Tres décadas de obras para que la catedral de Vitoria se cure y sobreviva otros 600 años
El templo gótico de Santa María que estrenó en España una nueva forma de rehabilitar los monumentos culmina su recuperación y afronta una nueva etapa
Se suponía que había catedral para otros 600 años pero duró menos de tres décadas. La promesa la había hecho en 1967 el obispo Francisco Peralta durante la reapertura de Santa María de Vitoria. “La catedral se ha salvado por otros 600 años”, dijo el obispo en el discurso de bienvenida al dictador Francisco Franco durante el acto con el que se daban por finalizados los trabajos de restauración en el templo. Sin embargo, 27 años después hubo que cerrar el monumento de nuevo porque se caía a cachos.
Era el otoño de 1994 y Juan Ignacio Lasagabaster fue el encargado de cerrar con llave la catedral gótica que se asentaba en la colina originaria de Vitoria en el casco viejo. “Habían caído a los bancos cascotes de una de las bóvedas del crucero”, recuerda el que era entonces jefe de la sección de patrimonio de la Diputación de Álava. No hubo que lamentar heridos, pero aquello fue el cerrojazo para un templo del que apenas se preocupaba nadie. En su pórtico aparcaban furgonetas y las celebraciones importantes habían dejado de oficiarse allí. La Catedral Vieja, como también se le conoce, estaba tan maltrecha que llovían goteras sobre el altar y si uno miraba con atención, podía ver paredes extrañamente inclinadas atravesadas por grietas. Se estaba desmoronando.
Los primeros informes que encargó Juan Ignacio Lasagabaster para buscar una solución no fueron nada tranquilizadores. Abogaban por inyectar cemento líquido, entre otras medidas “muy duras” pero típicas de la época que podían terminar dañando todavía más el edificio. “Juan Ignacio se asustó con esas propuestas”, rememora Agustín Azkarate, catedrático de Arqueología de la Universidad del País Vasco. Lasagabaster y Azkarate colaboraban juntos por aquella época en la recuperación de la iglesia de San Román de Tobillas. Y aquello fue el germen de todo. Lasagabaster, un arquitecto que no quería actuar como un arquitecto al uso, y Azkarate, un académico cautivado por las nuevas técnicas de investigación en arqueología.
Tobillas fue el laboratorio de lo que después sería un trabajo referente a nivel internacional en la Catedral de Santa María y que conseguiría galardones como el Premio Europa Nostra en 2002 o el Premio del Patrimonio Arqueológico Europeo en 2019. “En vez de llevar al enfermo directamente al quirófano, lo que propusimos fue hacerle unos análisis al enfermo antes de operar”, cuenta Azkarate. Se trataba de conocer la biografía del edificio antes de restaurarlo. “Ahora nadie se imagina que puedas intervenir en un edificio sin haberlo estudiado”, dice Lasagabaster. A aquello se le llamaba Arqueología de la Arquitectura y permitía, a través de técnicas como la fotogrametría, conocer el pasado arquitectónico que la catedral ocultaba en sus cimientos, paredes y cubiertas.
El historial médico del edificio permitió discernir que los males del templo se remontaban a siglos atrás. Era una catedral con “mil problemas” y parches, relata Azkarate. Un edificio con una estética discreta pero “maravilloso”: “Tenía una biografía muy compleja, era el fruto de una especie de voluntad colectiva por mantener el edificio en pie”. Y esa voluntad colectiva se iba a repetir. De ella nació un plan director que diagnosticó el estado del monumento y una fundación formada por instituciones públicas y obispado que iba a impulsar su restauración.
No faltaron sorpresas. “En aquella época, cuando había una restauración, se ponía un letrero en el que se leía ‘prohibido el paso a toda persona ajena a la obra’. La gran innovación fue hacer lo contrario”, recuerda Azkarate. Aquella idea se tituló con el lema “Abierto por obras” —fue registrado y exportado a decenas de edificios en restauración por toda España— y en el año 2000 la catedral estrenó un programa de visitas permanente. Los visitantes caminaban con un casco en la cabeza, como quien visita la zanja de una obra en plena calle pero en este caso espiando por ejemplo a los arqueólogos que pincel en mano se dedicaban a descubrir la historia del templo. Fue todo un éxito, un fenómeno sociológico. Vitoria llevaba tiempo coqueteando con alguna obra faraónica de un arquitecto de renombre y había encontrado su guggenheim de forma inesperada. Hasta aquella catedral se acercaron con orgullo vitorianos que nunca antes la habían pisado. Y no sólo vitorianos.
