Delhy Tejero, mujer tenía que ser
La artista es la imagen de la colección permanente del Reina Sofía. Su autorretrato en la gran lona de entrada al museo da la bienvenida: toda una declaración de intenciones


Mírenla, hipnotiza.
Si pasan por la plaza de Juan Goytisolo, más conocida como plaza del Reina Sofía, alcen la mirada. Entre los dos ascensores transparentes del museo, les observa una mujer con cabello y ojos oscuros, profundos y cautivadores, desde una gran lona; una de esas que anuncia las exposiciones que se pueden visitar. Pero no, Delhy Tejero no es la imagen de ninguna muestra temporal (ojalá pronto), es la figura que la institución ha escogido para que represente su colección permanente. Sí, esa en la que la incuestionable obra estrella es el Guernica (¿qué sería del Reina sin él?, otro gallo cantaría en cuanto a número de visitantes, es su Gioconda). Esos fondos repletos de picassos, dalís, mirós... reconocidos internacionalmente, tienen hasta mayo como abanderada a la artista zamorana, que... ejem... tan conocida no es, seamos sinceros, más bien lo contrario. Toda una declaración de intenciones. “Mujer y de la Vanguardia”, era la consigna de la dirección.
Ojalá poder decir que Adela, Delhy, Tejero Bedate (Toro, 1904-Madrid, 1968) está de moda, pero nada de pedantería, eso sería mucho y solo cierto para cuatro gatos interesados en el mundo del arte, en la vanguardia española en concreto y, más específico aún, en las mujeres de este momento. Los visitantes que entran al Reina por el edificio Sabatini pasan bajo su mirada, los viandantes de la plaza también, ¡vaya mirada! Y ella está en el punto de mira de algunos expertos, no en vano el Ministerio de Cultura lleva una temporada adquiriendo obra suya. Otra declaración de intenciones. En 2023 compró ocho dibujos de la serie La Venus Bolchevique (1932) para el Museo Nacional de Artes Decorativas; el año pasado sumó a esta colección una pintura, La viuda rica de Toro (1932), por la que el Estado pagó 199.400 euros. La tabla original de su autorretrato, pintada en 1937, de la lona del Reina se puede ver en la sala 203.02, dedicada a las mujeres de vanguardia (mujeres tenían que ser), llegó al museo en 2022 fruto de la adquisición a un particular. Esta institución conserva diez obras de la artista, cinco de ellas expuestas. Pero el gran despliegue lo realizó el año pasado el vallisoletano Museo Patio Herreriano con una gran antológica, Delhy Tejero, geometría y misterio, en la que repasaba sus pinturas ―de lo figurativo a la abstracción―, textos, dibujos, apariciones en prensa, fotografías, murales..., una vastísima retrospectiva que dejaba clara la idea de que a esta vanguardista no te la acabas nunca. Tocó todos los palos, pero dejemos ese tópico de mujer (u hombre) del Renacimiento, era una mujer de vanguardia. Una mujer libre y moderna.

Marchó de Toro en 1925 para llegar a Madrid y desarrollar su carrera, aunque ya la había empezado en su pueblo natal, su vocación era irrefrenable. Contó, como no podía ser de otra forma en la época, con el apoyo de su padre. Nunca se olvidó de su tierra a la vez que viajaba y se relacionaba con miembros de la Generación del 27, Las Simsombrero, y de artistas como los surrealistas André Breton y Óscar Domínguez, expuso junto a Miró, Chagall, Man Ray, Remedios Varo, Saura, Millares... Conoció a Clara Campoamor, a Valle-Inclán y al arquitecto Miguel Fisac. Después de la Guerra Civil, se instaló en el Palacio de la Prensa y, desde esta céntrica ubicación, en su estudio del noveno piso, observaba a los madrileños como ahora los observa desde las alturas del Reina. Bueno, entonces los contemplaba y los retrataba, pintó desde allí la plaza de Callao. También captó la periferia y la noche madrileña. Le dedicó a la capital un texto titulado Madrid azul, que empezaba: “Madrid, azul al anochecer; Madrid, azul, con luceros arriba y luces abajo de luceros de gas. Madrid, voz de Madrid; río de ruidos, silbatos, silbidos, ladridos, pitos, chirridos, gritos, voces, frenazos, motores, bocinas...”. Y terminaba: “La ciudad del mundo más acogedora, pues desde que se piensa en venir, por eso solo se llega ya madrileño”.
No tenía que haberse olvidado su trayectoria, sin embargo, ocurrió (mujer tenía que ser). Por eso ahora hay que recuperarla. Merece estar en los planes de estudio de Historia del Arte. Merece ser recordada. Merece exposiciones, ¡más! La del Patio Herreriano ya era enciclopédica, ¡que itinere! Ella está abriendo las puertas del Reina Sofía, más mujeres tenían que ser. Merecen no ser intenciones sino realidades. Qué buen momento, este en el que se empiezan a planear las conmemoraciones del centenario de la Generación del 27, para pensar en ella, en ellas. Para ser leída en su versión de escritora (otra más). No tienen desperdicio Los cuadernines. Diarios 1936-1968, ¿alguno de sus contemporáneos (hombres) hubiera usado el diminutivo para referirse a su vida? Son un catálogo de ella, de sus pensamientos, ensoñaciones, necesidades, problemas..., de las ciudades que visita y también de esa Edad de Plata que vivió, del mundo y las artes que la rodearon.
Inquieta hasta el final. “Tengo curiosidad por todo. Hasta la muerte quiero arreglarla”, escribió en el último apunte de Los cuadernines, que son cuadernazos.

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