¿Por qué ‘Conformista’, lo nuevo de Pantomima Full, ha causado tanto revuelo? “Se ceban con la falta generalizada de ilusiones”
El vídeo, publicado el viernes, lleva ya casi ocho millones de visionados. Y mucha polémica. Quizás porque España no es el país en el que mejor se vive del mundo, sino en el que mejor te conformas con lo que hay
Hasta hace apenas tres días, la más depurada expresión del nihilismo contemporáneo había que buscarla en este par de líneas escritas en 1994 por el rapero neoyorquino Nas: “Life’s a Bitch/ And Then You Die” (algo así como “la vida es una mierda y luego vas y te mueres”). Ya no. La nueva cumbre en la historia universal del desencanto acaba de alcanzarla un vídeo de 90 segundos obra de Pantomima Full, el tándem de francotiradores del humor incisivo y “antropológico” que forman Alberto Casado (Madrid, 39 años) y Rober Bodegas (Carballo, A Coruña, 40 años). Y ha sido pergeñado, por supuesto, en España, primer productor mundial de memes, chascarrillos y parodias. El artefacto se titula Conformista y se asomó a las redes el pasado viernes, 24 de marzo. El lunes amanecía con más de 7,8 millones de visionados en Twitter, acompañados de casi 1.200 respuestas, 11.300 retuits, 3.400 citas, 1.600 marcas y 40.200 Me gusta.
Un éxito viral, sin duda, pero uno no exento de controversia. Entre las múltiples respuestas, hay quien felicita a Casado y Bodegas por haberlo “bordado”, facturando una “obra de arte sublime”, un retrato “genial” de la España negra “que hoy se ha teñido de gris”. Pero también quien les acusa de “deprimir a la concurrencia”, de tener menos gracia “que un entierro”, de mirar a millones de españoles “por encima del hombro” o de incurrir en un “antihumor pretencioso y elitista”.
Es lo que hay
Buceando entre las reacciones, la mayoría inciden en lo certera, oportuna e incluso “dolorosa” que resulta la pantomima: “Qué bajona, joder”. “No sabéis hasta qué punto os odio ahora mismo”. “Puta vida, tete”. “Así es la vida según Ramón Tamames”. “Me he reconocido en la pareja que mostráis y no me ha gustado nada lo que he visto”. “Me habéis hundido el viernes, lo que queda de semana y, así en general, la vida”. “Dios mío, qué vídeo tan deprimente. Habéis cogido a una persona cuya filosofía de vida apoyo completamente y habéis conseguido que me entren ganas de sacudirle para ver si espabila”.
¿Qué ha sucedido? ¿Por qué el vídeo de marras ha obtenido semejante repercusión en tiempo récord? ¿Por qué ha suscitado una cascada de reflexiones de amplio calado sociológico? ¿Qué profundos resortes ha conseguido activar en el inconsciente colectivo de toda una legión de internautas?
El propio Bodegas explicaba en una entrevista reciente que lo que hacen Casado y él ha acabado siendo, en gran medida, humor interactivo: “Como nos tenemos que ceñir a una duración de alrededor de un minuto, en el montaje se descartan muchas cosas. Y es curioso, porque parte de lo descartado aparece luego mencionado en los comentarios, como si la gente ampliase los vídeos añadiendo posibilidades que no se han incluido”. Todo apunta a que eso viene a ser lo que ha ocurrido en esta ocasión. Son los comentarios de los que han visto el vídeo los que han hecho aflorar con contundencia lo que tiene de retrato nacional y quién sabe si generacional.
