¿Trasnochar es de izquierdas o de derechas?
La ‘nightlife’ ya no es lo que era. Hubo un tiempo borroso en el que los horarios eran más libres en la ciudad de la libertad, y mucho menos “razonables”, que diría Yolanda Díaz. Ahora el ‘tardeo’ es de extremo centro
Yo ya no sé si trasnochar es de izquierdas o de derechas. Hace tiempo, el Partido Popular hacía gala de defender a la “España que madruga”. Ahora Yolanda Díaz dice que “no es razonable” que los restaurantes estén abiertos a la una de la madrugada, por aquello de los currantes y de la racionalización del tiempo. Y la derecha, en lógica consecuencia, se le pone a favor del trasnoche. ¿Madrugar o trasnochar? Todo no se puede, que luego andamos todo el día con sueñín.
Probablemente, la España que madruga y la España que trasnocha sean la misma España, pero dependiendo de las libranzas. Pero es que ahora solo conseguimos comprender la realidad si la tumbamos en el eje entre izquierda y derecha. El chuletón (de derechas). La soja (de izquierdas). La libertad (de derechas). El intelecto (de izquierdas). Y así.
Lo de trasnochar ya no es lo que era. Hubo un tiempo, lo recuerdo muy borroso, en el que los horarios de los bares eran más libres cuando, curiosamente, esta aún no era la ciudad de la libertad, de modo que uno podía zascandilear libremente por las barras madrileñas hasta horas muy poco razonables, que diría la ministra. Antes de la libertad, estaba el libertinaje. Los vecinos de las zonas de eso que llamamos ocio nocturno lo pasaban muy mal y los que salíamos lo pasábamos muy bien, trasnochando hasta que se nos acababa la noche y corriendo entonces al after ocultos tras las gafas de sol, como vampiros. Luego, justicia poética, lo pasábamos muy mal durante la interminable semana que se tendía hasta el nuevo finde; comiendo plátanos, por el litio. Salir a muerte era entonces, creo, de izquierdas.
La nightlife madrileña fue en decremento, cosa que entonces me desesperó, pero que ahora me da un poco igual porque no tengo ya el cuerpo ni la vida para meterme en clubs y discotecas de tres a cierre. Cuando los bares empezaron a cerrar más pronto, yo me preguntaba cómo le podían seguir vendiendo a los turistas la moto de la chispeante nightlife, de la ciudad que nunca duerme, de los fabulosos atascos noctámbulos de Ayuso, pero luego caí en la cuenta, porque soy una persona viajada y para eso sirve viajar, de que por ahí fuera trasnochar es acostarse solo un poco más tarde que la Familia Telerín. En Fitur, según un estudio de la organización empresarial España de Noche, Madrid es la ciudad con la mejor vida nocturna del mundo, según respondieron los profesionales asistentes a la feria. Madrid, eso sí, jugaba en casa.
Durante la pandemia, paradójicamente, cuando el toque de queda, disfruté mucho de mi tiempo de alterne, totalmente recoleto, y regresaba a casa muy tranquilo, a medianoche, como Cenicienta, entre las prisas de la ciudadanía por alcanzar su portal, con la agradable certeza de que cerraba el mundo y no me perdía nada. Era aquel un ocio transversal y apolítico, que a todos nos unía en sus horarios cívicos.
Así que ahora se lleva el tardeo, que es ponerse como Las Grecas por el día en vez de por la noche, lo que permite un mejor desempeño laboral y familiar a los más talluditos y requiere una mayor inversión en gafas de sol, no vaya a ser. Es todo más civilizado, más europeo, más hortera, porque hay más luz y se aprecia el percal. Esto no es derechas ni de izquierdas, esto es de extremo centro. Los bares musicales, los garitos de copas, las tabernas, van desapareciendo ante el irrefrenable ímpetu de las vinotecas y los gastrobares: el comercio le gana al bebercio, el empacho le está doblando el brazo a la borrachera, el carbohidrato al etanol. Y el clónico bar hipster va sufriendo sus alucinantes metamorfosis.
Hace unas semanas salió un vídeo de Pantomima Full dedicado al restaurante canallita, donde ponían como ejemplo al ficticio bar La Indomable (porque ahora los bares se llaman en femenino, hablaremos de eso otro día), donde los pijos juegan a ser rebeldes, entre comida fusión, eslóganes de pensamiento positivo y sesiones ambientales de dj. Un lugar repleto de experiencias, algo más que un restaurante, donde reivindican “el canallismo, la sobremesa que se alarga, que se te vaya un miércoles de las manos y, sobre todo, ¡la penúltima!”. El canalleo ahora es de derechas, según los cómicos. Hay muchos de estos sitios en Madrid. Tal vez más de los razonables, por razonar como la ministra.
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