“Nosotros planteamos las visitas como una forma de acercar el patrimonio a la gente de Vitoria y Álava”, recuerda Gonzalo Arroita, gerente durante ocho años de la Fundación Catedral Santa María, “y un día recibí una llamada de un número que no conocía”. “Era Josu Jon Imaz, entonces consejero de Turismo del Gobierno vasco”, prosigue. “Nos habían otorgado el Premio Euskadi de Turismo. Nos quedamos un poco sorprendidos porque nosotros no teníamos ninguna idea en ese momento de la potencialidad turística del proyecto”. La eclosión internacional llegó cuando, tras una visita al templo, el escritor británico Ken Follet anunció que la catedral de Vitoria le serviría de inspiración para la segunda parte de Los pilares de la Tierra. “El impacto fue bestial”, dice Arroita.
Sorpresas arqueológicas
Mientras tanto la intervención en la catedral seguía dando sorpresas. Las excavaciones arqueológicas descubrieron que el templo se asentaba sobre las primeras murallas de la ciudad, construidas un siglo antes de lo que se creía. Incluso se hallaron calles empedradas del siglo X. “Todo el mundo pensaba hasta entonces que aquella aldea a la que concedió el fuero Sancho VI de Navarra en 1181 era una mísera aldea de campesinos pero el panorama cambiaba completamente”, explica Ismael García, uno de los arqueólogos que trabajó en las excavaciones. Los hallazgos de la catedral habían cambiado el origen de la historia de Vitoria.
Después de estabilizar la estructura y tras una última década restaurando las cubiertas, la catedral se ha curado. “Está saneada, lo que le pasa es que está avejentada, le falta restaurar la piedra, las vidrieras, las carpinterías antiguas históricas, es un trabajo lento de conservación y mantenimiento que nos planteamos a partir de ahora”, explica Leandro Cámara, director técnico de la catedral y uno de aquellos locos arquitectos que empezaron todo esto en Tobillas. Ahora trabaja en ultimar un plan de conservación que será la guía para los próximos años. En paralelo, se está habilitando para las visitas el último recoveco oculto de la catedral, el espacio entre cubiertas sobre la nave central del templo. Y los operarios se apañan en aislar el pórtico de Santa Ana de las corrientes que entran desde el conocido popularmente como Cantón de las Pulmonías —imagínense por qué— y que pueda así acoger actividades culturales también en los meses de frío vitoriano. “La catedral tiene un uso religioso pero también es un centro cultural importante abierto a todas las artes, la poesía, la música clásica o contemporánea, la magia, etc”, resalta Jon Lasa, al frente de la fundación de la catedral.
Aunque ya apenas se ven obras y no se necesita el casco, las visitas continúan. “Lo que repite todo el mundo es que el tipo de visita que se hace en esta catedral no se hace en ningún otro sitio”, afirma la coordinadora de las visitas, Txus Pavón, en pleno trasiego de turistas en el centro de recepción. La catedral se recorre desde los cimientos bajo tierra hasta la atalaya sobre la ciudad que es su torre. Y mucho. En 2023 se superaron las 100.000 visitas. En las de hoy, por ejemplo, hay muchos extranjeros y también está la asociación de jubilados de Laguardia, una localidad a 48 kilómetros de Vitoria. Su presidente, José Antonio, vivía aquí al lado en los años 60 del pasado siglo: “Aquí fui bautizado y me casé”. De crío jugaba con la arena de aquellas obras fallidas de restauración tras las que el obispo auguró 600 años más de vida para la catedral. Entonces casi se cae. Quizás esta vez pueda cumplirse la promesa.
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