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Ceses, dimisiones y fichajes fracasados: pocos gestores duran en la Sanidad de Ayuso

El departamento, que se ha enfrentado a la gestión de la covid y de proyectos clave como el Zendal o La Paz, está marcado por la inestabilidad y su presupuesto récord

Juan José Mateo
Isabel Díaz Ayuso
La presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, durante la presentación del proyecto Ciudad de la Salud, a mediados de junio.ZIPI ARAGON (EFE)

Javier Galán, un ejecutivo de Bankinter, se aventuró en octubre de 2023 a fichar como consejero delegado de la agencia de contratación sanitaria de la Comunidad de Madrid. Apenas duró ocho meses en el cargo. Estaba “incómodo”, según describe un conocedor de la situación. Cuando fue destituido, hace solo quince días, el organismo que dirigía cobrando 97.763,88 euros seguía sin tener unos estatutos aprobados que dieran sentido a la organización. A nadie le extrañó su salida. Desde que Isabel Díaz Ayuso accedió al poder, en agosto de 2019, ha habido al menos 26 ceses entre los altos cargos de la consejería de Sanidad, y al menos 18 cambios de función. Hasta cinco profesionales se han sucedido como gerentes de Atención Primaria. Dos consejeros (Enrique Ruiz-Escudero y Fátima Matute) se han dado el relevo al frente de la cartera. Hubo dimisiones, como la de la directora general de salud pública en 2020. Y un sinfín de crisis: por la pandemia, por las muertes en las residencias, por el contrato que permitió al hermano de la presidenta cobrar una jugosa comisión, por las protestas de los profesionales... todo en un área que tiene un presupuesto de 10.157 millones de euros en 2024. Más que ninguna.

“Si algo ha caracterizado a la Consejería de Sanidad en los últimos años es la inestabilidad, la mala gestión y el caos asistencial”, critica Marta Carmona, de Más Madrid. “Ceses y dimisiones continuos, tanto de puestos directivos como de cargos intermedios. En el caso de los primeros muy probablemente por negativa a pasar por el aro de la cultura de la irregularidad y la chapuza que ya es norma en esa consejería, ya sea con las contrataciones, con la temporalidad del personal sanitario, con los remiendos para intentar salvaguardar la asistencia...”, describe. “En el caso de los cargos intermedios, el ruede de cabezas es a costa de cesar funcionarios para colocar eventuales con carnet del partido y nula experiencia en gestión”, opina. “Es la enésima prueba de que la salud de los madrileños ocupa un puesto bastante bajo en la escala de prioridades de la Consejería, mucho más centrada en las estrategias del ayusismo de confrontación y desmantelamiento de los servicios públicos”.

Un análisis con el que coincide Daniel Rubio, del PSOE: “Algo no debe ir bien en la consejería cuando hay tantos movimientos en los niveles altos. Y además genera parálisis y retrasos en los proyectos”.

Sanidad ha concentrado buena parte de los anuncios estrella del gobierno en lo que va de legislatura. Ahí está la Ciudad de la salud, que es la rectificación de un plan ya comunicado para remodelar La Paz, esta vez duplicando el coste del anterior (para llegar a 1.000 millones). También, la puesta en funcionamiento de la torre cuatro del hospital Infanta Sofía, o de la atención a enfermos de ELA en el Zendal. O el acuerdo para proporcionar gafas gratuitas a menores de 14 años, que beneficiará a 135.000 niños.

Sin embargo, los titulares han ocultado cambios de calado en la administración que retratan su inestabilidad. La formación del nuevo gobierno, en julio de 2023, supuso la salida de cinco altos cargos, y también la del consejero, Enrique Ruiz-Escudero, hoy senador. “Cuando se forma un nuevo gobierno todos los cargos políticos cesan, en este caso empezando por el anterior consejero”, justifican en la consejería, que vio cómo su estructura se reducía como parte de un plan de ahorro en el gasto que afectó al conjunto del gobierno. Desde entonces, además, han perdido su puesto otros cinco, para un total de diez. ¿Qué explica tanto cambio?

