños, coches de alquiler, piscinas y playas”

El actor de El buscavidas quemó un día las cintas, pero las transcripciones sobrevivieron. Y fue la familia la que encargó el documental. Dice una de sus hijas, Melissa: “La gente piensa en Joanne Woodward y Paul Newman y piensa en el matrimonio perfecto. Hasta cierto punto, me siento culpable por desmantelar esa historia porque todos necesitan ese tipo de héroes, pero, al mismo tiempo, creo que merecen más crédito. No fue fácil, fue un trabajo duro, a veces feo”. Y es precisamente eso lo que dispara su mérito, lo que les aporta, también fuera de la pantalla, la cualidad esencial de los buenos actores: autenticidad.

Se conocieron en 1953 en el despacho de su agente común. “Subiendo la escalera”, recuerda ella, “apareció esta criatura de anuncio. Parecía que le hubieran conservado en hielo. Y le odié”. Esa primera impresión negativa fue superada rápidamente. Dice él: “Los huérfanos tienen un gran apetito por todo. Y nosotros nos abalanzamos sobre el otro como huérfanos, dejando un rastro de lujuria por todas partes: hoteles, moteles, parques públicos, baños, coches de alquiler, piscinas y playas”. “Woodward”, relata Gore Vidal (uno de los entrevistados, al que pone voz el actor Brooks Ashmanskas), “volvió a casa diciendo que había conocido al hombre con el que se iba a casar. ¡Y ya estaba casado!”. La aventura duró cinco años hasta que Newman se divorció de su esposa, Jackie Witte —también entrevistada—, con la que tenía tres hijos de menos de cinco años. Una de ellas, Stephanie, explica: “El divorcio destrozó a mi madre. Ella quería ser actriz ¡y encima Joanne se llevó el Oscar!”. Porque al principio, la estrella era, efectivamente, Woodward. Luego todo cambió. “Soy simplemente una criatura que ella inventó”, declara Newman refiriéndose a su imagen de “icono sexual”.

Se casaron en 1958 y tuvieron tres hijos. La fama de Newman se multiplicó y la carrera de Woodward, ahora madre de familia numerosa, se resintió. “Son todos maravillosos. Los amo. Pero si tuviera que hacerlo de nuevo, no estoy segura de que tuviera hijos”, confiesa en el documental. Pese a todo, Stephanie lleva hoy el nombre de su madrastra tatuado en el brazo. “Fue ella la que nos convirtió en una familia”, explica su hermana Melissa.

Woodward: “Cada vez que sale la frase de la hamburguesa quiero matar. ¡No soy un pedazo de carne!”

El matrimonio interpretó entonces un guion injusto y universal: mientras ella envejecía y cuidaba a los críos, él ascendía y se volvía más interesante. “¿Cómo es estar casada con Paul Newman?”, le preguntaban en las entrevistas. Un presentador se dirigió un día al público, delante del actor: “¿Vosotras le dejaríais salir de casa si fuerais su esposa?”. Fue en esa época cuando él pronunció una frase que pasó a la historia del romanticismo: “¿Para qué voy a salir a comerme una hamburguesa si tengo filete en casa?”. A ella no le gustó nada: “Menuda declaración chovinista”, explica en una de las entrevistas del documental (con la voz de Laura Linney). “No soy un pedazo de carne, por el amor de Dios. Cada vez que sale esa frase, quiero matar”.

Superaron también la terrible muerte, por sobredosis y con solo 28 años, de Scott, el hijo mayor de Newman, —“La culpa me acompañará hasta el día que me muera”—, y el alcoholismo del actor. Tras encontrarle un día en el suelo con una brecha en la frente, Woodward cogió a las niñas y se fue de casa. Le dio un ultimátum: o la bebida o ellas. Finalmente, llegaron a un pacto: “Solo cervezas”.

Paul y Scott Newman
Paul Newman y su hijo Scott siguen una carrera de coches en 1972. El hijo mayor del actor murió en noviembre de 1978, a los 28 años, de una sobredosis. getty

El hombre más bello del mundo era, sorprendentemente, muy inseguro. No habla bien de sí mismo en todo el documental, donde el actor George Clooney pone voz a las transcripciones de las entrevistas que su amigo, el guionista Stewart Stern, grabó para ese proyecto de memorias. Woodward no solo lo “inventó” como icono sexual, también le enseñó a quererse a sí mismo.

En 1983, en su 25º aniversario, después de muchas dificultades, renovaron sus votos y volvieron a casarse. El texto que ambos leyeron dice: “La felicidad en el matrimonio no es algo que simplemente sucede. Hay que crearlo. Cultivar la paciencia, la capacidad de perdonar y de olvidar. Estar juntos frente al mundo”.

En 2007, a Woodward le diagnosticaron alzhéimer y nueve días después, a Newman, cáncer. Antes de ir al hospital por última vez, él buscó uno de esos calcetines que los estadounidenses cuelgan de las chimeneas en Navidades y metió dentro del de su esposa su brújula, para que tuviera un regalo en las primeras fiestas que no iban a pasar juntos en 50 años. Para entonces había quemado las cintas de las entrevistas. Paul Newman se había cansado de Paul Newman. Afortunadamente, su amigo Stern ya lo había transcrito todo.