Conformistas de hoy y de siempre
Lo que retrata esta desalentadora crónica subtitulada La vida no hay por qué vivirla no es el conformismo de toda la vida, sino un neoconformismo muy de ahora, con importantes matices generacionales. Sus protagonistas, una pareja de treintañeros de ficción interpretados por Casado y la actriz invitada Carmen Romero, viven en un lugar que aborrecen con la disculpa de que “tiene metro” y, además, “qué más da, si es todo lo mismo”. Llevan ocho años juntos y están dispuestos a perseverar porque, mal que bien, aún se soportan. Tendrán hijos porque les queda una guardería cerca y es lo que toca. Acuden siempre al mismo restaurante porque “con frecuencia hay sitio” y no está del todo mal. Veranean en un lugar que ya conocen, que tiene playa y paseo y que dejan alquilado de un año para otro, así que para qué pedir más. Resumiendo, un desencanto doméstico y de perfil bajo. Han “tirado la toalla de la vida”, practican la “intolerancia a la ilusión” y están a punto de incurrir en la “gestación desganada”.
Desde hace ya siete años, Casado y Bodegas han nutrido sus parodias de especímenes más o menos modernos como el gurú de andar por casa, el adicto a la autoayuda, el emprendedor pomposo y de vía estrecha, el tecnófilo, el motivado, el obseso de la puntualidad, el pobre diablo que cree llevar una vida de alto ejecutivo, el nostálgico, el incondicional de las escapadas románticas… Un amplio surtido de tribus minoritarias, reconocibles y cercanas cuyo retrato suscita, por lo general, la risa cómplice.
Esta vez, en un giro copernicano de notable riesgo, la diana de la pantomima se centra en una gran tribu. “El tipo de hogar más frecuente en 2020 fue el formado por parejas, con o sin hijos, que supuso el 54% del total. Atendiendo al número de hijos que viven con la pareja, en España había 3,91 millones de hogares formados por parejas sin hijos, 2,89 millones formados por parejas con un hijo y 2,76 millones por parejas con dos hijos”, explicaba el Instituto Nacional de Estadística (INE) en una nota informativa. Ahí encajaría, presuntamente al menos, esa media España que solo aspira a una vida sin sobresaltos. Los que creen vivir en un mundo más bien de mierda, pero se conforman con él porque no serían capaces de distinguirlo de cualquier otro.
El fin de los grandes horizontes aspiracionales
En opinión de Jorge Lago, sociólogo, editor y profesor de Ciencia Política, “hasta ahora, Pantomima Full había encontrado un filón en reírse de las ilusiones y aspiraciones de la clase media”. Esta vez, han conmocionado al país “cebándose de manera diría que brillante con su falta generalizada de ilusiones”. Aunque se resiste a elevar la anécdota a categoría y “llevar la interpretación demasiado lejos”, Lago cree que el vídeo es “material sensible” porque muchos se han reconocido en “esa lenta cancelación del futuro de la que hablaba [el filósofo y escritor] Mark Fisher”.
Lago añade que la tendencia a resignarse a horizontes vitales muy estrechos se produce “cuando todas las grandes narrativas desplegadas en el pasado han entrado ya en crisis, las utopías envejecen, caducan o se desvirtúan y llega un momento en que resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Más que conformismo, él detecta “una nostalgia sobre esas certezas del pasado que han resultado ser falsas, que ni siquiera se ven como ilusionantes, pero que proporcionan un paradójico consuelo para ir tirando”. Lago atribuye esa manera de pensar a “al menos una parte de los que se sienten supervivientes de la doble crisis española, la económica de 2008 y la posterior de legitimidad y representatividad política”. Las crisis: según el INE, en 2020 el porcentaje de personas de 30 a 34 años que vivían con sus padres o con alguno de ellos se situó en el 25,6%, con un aumento de 5,1 puntos desde 2013.
El politólogo, comentarista y profesor universitario Pablo Simón comparte este análisis: “Pantomima Full da en el clavo al ofrecer un retrato paródico de estas generaciones que asumen masivamente que van a vivir peor que sus padres”. En su opinión, “ese conservadurismo vital, que no necesariamente político, es la consecuencia de una pérdida generalizada de fe en las soluciones colectivas”.