Un puesto por los siglos de los siglos

“El inmovilismo de mantener a la gente per secula seculorum [por los siglos de los siglos] no es eficiente”, responde una fuente de la máxima confianza de la consejera Matute. “En una organización cambian los requerimientos, y se evalúa el desempeño [constantemente]”, añade. “Las instituciones evolucionan, las necesidades evolucionan, las competencias evolucionan, y necesitamos gente con las mejores competencias en el momento adecuado”, añade. Y remata: “Hay que ser valiente”.

Si la continuidad en el cargo mide el acierto de un nombramiento, hay varios que han fallado recientemente. Por ejemplo, Juan José Fernández Ramos, que acumuló mucho poder como viceconsejero, no llegó a cumplir los cinco meses en ese puesto. Y Francisco Javier Galán Serapio, sin experiencia conocida en el mundo sanitario, no llegó al año como consejero delegado de la agencia de contratación sanitaria. Aunque sus casos son excepcionales por la brevedad de su desempeño, la alta rotación de cargos ha sido la tónica general desde hace un lustro en Sanidad, y ha afectado a casi todos los niveles. Sobran los ejemplos.

A finales de mayo, un cargo del SUMMA 112 se despidió de su puesto con un mensaje dolido. “A mis compañeros médicos, un aviso”, escribió en Facebook. “No bajéis la guardia, los lobos siguen queriendo dar bocados, aunque hayan cambiado de piel, e incluso de sexo”. Desde entonces, ese mensaje ha sido borrado, y su autor prefiere no hacer declaraciones. Su escrito, en todo caso, desprende la misma melancolía que el que firmó el diputado Eduardo Raboso cuando le comunicaron que dejaría de ser el portavoz parlamentario de Sanidad para pasar a presidir la comisión de Cultura de la Asamblea.

“Considero que mi trayectoria personal no justificaría ese nombramiento, dado que nada puedo aportar en este campo, y, por tanto, sería irresponsable hipotecar una parte sustancial de mi actividad clínica en aras de un cargo meramente representativo en un mundo al que no pertenezco”, escribió el doctor en su carta de despedida.

Eduardo Raboso
Eduardo Raboso, portavoz sanitario en la Asamblea de MadridPP

Así, parece que la Administración considera a ciertos cargos preparados para todo. En el verano de 2023, Elena Mantilla cesó el 5 de julio como Directora General de Inspección, Ordenación y Estrategia Sanitaria, se convirtió en diputada entre el 13 y el 26 de ese mes, y luego dejó el acta, que no había ocupado ni durante quince días, para ser nombrada directora general de Madrid Excelente.

Fernando Prados Roa arrancó la etapa de Ayuso como viceconsejero de Sanidad, hasta septiembre de 2019; entre marzo y mayo de 2020 pasó a ser coordinador del hospital de Ifema; de diciembre de aquel año a septiembre de 2021 se encargó de coordinar el Hospital Enfermera Isabel Zendal; pasó a ser director general de hospitales e infraestructuras sanitarias entre septiembre de 2021 y julio de 2022; cuando fue designado director general de proceso integrado de salud, hasta septiembre de 2022, cuando pasó a ser de nuevo viceconsejero, el rango del que le privó tres años antes la misma presidenta que se lo reponía, según su perfil de LinkedIn. Pero no duró en el puesto ni un año. Desde julio de 2023 está fuera de la administración, y ejerce como director médico de un hospital. Un vaivén constante que resume lo que ocurre en los puestos directivos de la sanidad madrileña, según los críticos con el PP.

“La sanidad de Madrid, con los gobiernos del PP, ha tenido siempre una sorprendente falta de continuidad en todos sus altos cargos”, lamenta José Manuel Freire, que es profesor emérito del departamento de Salud Internacional de la Escuela Nacional de Sanidad, exdiputado autonómico del PSOE y exconsejero de Sanidad del País Vasco. “Una rotación tan alta a estos niveles es un indicador de falta de proyecto político sanitario compartido en el PP, y de un estilo muy clientelar y arbitrario de gobernar, que desde los tiempos de [Esperanza] Aguirre está muy centralizado en Sol, en la presidencia”. Es decir, en Ayuso.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.
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