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Hiper Bazar
Columna
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Una Iglesia convertida en bazar

Hay espacios que deberían cambiar y no basta con mover los muebles de sitio. Para poder resignificar o construir de nuevo, primero hay que desacralizar algunos templos

Fachada del Hiper Bazar Padre Nuestro, situado en el barrio madrileño de la Alameda de Osuna.
Fachada del Hiper Bazar Padre Nuestro, situado en el barrio madrileño de la Alameda de Osuna.julio bolívar
Jimena Marcos

En el año 2007, la Iglesia del Padre Nuestro de mi barrio, la Alameda de Osuna, se puso en venta. Imagino lo difícil que debió de ser ponerle precio a lo sagrado: que si el reclinatorio es de madera buena, que si el Cristo fue un regalo, que si el altar va incluido porque no se puede mover. Finalmente, el Arzobispado decidió que la cifra sería la de 2.700.000 euros. Precio final. A Dios no se le regatea. A pesar de que el terreno fuera una cesión del Ayuntamiento, el párroco ―que, como tantos otros, debió de faltar a la clase sobre el voto de pobreza― dijo que era de la Iglesia y que él lo vendía si quería porque, además, tenía que pagar otra parroquia más bonita, más grande y moderna, que había construido en el mismo barrio, pero una plaza más allá.

Desde el Arzobispado hicieron unas breves declaraciones sobre el asunto: “Se desacralizó en verano. Es un local normal”. Así, de pronto y sin amén, la casa de Dios, el templo y refugio de los cristianos del barrio, se había transformado en un local... “normal”. Una construcción de los años setenta, de ladrillo marrón y de puertas de madera, que pronto llamó la atención a constructoras, entidades y supermercados. Dicen las señoras de mi barrio que hasta El Corte Inglés le había echado el ojo.

El local finalmente se vendió a una familia de origen chino. Si van a la Alameda verán que la Iglesia del Padre Nuestro es ahora un Hiper Bazar, el gran templo de los ateos. La puerta de entrada, en vez de tener una cruz, está presidida por unos rollos de hules de diferentes motivos y colores. Dentro, todo lo que se necesita para una vida de goce y expiación: sartenes, ollas, tuppers, material de cocina y de limpieza, cartulinas, rotuladores, velas, pijamas, marcos de foto, alfombrillas, flores de plástico, mantas, perchas, colchonetas para perro, macetas, peluches y una extensa selección de ropa interior. Si Dios existe, está en un Hiper Bazar. A pesar de que el local y el terreno tenían que haber vuelto a las manos de los y las alamedienses para que pudieran llevar a cabo sus actividades vecinales, me alegra comprobar que cualquier lugar sagrado puede transformarse en una basílica de plástico y cualquier hombre santo, en una enorme palangana.

“Hemos permitido que la religión se adueñe en exclusiva de áreas de experiencia que en justicia deberían pertenecer a toda la humanidad”, escribió el filósofo Alain de Botton en Religión para ateos (RBA). “La nueva fe se hizo con las festividades de invierno y nos la ofreció en forma de Navidad. Absorbió el ideal epicúreo de convivencia en comunidades filosóficas y lo convirtió en lo que hoy conocemos como vida monástica (...). Las necesidades del alma ya están listas para que las liberemos del particular matiz que las religiones les dan”.

En la puesta de la primera piedra de esta columna, con el epígrafe de Hiper Bazar (bendiciones a mi predecesora, santa Raquel Peláez), no seré yo quien invite a los lectores al consumismo excesivo que proponen este y otro tipo de establecimientos, sino al encuentro comunitario y espiritual entre almas que difieren en edad, raza y/o clase social. Y, si por el camino, podemos ir desacralizando algunos espacios, pues mejor. Podéis ir en paz.

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Sobre la firma

Jimena Marcos
Periodista en EL PAÍS Audio. Trabajó como editora jefa en Podium Podcast y como guionista en programas de TVE y Movistar+. También ha colaborado con Producciones del K.O, Carne Cruda, Radio 3, La Coctelera y Adonde Media.
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