Simón intuye también que la virulencia de algunas reacciones “se debe a que no está ambientado en una zona rural, sino en la periferia de las grandes ciudades, que es donde residen ahora mismo los hijos de las clases medias depauperadas y de las clases humildes, tal vez los que más se han dado por aludidos”. Su complacencia pesimista puede atribuirse también a que “en España, los cambios sociales factibles ya se produjeron hace más de veinte años”. Los vástagos de la clase obrera ya han llegado a la universidad y la emigración del campo a la ciudad o de la periferia al centro “ha perdido su carácter de ascensor social”.
Los jóvenes y no tan jóvenes se han quedado “huérfanos de expectativas de mejora verosímiles”, de ahí que aspiren a un cierto confort material del todo desprovisto de épica. Eso sí, no aceptan de buen grado que se les reproche su supuesta apatía: “Entre los españoles menores de 40 años se aprecia una concurrencia de preocupaciones materiales y culturales. Es decir, que les preocupan la vivienda o el trabajo, pero también la ecología o el feminismo. Su actitud es más escéptica que cínica. Entiendo que tal vez esa es una de razones por las que Conformistas ha levantado ampollas entre esos treintañeros o cuarentones resignados en lo material que entienden que se les retrata como egoístas o abúlicos, cuando ellos sienten que en absoluto lo son”, concluye Simón.
Marga Torre, profesora de Sociología en la Universidad Carlos III, no acaba de encontrar datos empíricos que permitan hablar de una deriva conformista entre los jóvenes españoles. Espigando mucho, cita “la voluntad de trabajar más horas de las que trabajan”, posibilidad que el mercado laboral no les ofrece, “y el aumento del número de opositores”. Pero, más que al conformismo, Torre lo atribuye “al deseo de estabilidad” en un mundo inestable, el de la crisis económica persistente, la fractura política, la pandemia o la guerra de Ucrania. Pese a todo, la socióloga insiste en que centrar el análisis en cuestiones generacionales resulta un error: “La gente compara unas generaciones con otras y realiza afirmaciones como que las de ahora son más conformistas o están más frustradas, cuando la realidad es que, basándonos al menos en datos objetivos, no sabemos apenas nada sobre cómo eran los jóvenes de hace 20 años”.
¿El mejor país con el que conformarse?
Basta con introducir en Google las palabras “conformismo en España” para realizar hallazgos como los artículos de opinión de Javier Cuervo. El periodista ovetense escribió en su día sobre el título (oficioso) con frecuencia otorgado a España de “mejor país del mundo para vivir”. Él precisa que el nuestro sería más bien “el país en que mejor te conformas”, por “su paro feroz, su trabajo precario, sus salarios bajos y su vivienda cara”, más que compensados en el sentir popular por “buen tiempo, mucha playa” y bares con horarios amplios en los que “a veces te ponen tapas con las cervezas”. Esa vitola de gran país “con la que nos autocondecoramos” se sustenta en “una lógica de veraneante a la que unimos argumentos de becario Erasmus”.
En Quora, el sanedrín de los internautas ociosos, el diagnóstico es similar. El creador del hilo en que se interroga sobre los niveles de conformismo nacional concluye que la filosofía autóctona se puede resumir en un par de frases: “Ande yo caliente y ríase la gente. Un puestecito seguro y aquí me jubilo. ¿Actualizarse? ¿Reciclarse? ¿Para qué?”. Pero eso vendría a ser el conformismo patrio de siempre, el castizo, la resignación con arraigo. El conformismo 2.0 que describe Pantomima Full hunde (al menos parte de) sus raíces en la gran recesión de 2008 y en el poso de resignada melancolía que ha dejado sobre la sociedad española; en especial, sobre mileniales y zetas. Es en ese muy amplio espectro de los que llevan toda su vida adulta esforzándose por no caer en el precariado donde el descreído sarcasmo de Conformista ha encontrado eco.
Decía Oscar Wilde que un cínico es aquel que conoce el precio de todo y el valor de nada. Al hilo de su reflexión, hoy podríamos afirmar que los conformistas españoles de nuevo cuño son los que se resignan a pagar por casi cualquier cosa el precio que buenamente puedan permitirse, aunque en el fondo sepan que no vale nada. Cuando te paras a contemplar el abismo, el abismo te mira a ti.
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