Escuelas a tiempo completo en Madrid: ¿avance o espejismo?
Si se aspira a reducir desigualdades y desequilibrios para que la educación sea una herramienta real de justicia social, Madrid necesita algo más que una buena idea

Madrid no carece de ideas. La apertura de patios y bibliotecas por las tardes, las actividades extraescolares, también en días no lectivos y vacaciones suenan bien, avanzan hacia lo ya experimentado en otros países para mejorar las oportunidades del alumnado. No obstante, el proyecto Patios Abiertos presenta profundas fisuras y corre el riesgo de quedarse en una promesa inflada, cuyo impacto queda en nada. Como tantas veces en la educación madrileña, la escasa financiación es un lastre. El Gobierno regional va a destinar solo 4,8 millones de euros para que participen 300 centros públicos, de los 900 de la región.
Con ello, la cobertura será parcial porque hay ayuntamientos que no se van a incorporar al no podérselo permitir, ya que tienen que adelantar el presupuesto y hacerse cargo de los sobrecostes en el caso de que estos se produzcan. Hay un serio riesgo de que los beneficios lleguen a muy pocos. También de segregación en los propios centros con usuarios de primera o de segunda, según puedan o no permitirse los menores las actividades extraescolares. Es decir, si no se corrige, lo más probable es que se amplíe la desigualdad y los desequilibrios regionales ya existentes.
Estamos ante una iniciativa con un enorme potencial. Bien diseñada, financiada y ejecutada podría ser una herramienta poderosa para recortar desigualdades y avanzar en equidad. Los resultados de la aplicación de este tipo de programas ratifican que amplían oportunidades de aprendizaje, mejoran el clima escolar y contribuyen a recortar el abandono educativo, además de ser una ayuda para la conciliación de las familias. Podría ser una política transformadora que ataje problemas estructurales del sistema educativo madrileño.
Merece la pena hacerlo mejor. Bastaría mirar a Portugal. Allí el programa de Escuela a tiempo completo, iniciado en 2005 y de carácter voluntario para las familias, además de gratuito y de obligada oferta para todos los centros, amplió el tiempo de permanencia fuera del horario escolar. Los objetivos eran claros: reforzar aprendizajes básicos, garantizar la equidad educativa y facilitar la conciliación familiar. La respuesta ha sido abrumadora: el 80% del alumnado participa. Y los resultados son incontestables: la tasa de abandono escolar ha pasado del 44,3% en 2001 al 5,9% en 2021.
Para que la iniciativa se convierta en una política con impacto se deberían garantizar tres ejes clave. La universalidad de la oferta para que ningún municipio se tenga que quedar fuera por falta de financiación y puedan participar todos los centros públicos. La gratuidad para que todo el alumnado pueda acceder. Por tanto, es necesario eliminar las barreras económicas a las familias. Y por último, se precisa una financiación suficiente que sería, al menos, el triple de la que está prevista. Es algo totalmente posible con la situación económica de nuestra región.
Madrid ha presentado una iniciativa con potencial y que va en buena dirección. Lo que necesitan nuestros niños y niñas es consenso y compromiso colectivo para exigir mecanismos solidarios, una mirada inclusiva y la inversión necesaria. Por el interés de la mayoría, se trata de evitar que los patios abiertos se conviertan en una política de escaparate más. Si se aspira a transformar y a reducir desigualdades y desequilibrios para que la educación sea una herramienta real de justicia social, Madrid necesita algo más que una buena idea.
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