Burton: “Era tan extraordinariamente bella que casi me río a carcajadas allí mismo. Incuestionablemente preciosa. En resumen, era demasiado, y por si eso no fuera suficiente, me ignoraba por completo”
The Sandpiper
Elizabeth Taylor y Richard Burton en 1965. MGM / The Kobal Collection (The Picture Desk)

Con ellos llegó el escándalo

Si la de Newman y Woodward era la historia del amor ejemplar, pese a que comenzó en adulterio, la de Liz Taylor y Richard Burton fue la del escándalo. Se conocieron cuando él tenía 28 años y ella 20. “Era tan extraordinariamente bella que casi me río a carcajadas allí mismo. Era incuestionablemente preciosa. En resumen, era demasiado, y por si eso no fuera suficiente, me ignoraba por completo”, diría él. “No paraba de flirtear conmigo, pero yo me negaba a ser otra muesca en su cinturón… Qué poco sabía”, diría ella.

No volvieron a verse hasta nueve años después, en Cleopatra. Para entonces ella ya se había casado cuatro veces: con Conrad Nicky Hilton Jr. —heredero de la cadena de hoteles—, a los 18; con el actor inglés Michael Wilding, a los 20; con el productor Mike Todd a los 25 —él murió unos meses después al estrellarse su avioneta, llamada Lucky Liz (Afortunada Liz)— y con Eddie Fisher —mejor amigo de Todd y casado con una de las mejores amigas de Taylor, Debbie Reynolds— a los 26. El guionista Mario Parra, autor de Romances de cine (Editorial Berenice), explica que la prensa empezó a acusar a la actriz de “rompehogares” y él perdió la serie The Eddie Show que emitía la NBC.

Cleopatra
La actriz Elizabeth Taylor, en 'Cleopatra' (1963), de Joseph L. Mankiewicz.

En el rodaje saltaron las chispas. Taylor y Burton no se despegaban pese a que estaban casados con otras personas. “El Vaticano”, recuerda Parra, “llegó a condenar a la pareja, acusándolos de ‘vagancia erótica’ y Fox trató de denunciarles por daños y perjuicios, alegando que el romance extramarital y toda la mala publicidad que acarreó repercutió negativamente en la película, a pesar de que Cleopatra terminó siendo la más taquillera de 1963″.

Tras sendos y millonarios divorcios, se casaron en 1964. Burton le regaló un collar de esmeraldas y diamantes valorado en 150.000 dólares. El libro también recoge la historia de La Peregrina, una impresionante joya obsequio de Felipe II en 1554 a María Tudor: “Burton lo ganó en una puja por 37.000 dólares a Alfonso de Borbón, que pretendía devolverla a España. Al perder la subasta, la casa real, en una muestra de buen perder español, negó la autenticidad de la perla proclamando que la real estaba en posesión de la reina Victoria Eugenia, dato que fue desmentido”. La tumba del tercer marido de la actriz, por cierto, fue profanada en 1977 por unos ladrones que buscaban el anillo de compromiso con el que Taylor quiso que le enterraran.

La Peregrina, de Elizabeth Taylor, en la sede de la casa Christie's en Madrid antes de ser subastada en Nueva York.
La Peregrina, de Elizabeth Taylor, en la sede de la casa Christie's en Madrid antes de ser subastada en Nueva York.ÁLVARO GARCÍA

Tras el susto inicial, la prensa se enamoró de aquella explosiva pareja que, como decía Burton, creaba “más actividad comercial que muchos pequeños países africanos”. Entonces él empezó a beber —hasta cuatro botellas al día— y en 1973 la pareja se separó. En el verano de 1975, acompañados por sus respectivos amantes, se vieron en Suiza para cerrar flecos del divorcio, pero en lugar de eso, decidieron volver a casarse. Duraron menos de un año. Él se casó con otra mujer y ella con su marido número siete, John Warner, senador republicano “del que se aburrió rápidamente”, recuerda Parra. En 1982, Taylor interrumpió una obra de Burton al subirse al escenario para susurrarle en galés: “Te quiero”. El público se rompió las manos aplaudiendo. El actor Gabriel Byrne diría: “El momento más teatral e inolvidable que he visto en escena”. Pero no funcionó. En un momento dado, Burton se fugó a Las Vegas con una de sus jóvenes asistentes y se casó con ella. Taylor ingresó en una clínica de desintoxicación.

Al final del verano de 1984, él se despidió de ella por teléfono con un “adiós, amor”. Tenía 58 años. Su viuda prohibió a Taylor asistir al funeral. Ella respetó su decisión y esperó para visitar la tumba. A los pocos días le llegó una carta que el actor le había enviado antes de morir. Nunca habían dejado de escribirse, ni cuando estuvieron casados con otras personas. Como decía Joanne Woodward: “Nadie entiende las relaciones de los demás. Solo las dos personas implicadas saben qué es lo que la mantiene”. Los dos amores duraron, cada uno a su manera, toda la vida.

Richard Burton y Elizabeth Taylor
Richard Burton y Elizabeth Taylor, en 1978.John Jay

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

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